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Reseña de “Atmosphere” de Taylor Jenkins Reid

atmosphere
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Leer Atmosphere ha sido como asomarme al ventanal redondo de la Estación Espacial y descubrir que, aun en la inmensidad silenciosa, hay latidos que suenan igual que los míos. Taylor Jenkins Reid meció esta historia de amor con la misma delicadeza con la que la gravedad acaricia a los cuerpos en órbita: suave, constante, inevitable.

Ambientada en el vertiginoso programa del Transbordador Espacial de los años ochenta, la novela muestra la presión añadida de ser pionera en un mundo que todavía duda de la valía de las mujeres en puestos tan altos como la cabina de mando; si, además, tu corazón late por otra mujer, esa ingravidez se transforma en un campo minado de secretos y renuncias —y Reid lo expone con la precisión de un ingeniero de vuelo.

Aferrarse al amor…

Lo extraordinario es que la autora convierte cada riesgo institucional en un motivo más para aferrarse al amor. Entre chequeos médicos, simuladores y ruedas de prensa, las protagonistas ensayan, en voz baja, un idioma propio: miradas codificadas, notas deslizadas en manuales, silencios que hablan. Leía y subrayaba con Post-its fosforitos porque allí, entre páginas, encontré mi espejo —y qué raro y hermoso es verse reflejada en el vacío sideral.

Reid teje una coreografía de órbitas: las ambiciones profesionales giran alrededor del deseo, y el deseo, a su vez, impulsa la valentía de romper techos (literal y figuradamente). El resultado es una novela que demuestra que, para quienes amamos fuera de los márgenes oficiales, la atmósfera no es límite sino promesa de expansión.

5 estrellas +

Cinco de cinco estrellas no bastan para medir mi gratitud: es la primera vez que un libro se lleva tantos marcadores de colores como constelaciones hay sobre Cabo Cañaveral. Atmosphere no solo se lee; se habita, se subraya, se abraza. Y cuando una obra logra que la experiencia de un amor lésbico en los 80 resuene, cuarenta años después, en el pecho de una mujer casada con otra, entonces estamos, sin duda, ante algo que trasciende la órbita de la ficción y se coloca, suavemente, en el centro mismo de la memoria afectiva.

Firma una emocionada y llorosa lectora,

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