Natalia Lacunza siempre tiene una conversación pendiente con el escenario. Se nota y se palpa cuando se sube a él. Una charla donde hablar de música y de raíces. De pasado y de futuro. Cuatro palabras inacabadas de lo que querría ser viajando, de ciudad en ciudad, con sus letras y sus melodías de la mano. Porque es vida cuando se apagan las luces, grita el público y comienzan a sonar esos primeros segundos de lo que fue construyendo ‘Otras Alas’.

‘Otras Alas’ le dio la oportunidad de escupir lo que era necesario echar. Tuvo que caer, dar de bruces con la realidad y sacar todo lo que debía para curar. Al final cada canción, cada letra, se construye como una cicatriz de lo que nos hizo llorar, sufrir, padecer y, en algunos momentos, hasta agonizar. Por eso, la pasada noche, dentro de la campaña #WeSingle fuimos testigos de instantes de rabia, fugaces momentos de frustración, minutos de serenidad y ese ‘feeling’ que muy pocos consiguen frente a su público. Natalia Lacunza comunica con cada poro de su piel. Y sus miradas son el reflejo perpetúo de cada una de sus sensaciones.

Y eso se palpa cuando puedes disfrutar de su directo. La comunión que ejerce con cada uno de sus temas. Como los acaricia y los mima. Como cuida cada segundo, cada mirada y movimiento. Quiere transmitir con sus cinco sentidos. Enseñar lo que en otros momentos guardaría, bajo llave, entre cuatro paredes.

Las ventajas de viajar en el tren de una nueva artista es que puedes disfrutar de cada progresión, de cada nueva respiración. Ver crecer, artísticamente, a Natalia Lacunza es de esos regalos que muy pocos aprecian y que muchos echarán de menos cuando, el día menos pensado, se convierta en artista de todos. Aunque, en el fondo, pocos hayan sabido comprender sus silencios.


¿Por qué me tiene que gustar la música que tú digas?

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