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‘Las ciudades evanescentes’, de Ramón Lobo: el libro perfecto para frenar y reflexionar

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Cada página de ‘Las ciudades evanescentes’, nuevo libro de Ramón Lobo, es universal. Habla de algo que hemos vivido todos, que estamos viviendo. De sentimientos y sensaciones que nos inundan. De miedos e incertidumbres que se han situado en primera línea durante los últimos meses. Pero detrás de esa universalidad o, mejor dicho, delante de ella está la voz personal y desnuda del autor.

Sí, he reconocido todo lo que cuenta y aquello sobre lo que reflexiona, pese a la distancia que me separa de él. Pero también he tenido claro en todo momento que se trataba de un relato personal, escrito desde su propia alma y creado a partir de su propia mirada. Por eso, porque es lo que me piden sus confesiones y los sentimientos que en ellas he encontrado, tengo la necesidad de escribir estas palabras desde mi propia alma. Con mi propia voz, de manera total y absolutamente personal.

Esto me obliga a empezar a hablar de ‘Las ciudades evanescentes’ como un viaje revelador y emocionante. También emocional. No esperaba que la humedad de las lágrimas bañara mis mejillas leyendo este libro. Conozco la voz de Ramón Lobo, su exquisito gusto para la escritura y su talento para enviar exactamente el mensaje que quiere enviar. Para contarnos lo que quiere contar con las palabras perfectas para hacerlo. Pero no imaginaba que hablando de ciudades y pandemias iba a encontrarme con la honestidad y la intimidad que ha decidido regalarnos a través de sus palabras. No imaginaba que fuera a viajar a su interior personal, más allá de su mirada experimentada y analítica. Ni mucho menos que ese viaje a su interior iba a devolverme mi propio reflejo y a invitarme a frenar. A reflexionar y a ser sincera conmigo misma.

Había leído acerca de la sociedad líquida y de la modernidad líquida. Y yo misma me había planteado muchas de las reflexiones que le surgen al autor en el abrigo de su casa o en el desconcierto que inunda a veces las calles de Madrid. Como suele ocurrir, me ha gustado encontrar una confirmación de mis propias conclusiones, un apoyo a esa angustia que tantas y tantas veces se apodera de mí -y de otros muchos- al pensar en el futuro. Del que ya ni me atrevo a hablar.

Pero ha habido algo que me ha sorprendido, pese a que en el fondo es algo que, tras leer y ver mucho desde la distancia, sospechaba. La mirada de Ramón Lobo, esa que busca un contacto fugaz y enérgico en un paseo cualquiera y que trata de hallar a los desconocidos perfectos para un abrazo anónimo pero íntimo, ha visto el horror a tan solo unos centímetros. Ha visto la muerte y el odio. Y, probablemente por eso, es la más humana. En ‘Las ciudades evanescentes’ tenemos una inmejorable prueba de ello.

Se queda conmigo


Las ciudades evanescentes

Hay lecturas que, una vez finalizadas, terminan ocupando su hueco en una estantería física. No las desterramos, las conservamos allí, para recurrir a ellas si algún día lo necesitamos. O para convertirse en una buena recomendación para un ser querido. Pero hay otras lecturas que, además de ese hueco físico, también se hacen con un espacio en nuestra biblioteca interna particular. Esa que constituye nuestra alma lectora y una importante parte de nuestro camino vital.

‘Las ciudades evanescentes’ está cargado de referencias que forman parte de esa biblioteca particular de Ramón Lobo. O de su filmografía. Por ejemplo, el hielo que recordaba Aureliano Buendía frente al pelotón de fusilamiento. Como Macondo, que nunca fue real. Y, sin embargo, siento que he paseado entre sus casas. ‘Cien años de soledad’ forma parte de la biblioteca personal de millones de seres humanos, también de la mía, a la que ahora se ha sumado el último libro de Lobo.

No se va a ir, no sólo por las reflexiones a las que me ha llevado y por la pausa necesaria a la que me ha invitado. Sino por lo que me ha hecho sentir, por lo cerca que he sentido su realidad y la mía. El distanciamiento que existe entre nosotros, no sólo a nivel físico, nos obliga a pensar que el entendimiento y la conexión entre generaciones es casi una utopía. Sin embargo, en las confesiones y en el ejercicio de honestidad y desnudez que realiza Ramón Lobo en las páginas de este libro, me he encontrado tantas veces que he perdido la cuenta.

Lo he hecho en la nostalgia que se apodera de él al recordar tiempos mejores, ciudades mejores. En el amor inconmensurable por la Nueva York auténtica, la que está detrás de los filtros de Instagram. También en el dolor ante un periodismo que nada tiene que ver con el que he admirado y admiro desde niña. En el gusto por la solitude y el miedo a la soledad, la del alma, no la física. Y en su creación de una ciudad propia, ficticia pero real. Sin dejar atrás su comodidad entre los muertos, con los que se siente bien y seguro, a los que habla como terapia y homenaje.

Supongo que ‘Las ciudades evanescentes’ saldría de la necesidad de Ramón Lobo de compartir su visión y su sentir acerca de lo que está ocurriendo a nuestro alrededor. Y también de lo que lleva ocurriendo años. Asimismo, he imaginado que para él ha sido un alivio depositar toda esa nube de pensamientos, sentimientos, miedos y soledad que llevaba y lleva en su interior. Para mí, ha sido como encontrarme una voz amiga. Una mirada cómplice en medio de un Times Square loco o de la abarrotada calle Arenal en plenas navidades. Un alma convertida en palabras, escogidas con un gusto exquisito, que ha sabido emocionarme y activarme. Que ha generado una respuesta en mi interior que espero saber convertir en acciones.

Rosa Suria
Periodista. Escribo y hablo continuamente de cine, series y música.

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