Hay libros que entretienen, otros que distraen… y luego está Venganza, que te atraviesa como un cuchillo. El cierre de la trilogía de Carme Chaparro (Delito, Castigo y ahora este) no es un simple final: es un golpe directo a lo más frágil de uno mismo, un recordatorio brutal de lo que somos capaces de hacer —y de soportar— en nombre de la mentira, el silencio y el poder mal entendido.
Este tercer libro es, sin duda, el más duro. No solo por los crímenes que hielan la sangre, sino porque habla de heridas que todos conocemos demasiado bien: la falsedad que envenena, el bullying que destruye desde dentro, el menosprecio que te encierra en un rincón. Chaparro expone sin anestesia lo cruel y mezquino que puede ser el poder, lo vacías que son las apariencias y lo patética que resulta la mediocridad de quienes solo tienen dinero y posición para sostenerse.
La lectura me resultó insoportable a ratos. No porque no quisiera seguir, sino porque cada página me obligaba a mirar de frente lo que preferimos olvidar: el daño que se minimiza, la humillación que se disfraza de broma, la violencia que se normaliza. Ese espejo duele, pero también sacude, y ahí radica la fuerza de esta historia.
Y en medio de todo, Santi y Emma. No puedo nombrarlos sin que algo se me quiebre. Me han desgarrado por dentro. He llorado con ellos, he sentido un frío helado en el alma y una rabia que todavía no se me va. Chaparro no te permite quedarte al margen: te mete en sus pieles y te obliga a sangrar con ellos.
Venganza no es un thriller cualquiera. Es incómodo, feroz y necesario. Te empuja a salir de la lectura con las entrañas revueltas y con una certeza incómoda: lo que se calla, lo que se normaliza, lo que se mira hacia otro lado… siempre tiene un precio.
Nota final: Este libro es también una llamada de atención. Sobre el acoso laboral, el maltrato verbal, la humillación que destruye silenciosamente, el desprecio hacia las mujeres reducidas solo a su físico. Es imposible no sentir que habla de heridas que todos hemos visto —o sufrido— alguna vez. Y esa es quizá su mayor grandeza: obligarte a tomar conciencia de que callar no es inocuo, es complicidad.
Comments