Siempre he creído que hay algo mucho peor que un amor no correspondido. Y es ese amor que nosotros mismos creamos en nuestra mente, esa historia perfecta que tenemos claro que va a ocurrir y que, sin embargo, queda en nuestra imaginación. De ello nos habla Xavier Dolan en ‘Los amores imaginarios’. En su segundo largometraje, el cineasta canadiense volvió a implicarse en prácticamente todas las fases del proceso. Ocupó la silla de director, escribió el guión e incluso montó la propia película. Todo ello reservándose uno de los papeles protagonistas, el de un Francis dulce, sensible y completamente pillado por Nick.
Este Nick, el eje en torno al que gira todo, es un joven que acaba de llegar del campo con aires bohemios. Pelo rizado rubio, mirada profunda y conversaciones complejas construyen a un personaje que, más que enamorar al espectador, puede terminar exasperándole. Su misterio y su encanto no sólo atrapan a Francis, sino también a su mejor amiga Marie, que también sufre un flechazo casi momentáneo. Para ella, una joven con muy poca autoestima y que parece vivir en otra época, el aura misteriosa y bucólica Nick es casi irresistible.
A partir del flechazo, Xavier Dolan juega con este triángulo amoroso para mostrarnos los efectos secundarios del maravilloso poder de nuestra mente. Empujados por ese amor repentino, lo primero que hacen Francis y Marie es idealizar a Nick. De repente, el joven del campo que se creía demasiado guapo es poco menos que un dios de la mitología griega. En todos los sentidos. Viven, actúan y respiran por y para Nick. Hacen exactamente lo que Nick quiere. Si les llama, dejan todo lo que tengan por delante para estar a su lado. Hasta el trabajo.
Esta idealización es tan típica y tan ridícula que probablemente, en estos momentos, estés repasando decenas de ejemplos de ella en tu propia vida. Yo también lo hago viendo ‘Los amores imaginarios’. Pero, además, a esta idealización la acompaña esa creación mental de historias perfectas de la que hablaba unos párrafos más arriba. Tanto Francis como Marie creen ver señales de que Nick tiene cierto interés amoroso por ellos. Y eso les empuja a adelantarse a los acontecimientos. A asumir que, más pronto que tarde, serán pareja. No una pareja cualquiera, sino la pareja más envidiada de la ciudad. Y piensan en los besos que se darán, en las veces que harán el amor, en los viajes que vivirán, en la rutina en la que encontrarán el equilibrio… Sin darse cuenta de que todo eso sólo existe en su cabeza.

Las consecuencias
Desde niña me han dicho que voy sobrada de imaginación. De ahí que la historia de este triángulo amoroso no me sea para nada extraña. Tampoco sus consecuencias. Cuando construyes en tu mente un amor que no llega, los pequeños rechazos que, en realidad, no son nada, van haciendo mella en ti. Te preguntas por qué tarda tanto en dar el paso. Por qué tantas vueltas si ambos sabemos que acabaremos juntos. Quizá haya hecho algo mal y, por eso, ahora está pensándoselo. Y la peor de todas: ¿soy suficiente?
Todas esas consecuencias las vemos en las secuencias de intimidad de Marie y Francis, sobre todo en el caso de la primera. Su amistad con Nick es tóxica desde el mismo momento en el que ellos quieren algo más que creen ver y que no existe. Y va mermando poco a poco su autoestima, incluso su alegría, sus ganas y su vitalidad. Va mermando, por supuesto, su propia amistad, existente mucho antes de que Nick apareciera con su aire bohemio en una fiesta. Envidia, celos, miedos, inseguridades y un desprecio que nunca vieron venir se sitúa entre ellos. Un amor imaginario les convierte en casi desconocidos.
La última fase de estas historias de amor inventadas suele ser un giro completo de guión. A veces, llega con un rechazo implícito y desagradable, con el que la idealización desaparece de golpe. Y otras simplemente lo hace con el paso del tiempo. Pero lo que no suele fallar nunca es el desprecio final al objeto del amor. Cuando sentimos que ya no hay nada o que nunca lo hubo, empezamos a odiar todo lo que nos gustaba de esa persona, hasta terminar odiándola. Un círculo perfectamente cerrado, vicioso y tóxico creado con el maravilloso poder de nuestra mente.

Un joven maestro
Queda bastante claro que ‘Los amores imaginarios’ me hicieron pensar mucho y siguen haciéndolo. El simple estudio de los sentimientos y las relaciones que compone Xavier Dolan en la película ya me resulta sublime. Pero lo mejor es que está acompañado de un montaje y una fotografía exquisitos, un guión delicado e inteligente y una banda sonora que es sencillamente perfecta. La escena de Marie caminando por la calle, salida de otra época y con una falsa elegancia que esconde sus inseguridades, con ‘Bang Bang’ de fondo siempre será una de mis escenas favoritas. Y no es para menos.
Aquí, Xavier Dolan reconfirmaba lo que dejó más que evidenciado en su ópera prima, ‘Yo maté a mi madre’. Que es uno de los cineastas con más personalidad y más sensibilidad del panorama actual. Ah, y que tiene dejes muy almodovarianos, que aún a día de hoy siguen presentes en su cine. Y que, personalmente, disfruto mucho como espectadora.
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