A veces una historia te mira de frente y, sin pedir permiso, empieza a latir dentro de ti. Comerás flores fue así: un pulso nuevo en mi pecho desde la primera página. La voz de Lucía Solla Sobral es de esas que te envuelven con cuidado, que parecen acariciarte mientras, sin que lo notes, van arañando donde más duele. Y, antes de que te des cuenta, ya eres Marina, con su duelo, sus anhelos y ese amor que confunde luz con sombra.
Marina atraviesa una pérdida, pero lo que duele aquí no es solo la ausencia. Es ese amor que parece un refugio y resulta ser una jaula. Comerás flores se atreve a mostrar el maltrato que no deja moratones: el que se infiltra en las palabras, en las ausencias, en los silencios que pesan más que cualquier grito. Ese que se disfraza de cuidado, de protección, de amor; ese que te convence de que eres más feliz mientras va borrando tu reflejo del espejo.
Lucía escribe sobre heridas invisibles con una precisión quirúrgica y una ternura que, lejos de suavizar el golpe, lo hace más profundo. Porque aquí no hay sensacionalismo: hay verdad, incomodidad y esa punzada que te obliga a mirarte por dentro. Y cuando lo haces, descubres que identificar la violencia bajo una nube de amor es casi tan difícil como escapar de ella.
Esta novela me ha dejado el corazón encogido. No he podido evitar seguir a Lucía Solla Sobral en todas las redes y activar alertas para no perderme nada de lo que escriba. Porque cuando una autora es capaz de atraparte así, de removerte de esta manera, sabes que es una voz que no se olvida. Un 5 estrellas indiscutible, y un eco que seguirá resonando mucho después de cerrar la última página.
Lucía, gracias por tu talento, por tu voz y por una pluma capaz de encontrar belleza incluso en las grietas. Ojalá sigas escribiendo, porque aquí estaré, esperándote con el mismo anhelo con el que se esperan las flores tras el invierno.
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