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El día que obligué a mi hermano a ver ‘El secreto de los hermanos Grimm’

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La velocidad del tiempo no hierra a la hora de asombrarme. Echo la vista atrás y lo que en realidad han sido 10 años se han pasado como 10 segundos. Así, recuerdo con total nitidez la primera vez que pisé una sala de cine, lo mucho que me sorprendió ‘Forrest Gump’ en mi primer contacto con su historia o lo tremendamente enamorada que estaba de Will Turner cuando era una niña. Ahora, un largo y efímero tiempo después, las salas de cine se han convertido en mi auténtico hogar, la película protagonizada por Tom Hanks se ha consolidado como una de mis imprescindibles y ‘Piratas del Caribe’ ha caído en una especie de saco del olvido. Es curioso ver cómo todo avanza, todo cambia, pero sigue pareciendo cercano. 

También recuerdo con total nitidez el día en el que conseguí, después de muchas súplicas y algún que otro discurso bien argumentado, que mi hermano me llevara al cine a ver ‘El secreto de los hermanos Grimm’. La había visto tantas veces anunciada que la sentía como mía, quizá también porque sus dos protagonistas eran en ese momento dos de mis actores estrella. Matt Damon formaba parte de la gran mayoría de mis recuerdos cinematográficos y Heath Ledger había irrumpido en ellos con fuerza. Supongo que fue su carisma y el hecho de que siempre fui muy enamoradiza, pero no tardó demasiado en ocupar el sitio que se había ganado Orlando Bloom no mucho antes. 

Aquella tarde de finales de verano yo tenía 12 años y Heath Ledger ya superaba con creces la veintena. Recuerdo que la película me entusiasmó y que regresé a casa contando los días para que pudiera alquilarla en el videoclub, como haría con el resto de películas de ese actor tan carismático. Así se confirmó mi idilio cinéfilo con él, así comencé a empaparme de sus interpretaciones, sin llegar a valorarlas como lo hago ahora, y a conocer un poco más del actor que hay detrás de los personajes. Después llegaron ‘Casanova’ -¡gracias, videoclub!-, ‘Brokeback Mountain’, ‘I’m Not There’, ‘El caballero oscuro’, ‘El imaginario del Doctor Parnassus’ y otras películas que ya había visto, como ‘Destino de caballero’ o la eterna ’10 razones para odiarte’. Incluso llegué a ver una película de mis dos amores platónicos pre-adolescentes juntos, ‘Ned Kelly, comienza la leyenda’, pero reconozco que ese recuerdo está algo más borroso. Me sumergí de lleno en su filmografía anterior y, sobre todo, no fallé a las citas posteriores. Ya no sólo por ese ensimismamiento en el que me encontraba, sino porque me gustaba lo que veía. 

Heath Ledger

Ahora, más madura en todos los sentidos, comprendo por qué me gustaba tanto lo que me encontraba en la pantalla. Ahora entiendo que detrás de ese carisma y esa presencia había un talento orgánico para la interpretación y una empatía que nunca entendió de barreras. Heath Ledger conectaba con sus personajes, de ahí que surgieran trabajos tan brillantes, sobre todo en los últimos compases de su carrera. Pero al hacerlos tan humanos también lograba que nosotros, los espectadores, conectásemos con ellos, aunque sus realidades estuvieran a años luz de las nuestras. No interpretaba y ya está -cómo si eso fuera poco-, vivía a través de ellos, respiraba a través de ellos, sentía a través de ellos. Era uno de esos actores que aman su profesión, que viven para ella, que se dejan la piel y a veces se pierden a sí mismos por el camino. 

Dentro de esa colección de recuerdos que regresan a mí con total nitidez también está el del instante en el que llegó a mí la noticia de su muerte. Recuerdo el shock, la incomprensión, las preguntas y la certeza de que no volvería a tener su mirada en una pantalla. Bueno, volvería a tenerla, pero en forma de recuerdos convertidos en película, pero no habría personajes nuevos -salvando a su Tony de ‘El imaginario del Doctor Parnassus’-, no habría más historias por conocer, no habría sorpresas. 

Heath Ledger

Más tarde llego las especulaciones, los juicios crueles e innecesarios, la autopsia y el por qué final. Fueron la ansiedad y la depresión los que atraparon el brillo de los ojos del actor que me conquistó cuando era una niña y los medicamentos con prescripción médica los que lo terminaron de apagar. Hoy, 12 años después de su muerte, me sigue generando un enorme dolor saber que perdimos a un ser con una sensibilidad tan especial como la suya, pero sobre todo siento una tremenda angustia al comprender que hay miles de personas como él que acuden a un lugar seguro -como es el médico- en busca de ayuda, de una solución, y acaban encontrando allí su mayor pesadilla.  

Rosa Suria
Periodista. Escribo y hablo continuamente de cine, series y música.

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