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Al Pacino, los ojos tristes que conquistaron Hollywood

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Recuerdo que la primera vez que vi a Al Pacino, siendo una niña y a través de una pantalla, me dio miedo. Creo que fue su mirada lo que atemorizó a mi yo infantil, que para ese momento ya empezaba a salirse de los clásicos de dibujos animados para empezar a ver cine ‘con los mayores’. Ahora, viendo a mis sobrinos, entiendo que fui demasiado precoz y que, por eso, no entendía mucho de lo que veía. Pero también entiendo, con más seguridad y convicción, que sin esos primeros pasos ahora no amaría el cine de la misma manera. 

El caso es que la mirada de Al Pacino me dio miedo, me generó un rechazo que ahora me hace reír casi a carcajadas. Años más tarde, ha terminado siendo uno de los actores que más admiro y que más disfruto, ya sin temores ni incomprensión de por medio. Esa mirada ardiente que de pequeña me paralizó es ahora una de mis cosas favoritas en el mundo. Y también una de las señas de identidad de esta leyenda -aunque él no quiera referirse a sí mismo como tal-, que sin embargo conquistó a Hollywood con una mirada de las más tristes y frías que recuerdo. 

Aún me sigue fascinando su capacidad de cambiar de hielo a fuego en segundos y de transmitir tanto mostrando tan poco. La primera vez que lo pensé fue cuando vi ‘El Padrino’. Su efecto sobre mí fue similar al que provocó cuando le vi de pequeña, no recuerdo en qué película. Me quedé helada cuando, de repente, no encontré nada de ese fuego que tanto me asustó en sus ojos tristes, inexpresivos y a la vez magnéticos. Y tuve que volver a ver ‘El Padrino’, porque al terminarla comprendí que me había perdido casi todo, hipnotizada por el Michael Corleone de un Al Pacino al que sólo quería Coppola en ese papel.

Al Pacino

Lo que forjó la mirada

Viéndole ahora con sus camisas de seda y sus extravagantes joyas, nadie imaginaría cómo fueron los primeros pasos de Al Pacino, cuando muchos le llamaban Sonny. No hablo de sus primeros pasos en el mundo de la actuación, sino de las primeras etapas de su vida. Creció en un Bronx mucho más peligroso que el de ahora, silenciando las consecuencias internas de la separación de sus padres y sin saber muy bien hacia dónde ir. Probó alcohol y drogas poco después de superar los 10 años y la delincuencia formaba parte de su día a día. 

Después de muchos bandazos, una detención previa a un atraco que iba a llevar a cabo, pareció reconducirle. Fue la señal que necesitaba para comprender que tenía que cambiar. Pero aún le quedaba un complicado camino antes de alcanzar el éxito. Trabajos precarios, noches al raso e incluso el rechazo familiar fueron construyendo a un joven en el que crecía el interés por la actuación. Fue el teatro el que le salvó, tras muchas idas y venidas. Pero fue él mismo, con esfuerzo y con esos trabajos precarios, el que forjó sus inicios. 

Se pagó todos sus estudios y luchó incansablemente hasta que fue admitido en Actors Studio, donde aprendió de la mano de otra leyenda: Lee Strasberg. Supongo que ahí, el tiempo y lo vivido, ya habían creado su mirada triste y fría. Y también supongo que ahí fue donde supieron exprimir su talento natural y pulirlo, para conseguir llegar a la magia que poco tiempo más tarde pudimos ver todos en la pantalla. 

Al Pacino

La pasión que la transformó

Aunque los excesos sí lo fueron, la fama nunca ha sido lo suyo. Al Pacino puede ser excéntrico en sus looks, tiene la imagen total de estrella venida a más, pero los focos no han terminado de convencerle. Después del éxito brutal de ‘El Padrino’, el bueno de Alfredo continuó cosechando éxitos. Ahí están algunos de los mejores títulos de su carrera, como la olvidada por muchos ‘Serpico’. 

Pero la presión fue demasiado grande. Es curioso, porque en su mejor momento, Al Pacino no hizo demasiadas películas. La década de los 80, con la inolvidable ‘Scarface’, es una década muy ‘vacía’ en la filmografía del actor. Sólo 5 títulos, en una época en la que todos le querían en sus películas. Rechazó muchos papeles y se alejó del estrellato, yendo a terapia 5 veces a la semana y disfrutando de lo ganado. Pero la pasión siempre puede más

Fue esa pasión la que le hizo encontrar el camino en su juventud y dejar a un lado la delincuencia a la que había sido empujado. Y también fue esa pasión la que le ‘obligó’ a no desaparecer del mundo de la interpretación. El interés, que más tarde se convirtió en amor por la actuación, consiguió que la mirada triste de Alfredo se convirtiera en la seña de identidad de un Al Pacino capaz de transmitir lo que quiera con ella. Miedo, felicidad, euforia, locura, rabia, soledad, ansiedad, paz… Puede contarnos historias sólo con sus ojos, y eso es algo que pocos han logrado hacer. 

El talento es evidente y es lo que eleva a Al Pacino a esa categoría de leyenda de la que él huye. Pero también lo es su profunda pasión por el séptimo arte y por el teatro, que es la que hace que con 80 años siga en plena forma. Planeando nuevos proyectos, regalándonos interpretaciones sublimes y disfrutando de la profesión que le salvó del futuro oscuro y breve al que estaba condenado. Ojalá su energía no se termine nunca

Rosa Suria
Periodista. Escribo y hablo continuamente de cine, series y música.

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