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El nuevo aburrimiento: hiperconectados, saturados y, aun así, aburridos

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Hemos domesticado la espera. La hemos llenado de píxeles, de notificaciones y de vídeos que duran menos que un pensamiento. Saltamos de una app a otra con la misma ligereza con la que cambiamos de humor. Y, sin embargo, algo no encaja. Entre el zumbido de los estímulos, hay una sensación que no desaparece: el tedio.

El nuevo aburrimiento no es la falta de cosas que hacer, sino el exceso de cosas que mirar. Es una especie de ruido blanco emocional, una mezcla de saturación y desgana que se esconde detrás de cada gesto automático. Nos decimos que estamos entretenidos, pero lo que estamos es distraídos.

La paradoja es clara: cuanto más conectados estamos, más desconectados nos sentimos. Y en ese punto intermedio, entre el clic y el vacío, surge un tipo de aburrimiento que no se resuelve con más scroll, sino con menos.

El aburrimiento como síntoma de saturación

El aburrimiento contemporáneo no es pereza ni apatía: es una señal de saturación cognitiva. Es el cuerpo diciendo “basta” después de horas de desplazarse por una corriente interminable de estímulos. Nuestra atención, que antes se entrenaba en la espera, ahora se quiebra en microfragmentos que duran lo que un reel.

Lo que sentimos no es pereza, es una resaca de estímulos. Llevamos años educando nuestra atención para saltar, no para quedarse. Un vídeo, otro vídeo, otro más… hasta que todos suenan igual. La mente, acostumbrada a la pausa, ya no sabe qué hacer con ella.

No nos falta entretenimiento, nos falta propósito. Tenemos millones de opciones, pero pocas direcciones. Y eso genera un tipo de agotamiento que no se ve, pero se nota: el que te deja mirando la pantalla sin recordar por qué la abriste.

Nunca antes habíamos tenido tanto ocio al alcance y, sin embargo, cada vez nos aburrimos más. Nos pasa como con los buffets libres: tanta abundancia que se pierde el sabor. El algoritmo nos da lo que queremos ver, pero también nos roba el deseo de buscar. Y sin deseo, el entretenimiento se vuelve anestesia.

Cómo convertir el tedio en algo que te sirva

El aburrimiento, bien leído, es un mensaje cifrado. Es el cuerpo pidiendo aire. Y el aire, en 2025, no se encuentra en otra app ni en una nueva serie, sino en lo que dejamos fuera de la pantalla.

Aquí algunas formas de aprovecharlo sin caer en el tópico del “desconecta y sal a pasear”:

  • Haz del aburrimiento un laboratorio: Deja que el cerebro vague un rato, sin objetivos. Esa deriva mental es la materia prima de las ideas.
  • Cambia el tipo de estímulo, no su cantidad: En lugar de consumir, crea algo: un collage digital, una microhistoria, una canción generada por IA a partir de dos frases tuyas. Jugar también es una forma de pensar.
  • Practica la lentitud, aunque sea cinco minutos: Observa el scroll como un acto físico: ¿qué te pasa en la cabeza cuando lo haces? ¿Qué estás evitando?
  • Reaprende a mirar lo simple: El reflejo en una ventana, una sombra, el sonido de fondo. No es espiritualidad, es atención.

A veces, la mejor manera de usar la tecnología es devolverle su rareza. Usarla no para distraernos, sino para experimentar. Lo que hace la diferencia no es el medio, sino la intención con la que lo tocamos.

La pausa que nos devuelve el pulso

Hemos confundido el aburrimiento con una amenaza. Lo hemos combatido con notificaciones, con series interminables, con pantallas que prometen compañía. Pero el aburrimiento, en su forma más pura, es una invitación a mirar hacia dentro.

A veces, la mejor forma de volver a sentir interés por el mundo no es añadir más estímulos, sino permitirnos unos minutos sin ellos. Apagar el ruido. No porque el silencio sea romántico o espiritual, sino porque es necesario.

El aburrimiento, entendido así, no es un vacío que llenar, sino un espacio que cuidar. Un recordatorio de que no todo lo valioso sucede en movimiento. Que a veces, la vida también ocurre en pausa, cuando por fin dejamos de hacer para simplemente estar.

La hiperconexión nos enseñó a mirar hacia fuera. El aburrimiento, con suerte, nos recordará cómo volver a mirar hacia dentro. Aburrirse, hoy, no es una pérdida de tiempo. Es una forma de volver a sentir que el tiempo todavía nos pertenece.

Reseña de “Un río helado” de Ariel Lawton

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