Hay personajes que se echan de menos. De esos de los que aprendes sin apenas percibirlo. Aquellos que deberían tener un recorrido eterno y estar ahí para cuando los necesitemos.
Bette Porter es uno de ellos. Porque la debilidad y la fortaleza viven en una línea tan extremadamente fina que el vértigo es sublime. Se trata de una mujer real. Esa misma que convierte cada error en una lección a no olvidar. Por ello su recorrido se hace lento y doloroso. Porque la brutalidad de la vida es recibir aprendizajes a través de aquello que más nos destroza. Y en ‘The L Word’ su recorrido estuvo cargado de rocas a derribar.
Había momentos en los que ella misma ni siquiera sabía qué quería ni cómo lo quería. Caminaba a tumbos. Rasgando, rompiendo, resquebrajando todo a su paso. Quizá en la búsqueda perpetua de una felicidad innata. De esa que llega sola y no hay que trabajarla.
Ella amaba pero se equivocaba. Y perdía todo lo que tenía. Se torturaba, dejaba el rumbo a terceras personas pero siempre consciente de su punto de retorno. Sufría porque inconscientemente creía no merecer aquello que deseaba. Aquello que ya tenía. Rompía y volvía a suturar. Bette Porter ha sido y fue un camino tortuoso para los espectadores de ‘The L Word’. Y parece ser que lo volverá a ser en esta segunda parte de la historia. Sigue perdida. Con muchas culpas sobre su espalda. Con responsabilidades que desea pero que no sabe como atajar. Soñando con ayudar pero siempre temiendo no estar a la altura.
Nos queda claro, en los dos primeros capítulos que hemos podido ver, que volveremos a torturarnos junto a ella. Que habrá momentos en los que no la comprenderemos. Otros en los que desearemos enviar una lanza a su favor. Situaciones en las que gritaremos que estamos de acuerdo con ella. Vueltas y más vueltas. Como un ser humano normal.
Bette Porter como pareja
Altibajos o desastre podría ser la definición perfecta de esta parte de su vida. También el miedo a querer. A ser abandonada. Así que su máxima función es echar a cualquier mujer que se acerque. A cualquier mujer de la que se enamore. Será interesante descubrir, en esta segunda etapa, si tendremos la ocasión de ver una relación fuerte y duradera. Una Bette Porter más madura.
Bette Porter como profesional
Donde se escuda. Donde se esconde. Da igual la etapa en la que encontremos a Bette Porter, siempre estará oculta en el trabajo. Dando al resto lo que no es capaz de normalizar en su día a día. Es la excusa para no enfrentarse a sus debilidades.
Como amiga
Está. Como ese puerto seguro al que acudir cuando todo lo demás se derrumba. Aunque a ratos parezca ausente. Ella es amiga por encima de todas las cosas. Es consuelo y verdad. Porque Bette te dirá a la cara todo lo que no te gustará oír. Y, al mismo tiempo, hará jaque mate por ti. Podrás esconderte, caer y volver a levantarte. Muchas veces es lo que no han sido con ella. Y su lealtad prevalecerá por encima de todo.
Como madre
Su deseo más ferviente. Y su miedo más atroz. Hemos visto un viaje similar a una montaña rusa. Un sueño que se cumple y una responsabilidad que se ha perdido a ratos. Ser madre es un punto de partida trascendental y una lucha continua. Tanto en la primera parte como en la segunda. Bette quiere, por una vez en su vida, hacer las cosas bien. Ser comprensiva y al mismo tiempo contundente. Desea una educación en libertad pero sin que se convierta en libertinaje. Necesita el control absoluto y no siempre es bueno. Seguro que veremos mil aristas entre madre e hija. Porque Bette necesita ser quien quiere ser y eso, a día de hoy, solo se lo puede dar ella.
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