Lightlark es esa clase de historia que te tiende la mano como si fuera un pacto mágico… y luego, cuando ya estás dentro, te das cuenta de que la letra pequeña estaba escrita con sangre.
Cada cien años, la isla de Lightlark surge de las sombras para reunir a los seis gobernantes de unos reinos condenados por antiguas maldiciones. Durante cien días, deberán competir —y sobrevivir— en un juego en el que las alianzas son tan necesarias como traicioneras.
En el centro de este escenario reluciente y letal está Isla Crown, una protagonista que a primera vista parece tan frágil como una flor recién brotada… pero cuya evolución es una de las piezas más interesantes del tablero. A su alrededor orbitan líderes poderosos, cada uno con sus secretos, sus motivaciones ocultas y esa mezcla de carisma y amenaza que convierte cada diálogo en un duelo disfrazado de cortesía.
Alex Aster construye un universo exuberante y visual, con reinos que recuerdan a mitologías reinventadas: uno bañado por el sol, otro tejido en sombras, otro nacido de estrellas… y todos cargando con pecados del pasado. El ritmo es ágil y la tensión política y emocional se entrelazan con precisión quirúrgica. Eso sí: en algunos tramos las revelaciones entran a escena como si alguien hubiera adelantado el capítulo a 1,5x.
Y luego está el triángulo. Oro, Grim, Isla. Tres piezas, tres intensidades, tres formas de jugar. Algunos momentos son deliciosamente tensos; otros, pura fantasía romántica de manual… y alguno que otro te pilla por sorpresa con un “¿acaba de pasar esto?”.
El final —sin entrar en detalles— es un golpe elegante y traicionero. Cierras el libro con el corazón dividido, la ceja arqueada y la sospecha de que la historia apenas ha empezado.
En definitiva, Lightlark es un festín visual con aroma a cuento oscuro, política mágica y pasiones peligrosas, que no será perfecto, pero sí memorable.
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