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‘La línea invisible’ y la magia que, a veces, llega cuando no se espera

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Cuidado, este artículo puede contener spoliers de ‘La línea invisible’.

Para el momento en el que comienza el quinto capítulo de ‘La línea invisible’, el espectador está metido de lleno en la banda terrorista ETA y en sus planes. En su mente sólo hay espacio para Txabi Etxebarrieta y sus decisiones y para Melitón Manzanas, que tiene todas las papeletas para convertirse en la primera víctima de las acciones armadas de la banda. Hay odio, hay miedo, hay inseguridad, hay sentimiento de superioridad, hay rabia… Incluso, a veces, hay espacio para el amor, pero siempre de una manera secundaria. A esas alturas, tenemos claro que el conflicto principal pasa por la muerte del torturador franquista, con el que unos habrán empatizado más que otros a través de su faceta de padre modelo. 

Es entonces cuando se produce la magia, de manera inesperada y sorprendente, y cuando Mariano Barroso coloca al espectador en un punto totalmente diferente y, repito, inesperado. En este quinto capítulo, el director nos presenta a José Antonio y a Amelia, Guardia Civil y camarera respectivamente, que se enamoran de la manera más natural y bella posible. Un flechazo que lleva a un primer paseo y que termina convirtiéndose en uno de esos amores en los que la inocencia es protagonista, como también lo son las miradas brillantes que hablan de un futuro que queda lejos, pero que ya están planeando en silencio y en secreto. Un amor sincero y que lo cambia todo, hasta el anhelo de regresar a la Galicia natal de José Antonio, que ahora se ve sustituido por la necesidad de permanecer al lado de su Amelia, ya sea en Euskadi o en una Barcelona o un Madrid. Al fin y al cabo, su padre no quería que regresara a Malpica, debe ser una señal. 

A través de esta relación, tratada con sumo cuidado y dulzura, el espectador también se enamora. De las sonrisas nerviosas de José Antonio y la picardía de Amelia, de las confesiones entre tortilla de patatas y gritos infantiles y de los planes de futuro bañados con una también bellísima versión de ‘Romeo y Julieta’. Nos enamoramos del amor y de la vida, de cada acción cotidiana que generalmente no valoramos y que vale un mundo, de las caricias y los besos que van a esfumarse, de las oportunidades que nunca llegarán. 

'La línea invisible'

En menos de un episodio, Mariano Barroso, Alejandro Hernández y Michel Gaztambide logran que se produzca la empatía más absoluta y sincera que puede surgir entre un espectador y un personaje. Y lo hacen con dos absolutos desconocidos, de los que no sabíamos nada al comienzo del quinto capítulo y que entran en la historia de una manera desconcertante. Director y guionistas nos entregan aquí un relato hermoso y puro que es en sí mismo la prueba de la fuerza de la ficción audiovisual y que perfectamente podría ser estudiado a partir de ahora en universidades y escuelas: de cómo enamorar al espectador en menos de 20 minutos. Y sin sacarnos de la historia. 

El romance de José Antonio y Amelia no es más que otra de las muchas aristas de la historia que nos cuentan en ‘La línea invisible’. Otro de los puntos de vista indispensables para comprender lo que ocurrió en Euskadi hace tan solo unos años, así como las consecuencias de las decisiones y las acciones llevadas a cabo en ese momento por los dirigentes y los militantes de ETA. Me atrevería a decir, sin intención de quitarle valor al resto de visiones, que esta es la más importante, porque es la de aquellas personas inocentes, anónimas o reconocidas, que perdieron la vida en un instante. Una artista perfectamente construida y representada por Mariano Barroso, Alejandro Hernández y Michel Gaztambide detrás de las cámaras y por Xoán Fórneas y Alba Loureiro delante de ellas

Rosa Suria
Periodista. Escribo y hablo continuamente de cine, series y música.

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