Escribiendo estas líneas, tengo muy presentes todas las veces en las que diferentes conocidos han mostrado incomprensión ante mi profunda afición a los revisionados. Lo confieso, soy una persona a la que le gusta la sensación de regresar a las series y las películas que significaron algo para mí. Esa satisfacción de conocer sus diálogos y de recitarlos en voz baja. Adoro la conexión cósmica que se produce cuando vuelvo a mis títulos favoritos, como ocurre con ‘El día de mañana’. 

La serie de Mariano Barroso, estrenada en Movistar+ el pasado año 2018, se coló en las primeras posiciones de mi top desde el visionado de los episodios iniciales. La sensibilidad del director hizo mucho. Al igual que su capacidad para captar el sentir de un época lejana y representarlo con fidelidad y honestidad en la pantalla. En ‘El día de mañana’ todo gira en torno a la figura de Justo Gil. De hecho la premisa de la que parte la serie es descubrir quién es ese hombre con tantas caras. Pero, pese a ello, encontramos infinitos puntos de vista plasmados, infinitas experiencias que, unidas, reconstruyen la realidad e nuestro país en los años 60. 

La honestidad con la que Mariano Barroso y Alejandro Hernández, co-guionista junto al también director, se acercan a la Barcelona de la época me cautivó y lo sigue haciendo cada vez que regreso a la serie. Pero también lo hacen los personajes, construidos con mimo y otorgados del espacio necesario para crecer, sin encerrarlos es la sombra de un Justo Gil que bien podría eclipsarlos. En los seis episodios todos crecen, cada uno en su dirección, evolucionando y ofreciéndonos otra perspectiva desde la que mirar al objeto de interés. Y también desde la que comprender la vida en los 60, lo mucho que marcan las circunstancias y cómo se sienten las relaciones desde un lado y desde otro. 

¿Quién es Justo Gil?

La estética, el guion, la dirección de Barroso, los personajes… Todo eso me gustó y me gusta, y me hace volver. Pero lo que me cautivó fue Justo Gil. Sin olvidar o menospreciar en ningún momento el trabajo del director y de su co-guionista, la interpretación de Oriol Pla es quizá lo que eleva al personaje. Plasmar en seis capítulos toda una vida, repleta de altibajos y de cambios, de transformaciones y de viajes que nadie espera, es tarea casi imposible. Y meterse en la piel de la persona, evolucionar con ella, recorrer toda su vida y todas sus circunstancias, en tan solo seis capítulos… Sigue pareciéndome uno de los trabajos de interpretación más sublimes de nuestra ficción. 

Justo Gil, sin desvelar demasiado y con el objetivo de despertar en ti, lector, el interés que generó en mí ‘El día de mañana’’, es un superviviente. Creo que, después de muchos visionados y de mucha reflexión, de acercarme al personaje de diferentes maneras y de analizar todos y cada uno de sus pasos, esa es la palabra que mejor le define. También es, en cierto momento, un soñador inocente capaz de hacer cualquier cosa por la persona a la que más quiere. Un hombre innovador y emprendedor, con don de gentes y una labia capaz de abrirle todo tipo de puertas. Es un camaleón, se adapta con una facilidad pasmosa a cualquier realidad. Es, a veces, misterioso. Y, también a veces, cuando le miran los ojos correctos, transparente como un niño. 

Con el paso de los capítulos, además, serás consciente de que a través de ese personaje y de su vida, lo que vemos es precisamente lo que está de fondo. La representación de la España del momento, de las oportunidades y las circunstancias, de la necesidad y el desconocimiento. Todo a través de una mirada capaz de susurrar y de gritar en una misma secuencia como es la de Oriol Pla.