Esta crítica no contiene spoilers de ‘Malcolm & Marie’

La mirada de Sam Levinson es gris, como la escala en la que se mueve ‘Malcolm & Marie’. Pero, sobre todo, es profunda. Y sabe captar lo más básico del ser humano, hurgar en ello y situarnos al otro lado de la cámara con un rápido pero sutil giro. Una fórmula que repite una y otra, y otra, y otra vez en su nueva película.

La relación tóxica que existe entre sus protagonistas tiene absolutamente todo para sobrepasarnos en el mal sentido de la expresión. Pero el director juega tan bien con su capacidad para estudiar al ser humano y para plasmar sus entrañas en la pantalla, que sus idas y venidas no nos ahogan en exceso. Al contrario. Existe la ansiedad que está en sus personajes, pero también la necesidad de seguir viendo más. Una necesidad casi morbosa, que habla de lo mucho que nos gusta ver al otro tocando fondo, y continuando con su hundimiento personal.

‘Malcolm & Marie’ recoge la noche de una pareja peculiar. Acaban de llegar a una preciosa y moderna casa, después del estreno de la película debut del primero. Un prometedor director al que comparan con Spike Lee o Barry Jenkins. Un halago detrás del que se esconde nuestro racismo intrínseco.

Junto a él, Marie. Su musa, su mitad, su pilar y su alma gemela. Pero también su pesadilla, su talón de Aquiles, su peor enemiga y su dolor constante de cabeza. Ella se siente la sombra, efectivamente el pilar que lleva todo el peso y del que todos se olvidan, la utilizada y la abandonada. Pero se quiere protagonista, y para ello no duda a la hora de herir, como tampoco lo hace Malcolm.

Así, entre besos, caricias y miradas furtivas, Sam Levinson nos introduce en un torbellino de reproches y necesidades confesadas casi sin querer. En una montaña rusa que habla de una relación tóxica con el otro, pero también con uno mismo. Y que gira en torno a la necesidad, la culpa, los complejos, el amor propio y el amor al otro, el amor compartido. Que habla de ego, de miedo, de dependencia y del daño que nos hacemos, queriendo y sin querer. O ocultando nuestros verdaderos deseos.

Aparentemente, ‘Malcolm & Marie’ puede parecer una película de amor y de dolor, pero es mucho más. Y una de sus principales virtudes está en la capacidad de su director para encapsular tanto en tan poco tiempo y con tanta elegancia. Porque también hay espacio para las adicciones, para el racismo, para el machismo, para la superioridad moral del artista, para su incapacidad de aceptar una crítica -mala o buena-, para la estupidez del ser humano y del crítico y para nuestra capacidad de auto sabotearnos. Es como si, en poco más de una hora, viviéramos una relación y dos vidas enteras. Pero en un suspiro.

La dirección es impecable, delicada y elegante. Y es atrevida. No porque haya apostado por el blanco y negro, ni porque toda la acción transcurra en una misma estancia y a tiempo real. Es atrevida por cómo mira y por la posición en la que se coloca. Dentro y fuera. Cerca y lejos. Quizá, ahora mismo, yo misma esté cayendo en esa estupidez del crítico. Pero es ahora o nunca. Y siempre hay que probar de todo.

Como se prueban constantemente Zendaya y John David Washington. Aunque la primera se lleva todas las miradas, algo casi inevitable, por su magnetismo natural y la calidad de su interpretación, ambos firman dos trabajos sobresalientes. Se llevan al límite una y otra vez, y se sostienen. La confianza es más que evidente, y les permite sobrepasar líneas que el espectador dibuja inintencionadamente. Jugar con sus cuerpos, con sus emociones y con las nuestras. Y llevarnos al punto al que desean. Su angustia, su pasión, su amor, su miedo y su necesidad terminas siendo nuestros.

‘Malcolm & Marie’ se estrena este viernes 5 de febrero en Netflix.