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‘O que arde’: Galicia, terra meiga

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Hace tiempo que comprendí que mi cine era ese en el que no pasa nada extraordinario. El cine de las personas, de vida corriente, del tiempo que pasa despacio y pesado mientras los seres humanos hacemos y deshacemos. Mientras estamos donde nos ha tocado estar, desempeñando la labor que nos ha tocado desempeñar. Sin más emociones que aquellas a las que nos enfrentamos en el día a día, quizá más valiosas que las que surgen de una situación extrema que en la pantalla cuadra divinamente, pero que en la vida real no veremos ni de lejos. Cine sin mayor pretensión que la de mostrar la autenticidad y el poder de la misma, así como la fuerza de la sencillez. Cine como ‘O que arde’

La mirada experimentada de Benedicta Sánchez ya merece mil visionados por sí sola. Sigo cautivada por la belleza de la vida vivida en su rostro, por la verdad con la que interpreta a su personaje y por el enorme cariño con el que se acerca a él. Nada tienen que ver la Benedicta real con la Benedicta de la película, pero comparten ese amor por Galicia y por la vida en todas sus formas, que se respira en cada fotograma de ‘O que arde’. En los verdes pastos galegos, en el pan tostado en la lumbre, en la lluvia que lo arrasa todo, en el agua del riachuelo que suena más de lo que mueve

No sé cuál fue la motivación de Oliver Laxe para crear esta película, pero yo la siento como un homenaje a una tierra y a sus gentes. Un homenaje a la belleza del campo, pero también al trabajo del mismo. A esas personas que cuidan, aman y trabajan hasta su último aliento, mirando de frente a la vida y a lo que se ponga por delante y siempre avanzando. Un homenaje para todos aquellos que luchan por cuidar ese paraje incomparable, día a día y cuando llega la emergencia, generalmente en forma de fuego. 

O que arde

Es como si nos coláramos por una rendija en la vida de dos personas corrientes. En este caso son Benedicta y Amador, pero podrían haber sido Susana y Xoán o Anuncia y Ricardo. Dos de tantas personas que viven una vida ordinaria, superando obstáculos y tirando de lo que tienen, con sencillez y sin titubeos. Una vida corriente de la que Oliver Laxe ha creado algo extraordinario, mediante planos que quitan en aliento y con un guión escaso en conversaciones, pero de enorme potencia.

Por mí, ‘O que arde’ podría haber durado 24 horas. Sin parar. Y habría continuado mirando a la pantalla con la boca abierta y los ojos humedecidos. Por la emoción que me provoca esa belleza real e indescriptible que encuentro en la terra galega y en su esencia, en las arrugas del rostro de una Benedicta que se ha robado un pedazo de mi alma y en la mirada perdida y solitaria de Amador. 

Rosa Suria
Periodista. Escribo y hablo continuamente de cine, series y música.

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