No fue la primera serie que vi. Ese galardón diría que es para ‘Médico de familia’. Pero ‘Perdidos’ sí fue una de las primeras que encendió en mí la chispa seriéfila, junto a ‘Héroes’. La de J.J. Abrams fue la primera ficción que hizo que me quedara despierta hasta altas horas de la madrugada para seguir sus últimas emisiones, que me sumergiera en foros para conocer teorías y opiniones de otros espectadores y que quisiera formar parte de la familia que se creó en torno a ella. Hasta ese momento, había disfrutado de las historias, las había comentado con compañeros de clase y luego las había olvidado. Pero ‘Perdidos’ marcó un antes y un después. En mí y en el panorama seriéfilo internacional.
Su ambición, siempre en el sentido positivo de la palabra, fue la que la distanció del resto. Y la increíble construcción de sus personajes y de las diferentes tramas fue lo que impulsó la creación de algo más grande. De ese fenómeno que, aún a día de hoy, diez años después de su final, sigue vivo. Con ‘Perdidos’ se creó el primer gran movimiento seriéfilo bien cimentado. Tanto que continuamos hablando de su final, de las incógnitas cuyas resoluciones no terminaron de convencer, de los caminos que recorrieron sus personajes y de la posibilidad de regresar a esa isla que nos atrapó tanto como a los pasajeros del vuelo 815 de Oceanic.
No sabría ni me atrevería a decir que es la mejor serie de la historia. De hecho, no creo que lo sea. Pero sí estoy convencida de que sin ‘Perdidos’ no habríamos tenido joyas como ‘Juego de Tronos’ o ‘The Walking Dead’. Al menos, no de la misma manera. Ni siquiera las habríamos sentido igual. Fue la que abrió el camino a las demás y la que nos mostró un mundo de emociones, historias y sentimientos a los espectadores. Y por eso, y por todo lo que te voy a contar ahora, es la imprescindible.
Sus personajes
Me entusiasman. Siguen teniéndome completamente enamorada. Por su planteamiento y, sobre todo, por su desarrollo. Y porque todos tienen su propio papel en la historia, tienen su por qué bien construido. No sólo los protagonistas, en los que esto es más evidente y mucho más claro desde el comienzo. También en esos personajes secundarios que van apareciendo para quedarse o marcharse. Me acuerdo, por ejemplo, del maravilloso Daniel Faraday, que se hizo conmigo cuando ya creía que la serie no podía volver a sorprenderme en este sentido. O, por supuesto, de Desmond Hume o Juliet Burke, quizá los mejores ejemplos de ese por qué y ese cuándo perfectamente medidos y cimentados.
Pese a la enorme cantidad de personajes principales y secundarios que recorren las seis temporadas de ‘Perdidos’, es complicado encontrar uno que no tenga un papel importante en la trama. O al que no lleguemos a conocer bien. En todos hay unos antecedentes, una historia, un presente y unas decisiones que terminan definiéndoles a la perfección. También en aquellos de los que nos despedimos en los primeros compases de la ficción. Supongo que J.J. Abrams siempre tuvo claro que debía crear esa sensación de familia para atrapar al público. Y, para ello, tenía que acercarnos a los personajes, no sólo a Jack, Kate y Sawyer. Tenía que darles a todos un significado y un sentido. Y lo consiguió.
Desde entonces, no he vuelto a encontrar esto en ninguna serie. No he vuelto a encontrarlo ni a nivel de planteamiento, ni a nivel de desarrollo. Sí, ‘Juego de Tronos’, pero el mérito aquí es del George R.R. Martin y de la saga que escribió, no de la serie. En ‘Perdidos’ nos colaron psicoanálisis en unos personajes que pasan por todo tipo de situaciones y de momentos y que, aunque a veces les sintamos lejos, no son más que nuestro propio reflejo.
Un universo propio
Probablemente, si lee esto alguien que ya ha visto la serie, pensará que estoy escribiendo de manera demasiado superficial. Y es cierto. Pero no creo que fuera una buena recomendación si, ya desde aquí, arruinara una importante parte del encanto de ‘Perdidos’. Así que continuaré así, pasando ligeramente por encima de ella, para que seas tú, lector y seriéfilo, el que descubra el maravilloso mundo que creó J.J. Abrams.
Además de regalarnos a esta familia de personajes, el creador tuvo la capacidad de construir un universo propio, tirando de elementos conocidos y también de algunos nuevos. Un universo que se sentía como real, precisamente por esos elementos cercanos y reconocibles, pero a la vez como algo fantástico, fuera de lo mundano. Y no era fácil, sobre todo teniendo en cuenta el peso de la fantasía y casi de la ciencia ficción en la serie.
Sin embargo, no hizo falta más que una temporada para que los espectadores soñaran con esa isla, incluso -por duro que parezca- con un accidente de avión que les llevara a vivir una aventura como la de Jack, Sawyer, Kate y compañía. El asombro no tardó demasiado en dar paso a la conexión más absoluta, esa que facilitó que todo, humo negro incluido, fuera creíble. Y de repente todos conocíamos de memoria la secuencia de números más famosa de la televisión (4,8,15,16,23,42), creíamos en la existencia de Dharma y enfrentábamos en nuestra mente a ciencia y fe, buscando una respuesta absoluta. De manera paulatina y sin hacer ruido, el universo de ‘Perdidos’ se hizo reconocible y tangente, y así se mantiene a día de hoy.
¿Qué más?
Quizá esto no sea suficiente para que te animes a darle una oportunidad a la serie imprescindible. Por si acaso, te diré que también tiene acción, romance, drama, aventuras, tramas familiares, misterio e incluso, en según qué capítulos, terror. La serie total, la que nos abrió la puerta y continúa sujetándola.
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