Vale, he empezado un poco fuerte. No quiero acusarte de nada, lector o lectora o lectore, puede que seas la persona más tolerante de este mundo musicalmente hablando, pero de ser así el tuyo sería un caso excepcional. He perdido la cuenta de las veces en las que me he formulado mentalmente esta pregunta. ¿Por qué me tiene que gustar la música que tú digas? ¿Por qué todos tenemos que vivir encasillados en etiquetas que nunca tienen sentido, pero mucho menos cuando hablamos de arte? Y, sobre todo, ¿por qué hay quien se cree por encima del bien y del mal hasta el punto de afirmar qué géneros musicales merecen la pena y cuáles no? Como si unos fueran mejores que otros…
He crecido escuchando a Shakira, Abba, La Oreja de Van Gogh, Estopa, Manu Chao, Jimmy Hendrix o Ella Baila Sola, por poner sólo algunos de los ejemplos que recuerdo con más claridad. La culpa de ello la tienen principalmente mis hermanos, que eran los que me llevaban en coche de un sitio a otro o me ponían la radio los fines de semana. Quizá por eso siempre he sido muy de mezclas. De hecho, ahora mismo mis playlists se mueven entre Post Malone, Levante, Dua Lipa, Sam Smith, Billie Eilish, Don Patricio, One Direction y Carolina Durante. Y, una vez más, estos son sólo los primeros nombres que me han venido a la cabeza escribiendo este artículo.
Me gusta el pop, me gusta el rap, me gusta el R&B, me gusta el trap, me gusta el reggaetón, me gusta la música de cantautor, el pop indie, le encuentro su punto a la electrónica y soy muy de viajar en el tiempo con Elvis Presley, Mecano y algo de Bruce Springsteen. Disfruto los conciertos de unos y de otros, me inspiro con músicas que llegan de puntos muy distantes entre sí y mi banda sonora nunca ha tenido límites. Por eso he tenido que escuchar tantas veces ese dichoso ¿pero cómo te puede gustar el reggaetón si te gusta Andrés Calamaro? ¿Cómo puedes escuchar a Travis Scott y después a Pablo Alborán? ¡Sorpresa! Todo es música.

De la misma manera que a una persona le puede gustar el cine de terror, el dramático y el bélico a la vez, a esa persona también le pueden gustar el rock, el trap y el EDM. Todo ello partiendo de la base de que ningún género es superior al resto. Por lo general, tendemos a colocar siempre por encima el soul, el jazz, el R&B… Y en parte tiene su lógica. En ellos solemos encontrarnos con las voces más potentes, con las composiciones que parecen más elaboradas y con puestas en escena -sí, estoy pensando en los coros gospel- que dejan sin habla al menos impresionable. Pero también hay buenas voces en la música urbana, cargada de letras con significados potentes y que dan visibilidad a una serie de realidades que suelen ser ignoradas. Y hay buenos músicos dentro de la electrónica, verdaderos cerebros andantes con un talento especial para la música, como es el caso de Martin Garrix. Y también hay innovación en el pop y en el rock, dos géneros que no dejan de reinventarse.
Hace tiempo que los propios artistas dejaron de encasillarse en un solo género, conscientes de su error. Porque las personas no nos vestimos sólo de un color, ni comemos sólo una comida. Y tampoco escuchamos sólo un género musical. Tenemos ante nosotros un enorme abanico de posibilidades, todas ellas puestas ahí para nuestro gozo y disfrute, para que vibremos con ellas, para que nos emocionemos y nos sintamos identificados. Si nos ponemos trabas y si seguimos poniéndolas como sociedad, sólo hay un perdedor: nosotros.
Podría ser el arte el que perdiera, pero no. Porque los artistas siguen apostando por la innovación, por el baile entre géneros que cada vez es más habitual y, en definitiva, por la música. Mientras, nosotros, continuamos con prejuicios sin sentido -como lo suelen ser todos- que nos privan de verdaderas maravillas.

¿Por qué tengo que hacer la música que tú me digas?
De la pregunta inicial surge una segunda a la que los artistas también están muy acostumbrados. Probablemente el ejemplo más claro y más actual lo encontremos en Rosalía. La cantante se ha convertido en uno de los principales fenómenos mundiales del momento, si hablamos del mercado musical, y lo ha hecho presentando una propuesta que une el flamenco, el pop, el reggaetón, el rap… Una combinación de géneros que parece imposible si nos seguimos empeñando en encasillarnos en etiquetas, pero que está demostrando ser la clave del éxito en una época de sobreproducción musical como la que estamos viviendo.
Las críticas a Rosalía han sido y son incontables. Dejando a un lado el tema del flamenco y de la apropiación cultural que ya parece haber quedado atrás, el debate en torno a su música sigue estando presente. Y siguen apareciendo voces que espetan que la cantante no puede lanzar ‘Pienso en tu mirá’ y después ‘Con altura’. Supongo que es una regla no escrita que sólo conocen algunos y que yo me he perdido, porque no entiendo nada.

¿Por qué Rosalía sólo puede hacer música dentro de un mismo género musical? Si ella se siente cómoda en dos, tres o en todos, ¿por qué no puede explorarlos y ofrecernos productos completamente diferentes entre sí? Estamos criticando cuando deberíamos estar celebrando. Celebrando el regalo que es tener a una artista atrevida y con una inteligencia emocional como la de Rosalía -sin hablar de su talento-, celebrando la diversidad y celebrando la riqueza de la música actual.
La lista de ejemplos es interminable. Ahora parece que ya no se habla tanto, pero también Post Malone fue atacado por ser un blanco “haciendo música de negros”. Siglo XXI. Racismo, para empezar. Prejuicios y mucha soberbia para continuar. Supongo que como raza somos demasiado conformistas, que no nos gusta atrevernos y movernos por terrenos que no conocemos y que, con la envidia siempre como principal ingrediente de las sociedades actuales, no soportamos que haya quien lo haga y le funcione.
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