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‘Las estrellas de cine no mueren en Liverpool’: mi refugio

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Hay películas que, sin saber muy bien cómo o por qué, se convierten en un lugar al que siempre queremos volver. En nuestros instantes más oscuros, pero también en los mejores. Refugios en los que reconectar con nosotros mismos y con los sentimientos que encontramos en el primer visionado. Hasta hace unos años, mi refugio siempre había sido ‘The Fighter’. Pero desde 2018, ‘Las estrellas de cine no mueren en Liverpool’ es mi hogar. Una historia a la que siempre regreso, en busca de esperanza, de ilusión y de amor. En busca de algo que me reconforte, aunque me arañe el corazón, y que me haga volver a creer.

La película, dirigida por Paul McGuigan y protagonizada por Annette Bening y Jamie Bell, es una de las más bellas historias de amor que he encontrado en la ficción. Y quizá lo que más me emociona es que sea una historia real. La de Gloria Grahame y Peter Turner, una estrella de Hollywood en horas bajas y un joven actor de teatro británico. Dos almas que se encuentran y se enamoran casi desde el primer contacto. Y que no entienden de obstáculos, ni de edades, ni de distancias. Sólo de los sentimientos que les unen y que un día, cuando la enfermedad se cruza en su camino, terminan separándolos.

Para alguien que no se considera especialmente romántico y que nunca ha tenido inclinación por las películas de amor, es curioso que este sea su refugio. He pensado mucho en el por qué. Sé que la sensibilidad de ‘Las estrellas de cine no mueren en Liverpool’ me atrapó, así como lo hicieron su belleza y su dureza contrapuestas. Pero lo que marcó la diferencia y la colocó en el puesto privilegiado que ocupa en mi filmografía fue la esperanza que transmite de principio a fin. También en los compases más crudos, en los que las lágrimas se apoderan de todo. La esperanza siempre sale a flote en una película tan bonita como lo son las vidas que se viven al máximo. Sin dejar que sean otros los que decidan cómo las has de vivir.

El personaje que me hace creer


Las estrellas de cine no mueren en Liverpool

La historia de amor de Peter y Gloria me enamoró y me devolvió esa esperanza de la que hablaba. Esa sensación de que el amor verdadero existe, ese que surge del interior y en el que no hay prejuicios ni dobles intenciones. Amor como el de los cuentos de hadas, ese que habla de que la belleza está en el interior y que puede derrotar a todo y a todos. Pero lo que realmente me hace reconectar con el ser humano y recuperar la fe es el personaje de Peter. En él encuentro tanta bondad y tantas cosas positivas que, a veces, se me olvida que es una persona real. Me parece sencillamente imposible que, en una sociedad tan podrida como la nuestra, pueda existir un alma tan genuina como la suya.

Desde que entra en escena, Peter es tal y como se muestra. Transparente. En ningún momento esconde su bondad o su generosidad, ni la camufla con un ego que generalmente nos encontramos en personajes de su corte. Pero que aquí no aparece, ni se le espera. Su entrega a lo que ama y a quien ama es total y desinteresada, una parte fundamental de su manera de ser y de entender la vida. Como también lo es la pasión. Por la interpretación y por Gloria, a la que ama con una intensidad sólo a la altura de una historia tan bella como la suya. A través de ella, conocemos a un Peter sin prejuicios, sin miedos y sin etiquetas. Un Peter libre, que abraza la diversidad que él mismo representa y que se atreve a ser diferente en unos tiempos en los que lo diferente era repudiado.

Mentiría si dijera que no me está costando escribir esto. La conexión que siempre he sentido con este personaje hace que lo sienta como un pequeño secreto, casi como una parte de mí. Esa que saca lo mejor que tengo y que muchas veces no soy capaz de ver. Me cuesta hablar de él de manera analítica y en profundidad, porque siento que le conozco y porque creo que con una palabra se puede decir todo de él. Peter es bueno. Es un hombre bueno. En el que el corazón siempre es el que toma la decisión, por complicada que resulte. Alguien capaz de curar todo tipo de heridas con su simple presencia, como bien entiende Gloria. Un opiáceo que calma todo dolor y saca a la superficie lo bueno, lo bonito, lo positivo. La esperanza convertida en personaje.

Siempre que tengo un día gris, que mi cabeza no consigue concentrarse o que necesito un empujón, vuelvo a ‘Las estrellas de cine no mueren en Liverpool’. A los bailes de Gloria y Peter en la pensión. Las conversaciones en la costa estadounidense. Y los besos en Nueva York. Vuelvo a mirar de frente a la esperanza, para que me inunde a mí también, a la vez que el dolor que acompaña al amor verdadero inunda mis ojos de lágrimas.  



Rosa Suria
Periodista. Escribo y hablo continuamente de cine, series y música.

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