La segunda temporada de ‘Madre sólo hay dos’ llegó en la recta final de 2021. Ahora, en 2022, hemos tenido el margen suficiente para constatar que lo que se veía en su primera temporada es, sin lugar a dudas, su mejor fórmula. Desechar al amor como objetivo final de una historia, para convertirlo en el camino. En ese trazo que se va dibujando mientras realizas un viaje que te cambiará para siempre. Porque es lo que hemos sentido al acompañar a unos personajes que han ido creciendo encontrando el equilibrio entre la sonrisa y la lágrima. Viviendo de forma inesperada. Alimentados por el caos y un buen puñado de sentimientos.
Ludwika Paleta y Paulina Goto se ponen en la piel, de nuevo, de Ana y Mariana para construir y reconstruir ese final de una primera temporada que nos abrazó el corazón. Y lo fue porque el amor se convirtió en el mejor compañero de viaje, en la sombra, de forma inconsciente mientras la comedia y los disparatados momentos familiares invadían todos nuestros sentidos. Porque en ‘Madre sólo hay dos’ hemos aprendido que aquello que no tiene el foco, es el punto de partida y hasta el punto final. El amor.
Estamos más que acostumbrados a ver una ficción y tener claro, desde el primer minuto, que el objetivo es que sujeto A se quede, sentimentalmente hablando, con sujeto B. Y aquí no sucede. No hay dicho objetivo. El amor lo engloba todo y el amor es el proceso. Es la herramienta que se usa para llegar hasta donde nuestro corazón nos está suplicando llegar. Así que nos encanta y nos sorprende que haya un beso en medio de un antro, al ritmo de ‘Soldado del amor’. O una declaración de amor en mitad de una borrasca familiar para intentar mitigar el dolor. Aunque el rechazo sea tan grande como doloroso.
Nos fascina que Ana y Mariana que son como el agua y el aceite encuentren un camino común. Dentro de una comunicación que, a grandes rasgos, es buena, menos cuando se trata de arropar el alma. Por eso de los miedos. De los cambios. Del vértigo de lo inesperado. Una relación que se ha ido construyendo con tremenda sororidad. Con lealtad. Porque la vida tiene una forma demasiado extraña de presentarnos a nuestras propias almas gemelas.
En ‘Madre sólo hay dos’ hay una raíz de amor. Y de un claro concepto como que cada mujer es única y su entorno también lo es. Con sus respetables diferencias. Y fueron dichas diferencias las que inspiraron las anécdotas más graciosas y las tristezas más profundas de la serie a través de su creadora, Carolina Rivera. En un mundo tan polarizado, aquí no hay miedo a explorar las diferencias e inclusive hacerlo con humor. Mientras todo tenga como base el amor.
“Exploré el significado de ser mujer en todos sus ámbitos: madre, esposa, hermana, hija y profesionista. Y me di cuenta que pese a que no hay una sola forma de ser mujer, sí hay un común denominador que nos une a todas: el amor. Tanto el amor propio, como el que sentimos por las personas que escogemos como nuestra familia. El explorar este tema universal en la serie, con sus altos y bajos, fue lo que llevó a la gente (y especialmente a las mujeres) a verse reflejadas en pantalla”, explica Carolina tras el tremendo éxito cosechado con las dos primeras temporadas.
Una familia diferente. Y tan válida como lo normativo. Dos mujeres que por azar descubren que una es la madre de la otra hija y viceversa. Y construyen un fortín conjunto. Con un contexto que por momento las asfixia. Pero no pasa nada, porque están juntas en una aventura que el resto entiende como pura locura. Y lo mejor de todo es que el objetivo de esta historia no es que entendamos que Ana y Mariana van a terminar juntas por decreto, sino que hagamos el viaje junto a ellas y junto al amor para llegar a donde ambas nos quieran llevar.
‘Madre sólo hay dos’ es Ludwika Paleta y Paulina Goto. Es la química que han generado. El compromiso de contar una historia de mujeres. De lo importante que es que nos entendamos y nos arropemos. Abrazarnos y caminar juntas. Mujeres. Mujeres diferentes y diversas. Y todas válidas y queridas.
El amor todo lo conquista. Y si es la base, la historia gana por momentos. Aunque a ratos su ritmo sea frenético. Porque lo fundamental es el código base. Y de este último se ha elegido el mejor. ‘Madre sólo hay dos’. Paulina Goto. Ludwika Paleta. O viceversa.
‘Madre sólo hay dos’ suena como Roma, pero al revés.
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