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‘One Night in Miami’: sobre la importancia del discurso

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Este artículo puede contener spoilers de ‘One Night in Miami’.

Aunque, si hablamos con propiedad, no estoy segura de si los hechos reales deberían considerarse spoilers. Entiendo que lo son para aquellos que, en este caso, no conozcan a las cuatro figuras en torno a las que gira la película. Para los que se acerquen a ella sin saber su desenlace y sin ser conscientes de lo que significaron las conversaciones que en su día mantuvieron Muhammad Ali, Malcolm X, Jim Brown y Sam Cooke.

Sea como fuere, me voy a tomar la licencia de hablar abiertamente y sin censura de ‘One Night in Miami’. Porque no se me ocurre otra manera de hacerlo. Y porque, tirando también de sinceridad, necesito hacerlo. De hecho, quizá esté recomendando esta película por mí misma, por el placer de poder soltar todo lo que ha dejado dentro de mí.

No sabría decir si es una gran película a nivel de dirección o si funciona su ritmo. Porque el discurso se ha llevado toda mi atención. En las, digamos, varias ocasiones que la he visto. Las palabras de sus cuatro protagonistas han calado en mí de muy diversas maneras, y se han quedado dentro. Provocando en mí una reflexión constante y, sobre todo, haciéndome sentir una herida fantasma. Porque no es mía, no me pertenece y ni siquiera estoy segura de tener el derecho de sentirla como tal, pero Regina King ha logrado que lo haga.

‘One Night in Miami’ no llega acompañada de grandes artificios. De hecho, el 90% de la película transcurre en un hotel mediocre de la ciudad estadounidense. Tampoco puede presumir, ni creo que lo pretenda, de su ritmo. Es una cinta calmada, pausada, en la que absolutamente todo el peso recae sobre el guion y sobre la interpretación de sus protagonistas. Cuatro actores que han sabido meterse en la piel de cuatro figuras de enorme impacto e importancia, sin caer en ningún momento en la imitación excesiva o la caricatura, pero captando su esencia. Y las diferencias existentes entre ellos.


Foto: Elaine Chung

En este sentido, y antes de hablar de lo que realmente me trae aquí, me gustaría romper una lanza a favor del cuarteto protagonista. Leslie Odom Jr. se está llevando la mayor parte de los reconocimientos, y tiene sentido. El intérprete, que dio el salto definitivo con su participación en el musical ‘Hamilton’, se entrega a Sam Cooke. Se deja absorber por él, mientras absorbe su esencia. Y nos regala escenas inolvidables, como esa primera interpretación de su gran himno, ‘A Change is Gonna Come’.

Merece los reconocimientos que está recibiendo, pero también los merecerían sus compañeros. Empezando por un Kingsley Ben-Adir que capta la fuerza de Malcolm X, pero también la sensibilidad de un hombre que lo dio todo por la lucha. Y siguiendo por un Eli Goree cuyo papel es, desde mi punto de vista, el menos agradecido. No por su trabajo, que es impecable, sino por el carácter del entonces conocido como Cassius Clay. Un bebé grande, como bien señalan durante la cinta, al que clava, con gusto y sin llegar a caer presa de la intensidad de su personaje.

Para el final dejo al que más me ha tocado. Al que Regina King ha definido como su ancla, el que permitió que todo saliera adelante. Y que, curiosamente, interpreta al que considero el ancla de este peculiar grupo de amigos. Aldis Hodge da vida a un Jim Brown que lleva tanto por dentro y tanto peso en los hombros que resquebraja con su mirada. Su escena en el baño, mirándose fijamente en el espejo, apreciando el color de su piel y reflexionando en silencio, logró que se me saltaran las lágrimas sin previo aviso. Y es, para mí, una de las grandes escenas de la película.


Foto: Patti Perret / Amazon / Courtesy Everett Collection

El discurso

Ahora sí. El discurso. Ese que a algunos nos ha penetrado de manera directa y que a otros no les ha parecido suficiente. Me pregunto si tendrá que ver el conocimiento previo del espectador. No debería ser así, pero en cierta manera creo que esta es una historia que inevitablemente va a tocar más a aquellos que la han vivido de alguna manera. Y, por supuesto, a aquellos que ya tuvieran algún tipo de relación con las cuatro figuras protagonistas antes de darle al play.

Es mi caso. No es mi historia, pero ninguno de ellos me era extraño, como tampoco lo era su lucha. Por eso, en cierta manera, creo que ‘One Night In Miami’ lo tuvo más fácil conmigo. Pero también considero que cualquier discurso expuesto con la pasión y la verdad que se aprecian en la cinta de Regina King calaría con éxito en mí.

La directora novel ha sabido encapsular en menos de dos horas el por qué de la necesidad de que las figuras públicas, con influencia en la sociedad, se posicionen políticamente y en según qué temas. Lo repite una y otra, y otra, y otra vez Malcolm X en una conversación que parece no tener fin. Lo repite hasta quedarse sin aire y casi sin fuerzas, hasta desfallecer y quebrarse como nunca lo habríamos imaginado. Porque cree en el poder de esas figuras y cree en el impacto real que pueden tener en los demás. En la gente corriente, pero también en las instituciones y en quienes manejan los hilos. Si se levantan aquellos a los que todo el mundo admira, el mundo se levantará.

Qué importante es entender esto y qué importante es mantener vivas a las figuras que, en su día, marcaron la diferencia. Pero esta es sólo la superficie del discurso de ‘One Night in Miami’. Es un mensaje que puede y debe calar, pero no es el único que manda la película de Regina King.

En ella, la directora celebra la belleza de la comunidad afroamericana. Pero quizá esto haya pasado desapercibido -y, sin embargo, es uno de los aspectos que más me ha emocionado-. Lo hace principalmente a través de Muhammad Ali. El entonces joven Campeón del Mundo repite en numerosas ocasiones lo guapísimo que es, lo bello que es. Y es que, efectivamente, el de Louisville se tenía en alta estima. Pero si nos fijamos, en la cinta no siempre hace referencia a su ego. No lo hace cuando comenta lo bellos que son, todos ellos. Ahí Muhammad Ali no está tirando de amor propio, sino de amor y orgullo conjunto y compartido. Está celebrando la belleza de la negritud, la grandeza de la negritud. Pero imagino que no estamos lo suficientemente acostumbrados a ello como para detectarlo con facilidad.

También hay reflexiones subyacentes al mensaje principal, que pueden llegar a ser incluso más importantes o necesarias que éste. Entre gritos, helado de vainilla y saltos en la cama, se reflexiona sobre las diferentes tonalidades de piel existentes y de lo que implican o del papel del blanco que presume de ser aliado. Se muestra el rechazo más doloroso, ese que no llega acompañado de banderas que inspiran odio, sino de sonrisas que despiertan la rabia. Y se dibuja el desencanto que sufrieron todos, de una manera o de otra, y que prácticamente nadie supo ver o comprender.

Entiendo que haya a quien ‘One Night in Miami’ le haya parecido una película lenta, incluso entiendo que no haya llegado a todos. Pero sólo por su discurso, que no he alcanzado siquiera a esbozar en estos párrafos, merece ser estudiada y, ante todo, vista y escuchada con muchísima atención.

Por esto, por las películas que me dejan huella, que me hacen pensar y que no se van de mi lado, es por lo que amo el cine. Ojalá, si has llegado hasta aquí, la disfrutes -y la sufras, porque duele- tanto como lo he hecho yo.

‘One Night in Miami’ está disponible en Amazon Prime Video.

Rosa Suria
Periodista. Escribo y hablo continuamente de cine, series y música.

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