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‘El castillo de cristal’: la familia y el amor inevitable

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Hay algo terrible en los pases de prensa para periodistas: la falta de intimidad. Cuando vas al cine, te cruzas con extraños a los que, probablemente, no volverás a ver. Se produce una especie de conexión o de comunión momentánea, que dura lo que dure el largometraje en cuestión. Pero todos mantenemos nuestra burbuja de intimidad, que nos permite reír a carcajadas o llorar sin consuelo. Sin embargo, cuando estás rodeado de rostros conocidos y profesionales, hay cierta cohibición. No digo que cueste más entrar en las películas, sino que se pierde una parte de la libertad para emocionarse. A juzgar por cómo pasé los últimos 45 minutos del visionado de ‘El castillo de cristal’, esa pérdida no termina de afectarme del todo.

Confieso que, después de casi una hora de lágrimas, sollozos y pañuelos gastados, salí corriendo de la sala antes de que se encendiera la luz. Temí haber ofrecido un espectáculo demasiado grotesco para los allí presentes. Y también apareció ante mí un miedo con el que estoy acostumbrada a convivir. El temor a haber visto algo diferente al resto, a encontrarme aislada con mi opinión y mis sentimientos, a ser diferente en una sociedad que aplaude a las masas y señala a los que se salen de ella. A día de hoy, no he pensado mucho más acerca de ello, pero he seguido emocionándome con cada visionado de la película de Destin Cretton.

A él le debo otra de las cintas que más me han marcado en los últimos años, ‘Cuestión de justicia’, en la que tampoco ahorré en lágrimas. De hecho, superó el récord antes batido por ‘El castillo de cristal’, que había derrocado a ‘Las 13 rosas’. Pero hoy vengo a hablarte de la segunda, de la huella que ha dejado en mí y de por qué creo que, independientemente de los gustos personales, es una película que todos deberíamos visitar al menos una vez en la vida. Para entender un poco más sobre la(s) familia(s) y sobre ese amor inevitable que duele, pero sin el que no seríamos nosotros mismos.

Detrás del drama


El castillo de cristal

Efectivamente, y como bien habrás podido imaginar a partir de mis constantes referencias al llanto que me provoca esta cinta, es un drama. Un drama intenso, oscuro y de esos que no deberían verse cuando estamos atravesando un momento complejo. En ‘El castillo de cristal’ el dolor se respira. Se aspira, mejor dicho, hasta convertirlo en propio. Y no es necesario que lo que vemos en la pantalla nos traslade a un episodio concreto de nuestra vida. Al contrario de lo que ocurre otras muchas veces, no es la experiencia compartida lo que genera la conexión aquí. Es el hecho de que todo gire en torno al amor, la familia y las oportunidades lo que la hace universal. Aunque el relato de Jeanette Walls poco o nada tenga que ver con nuestra vida.

A través de su mirada, madura, ambiciosa e inocente dependiendo de la época en la que nos encontremos, visitamos la historia de su vida. Conocemos la relación con sus padres, unos nómadas introducidos en un torbellino de auto destrucción y destrucción de su entorno en el que atraparon a sus hijos. Pero también unos padres que podían ser los más divertidos y cariñosos del mundo. Y que querían con locura a sus hijos, aunque muchas veces no supieran cómo expresarlo. Lo mismo le ocurría a Jeanette. Su alma se fue rompiendo entre su infancia y su adolescencia, mientras contemplaba la decadencia de sus progenitores, especialmente de su padre, preso de su adicción y de su pasado. Y el amor se fue uniendo al dolor, al desprecio, a la decepción, a la incomprensión y, por momentos, al odio. O, quizá, a la rabia.

En sus viajes al pasado, comprendemos el efecto que tienen las heridas de la infancia en nuestra madurez. Y también cómo las circunstancias que nos rodean o en las que hemos crecido nos marcan de por vida. No importa lo alto que sueñes o la ambición que tengas. A veces ni siquiera importan el talento y el trabajo. Y eso genera una frustración que puede empujarnos a cometer los mismos errores que observamos cuando nuestra mirada aún era inocente. Lo vemos en Rex, el padre de la protagonista, cargado de contradicciones y de una oscuridad que pudo a todo lo demás.

‘El castillo de cristal’ es dura. Nos habla del daño que podemos llegar a hacer a quien más queremos, mientras nos destruimos a nosotros mismos. Y también de cómo, a pesar de todo, de las heridas, de los malos recuerdos y del desastre, seguimos queriendo a quien nos quiere. A quien nos ha dado, entre tanto terror, una pizca de luz.

Rosa Suria
Periodista. Escribo y hablo continuamente de cine, series y música.

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