Sé que voy bastante tarde, pero la Navidad es lo que tiene. Muchos compromisos de esos que horrorizan a Geralt de Rivia y que, generalmente, ocupan días enteros que en un principio estaban pensados para ver series sin descanso y para que la única compañía en esa actividad fuera una manta bien calentita. No debería poner excusas, pero lo cierto es que mis Navidades han estado repletas de este tipo de jornadas y, aunque terminé ‘The Witcher’ hace algún tiempo, no había encontrado el momento ideal para escribir la tercera parte de mi diario del seriéfilo. 

En este último mini-maratón, la serie de Netflix ha confirmado todas mis sospechas. Lo que tenemos entre manos es algo grande y lo que hemos visto hasta ahora ha sido un calentamiento de motores que no hace más que dejarnos con el gusanillo y con la expectación -y las expectativas- en todo lo alto. El desconcierto de los primeros episodios da paso a la certeza y a la seguridad en los últimos, en los que todo brilla y todo encaja. Ese hilo invisible, que es la maestría de Andrzej Sapkowski para crear y construir historias y que en ‘The Witcher’ viene representado por el destino, lo guía todo y nos ha llevado a buen puerto, a un final que funciona y convence, por su fuerza y porque realmente ejerce de desembocadura de toda la temporada, de todas las tramas y nudos que se nos van presentando a lo largo de la misma. 

Hay muchas voces que afirman que esta adaptación de la saga del escritor polaco es aburrida, que no merece la pena y que no está bien conducida. Y está claro que no es perfecta, sin necesidad de entrar en comparaciones que siempre hacen daño y destruyen más que construir. Pero ahora que he terminado su primera temporada me siento en condiciones de afirmar que, si bien he encontrado pegas y fallos -como generalmente me ocurre con todo-, me ha gustado. Me ha entretenido, ha generado interés en mí e incluso me ha dejado con ganas de ver más y, sobre todo, de saber más de ese desconocido Continente y de las criaturas que lo habitan. 

El final idóneo

Los principios son importantes. Un buen piloto puede marcar la diferencia para cualquier serie, incluso para ‘The Witcher’. De hecho, paseando por redes sociales como Twitter es fácil encontrarse con decenas de comentarios de espectadores que abandonaron el visionado de la serie de Netflix tras un primer episodio que no logró convencerles. Sin embargo, aunque los inicios pueden condicionar el devenir de toda una temporada, de nada sirven si el final es malo y la serie está pensada para más de una entrega. Si el cierre no deja al espectador atrapado y con ganas de ver más, de saber cómo continúa la historia, la ficción está condenada al fracaso. 

Por eso el final de la primera temporada de ‘The Witcher’ es el idóneo, imagino que mejorable, como todo, pero más que aceptable. Lo es porque supone el colofón a un aumento de tensión y de ritmo que se va fraguando desde el primer episodio y porque deja la puerta abierta a mucho más, con sentido y con inteligencia. Aunque la mayoría de las tramas quedan abiertas, dando paso a la segunda entrega, la serie no se despide con un cliffhanger absurdo e impostado, sino que lo hace como lo que es, una pausa que nos permite coger aire y fuerzas para enfrentarnos a lo mucho que queda por ver. 

Con esta primera temporada ya nos ha picado el gusanillo con el amplio universo creado por Andrzej Sapkowski y con personajes como Yennefer y el propio Geralt de Rivia, ya hemos conectado con ellos y hemos conocido parte de su historia. Ha sido una presentación a lo grande, en la que se ha hecho hincapié en el contexto y en la construcción de estos personajes. Un capítulo de presentación, por llamarlo de alguna manera, que ahora da paso al auténtico estallido, a un nudo de tramas y de historias que apunta muy alto. Así lo siento tras esa primera batalla, tras el encuentro más esperado y tras ese final abierto que tanto promete -y que tan contenta me ha dejado-.