Esta crítica no contiene spoliers de ‘Las luminarias’ y se ha escrito después de ver los dos primeros episodios de la serie. 

Partamos de la base de que ‘Las luminarias’ no es para mí. Y también del hecho de que no he leído el libro. Por eso, en mi visionado y en la posterior crítica no ha influido ningún tipo de comparativa con la obra de Eleanor Catton. Ni para bien, ni para mal. Quiero aclararlo desde un primer momento, porque soy consciente de que habrá muchos lectores que, antes de sumergirse en la serie, que se estrena el próximo 22 de junio en HBO España, querrán saber si van a encontrar el mundo creado por la escritora canadiense. No puedo decíroslo, no sé cómo era esa Nueva Zelanda que ella construyó, ni el universo mágico con el que la bañó. Vengo a hablar exclusivamente de la versión televisiva. 

La serie, que cuenta tan solo con 6 episodios, nos presenta la historia de Anna Wetherell (Eve Hewson). Una joven que decide embarcarse en un largo viaje, concretamente hasta Nueva Zelanda, en busca de una nueva vida. Hablamos del años 1865, época en la que la fiebre del oro se adueñó de aquella zona. Justo el último día de viaje, Anna se encuentra con Emery Staines (Himesh Patel), un interesante hombre que rápidamente llama la atención. Una especie de señal de que todo iba a ir bien. Pero ese mismo día, también se topa con la misteriosa Lydia Wells (Eva Green), una adivina que parece tener otros planes para la joven. 

La serie va intercalando esta parte de la historia, la llegada de Anna a Nueva Zelanda y sus primeros pasos allí, con un episodio ocurrido meses adelante. Un episodio en el que la joven ya no desprende ilusión y esperanza, sino miedo, confusión y tristeza. Así, entre flashbacks, el espectador irá conociendo el camino de Anna, irá explorando el universo mágico de Eleanor Catton y construirá las redes que relacionan a todos los personajes. O eso quiero creer, porque en los dos primeros episodios he encontrado más confusión que otra cosa. 

¿Me interesa?

Consejo: esta es la primera pregunta que tienes que hacerte antes de ver ‘Las luminarias’. ¿Te interesa una trama que une almas gemelas que no se encuentran, magia y oro? Entonces, dale una oportunidad. Pero si lo que buscas es una serie que atrape desde el primer minuto y en la que te domine la intriga, no te la recomendaría. La historia de una joven que llega a una Nueva Zelanda de la que nos gustaría saber más, con un pasado del que no sabemos nada y en busca de una oportunidad… Ya la hemos visto en demasiadas ocasiones. Y ese universo mágico que marcaría la diferencia no hace prácticamente acto de presencia en los dos primeros capítulos. 

Hay cartas, conversaciones místicas y una adivina que sí es magnética, en gran parte gracias a la siempre enigmática Eva Green. Pero no encuentro esa emoción que siempre acompaña a la magia o incluso al amor. La acción transcurre, para mí, con un ritmo demasiado pesado durante los flashbacks. Y, a la vez, siento que la historia es confusa. No en el sentido de entenderla como un reto para el espectador. Simplemente, me cuesta seguirla y me cuesta mantener la atención. Es más que probable que la culpa recaiga en gran parte en mi interés o, mejor dicho, en la falta del mismo. Pero, más allá de eso, creo ver errores universales, sobre todo a nivel de ritmo y narración, que pueden desconectar a muchos espectadores de la historia. 

Sí, pero no

La estética es bella. Hay según qué ambientes que me chirrían, me sacan un poco de la autenticidad que esperaba encontrar. Pero, a rasgos generales, es bonita. Agradable de ver. En estos dos primeros episodios que he podido ver, se me queda algo corta la presencia de un escenario como es Nueva Zelanda. Soy consciente de que los escenarios que aparecen representados son los que marca la novela, pero esperaba que lo que me cautivara fuera precisamente el todo y no solo el vestuario, que es hacia donde se me han ido los ojos. 

También me ha cautivado el reparto, sobre todo la ya mencionada Eva Green y Eve Hewson. El brillo de sus ojos en los flashbacks y la confusión en su mirada durante la historia presente son, para mí, lo mejor de ‘Las luminarias’. Su dulzura, su fragilidad y su fortaleza, perfectamente combinadas. La potencia que transmite, tanto ella como su personaje. Me gustan, fueron la razón por la que no me importó demasiado ver el segundo episodio. Pero, siendo honesta, no hay nada que me invite a seguir viendo la serie. 

No es una mala ficción. De hecho, partiendo de una historia bien construida y cargada de atractivos, era complicado crear algo malo. Pero se queda a medio camino. Tiene buenas intenciones, entre ellas la de situar al espectador en un punto retador, pero en la ejecución no termina de acertar. Y, además, depende enormemente del interés del espectador. No es una serie universal, sino que va destinada a un público muy concreto. Y yo, por suerte o por desgracia, no formo parte de él.

Quizá, si ya conociera la historia y ya hubiera sido cautivada por el universo mágico, por esa Nueva Zelanda de la que tan poco sabemos y por una historia que habla de destino, de amor y de almas gemelas, ‘Las luminarias’ me hubiera encantado. Pero supongo que, mientras que Anna y Emery conectan con una sola mirada, a mí me ha ocurrido todo lo contrario con la serie.