Se abre el telón. Una luz cegadora da paso a una montaña de escombros. En lo alto de este escenario de cemento y ladrillo vemos a una mujer enterrada hasta la cintura. Está durmiendo. Es Winnie. El sonido atronador del despertador la desvela. Y a pesar de que todo lo que hay en el espacio da pie a una realidad desagradable y pesada, Winnie se despierta radiante. Hace un día “divino”, dice ella. Winnie es irracionalmente optimista. Bajo un sol asfixiante y un terreno yermo, vive acompañada de Willie, su marido. Una relación marchitada que se sustenta por la ferviente necesidad de Winnie de ser escuchada para que su día tenga sentido, para que su existencia tenga un motivo.
La obra es prácticamente un monólogo en el que apenas hay desplazamiento alguno. Y ante la duda sobre quién es capaz de abordar semejante reto, la respuesta es sencilla: Fernanda Orazi. Con una capacidad espectacular para hacer cambios de ritmo, llenar de vida las pausas y exprimir al máximo la esencia del texto, Orazi hace de esta interpretación todo un ejemplo de las capacidades que puede llegar a desplegar una actriz ante el desafío de este texto beckettiano.
Beckett y la filosofía del absurdo
En ‘Los días felices’, Beckett aborda el paso del tiempo, uno de los temas más recurrentes del dramaturgo. Padre del teatro del absurdo, caracterizado por la parodia y el humor corrosivo, la obra del irlandés se caracteriza por la creación de un mundo propio, onírico, surrealista, plagado de personajes extraños que a su vez nos resultan familiares. No se encuentran tan alejados de nuestra realidad.
En este caso, el espacio escénico, acompañado en todo momento por una luz brillante que varía entre diferentes gamas de naranjas y amarillos, recrea la sensación de un horno. Un “horrible calor”. Una atmósfera que sitúa al espectador ante un mundo pesado, estéril, distópico.
La inmovilidad de Winnie no deja de ser una metáfora del deterioro físico e intelectual del personaje que se hace patente con la repetición de frases provocadas por el olvido. Y sin embargo se muestra irracionalmente optimista. Hace un día “divino” dice nada más despertarse. Winnie podría ser hoy una representante de la “happycracia”, ese fenómeno del que nos hablaba Edgar Cabanas a través del cual el ciudadano tiene la obligación de ser o, por lo menos, mostrar que es feliz. A pesar de que es consciente de su desgraciada situación, sigue intentando convencer al espectador de que es feliz. Una felicidad cimentada en la realización de continuas tareas insignificantes que llenan su día a día. Una vida que continúa y concluye sin que nada realmente ocurra.
La obra (Happy days, originariamente), se estrenó en Nueva York en 1961, en el Cherry Lane Theatre, dirigida por Alan Schneider y con Ruth White en el papel de Winnie. El propio Beckett llegó a dirigirla en dos ocasiones: en 1971 en el Teatro Schiller de Berlín, y en 1979 en el Royal Court de Londres. En España se publicó por primera vez en 1963 en la revista teatral Primer Acto con la traducción de Tino Martínez Trives, quien a su vez decidió llevarla a escena ese mismo año durante un festival de teatro en el María Guerrero con Maruchi Fresno como protagonista.
Fotografías por marcosGpunto
Un teatro insólito
A pesar de que se ha defendido que la oralidad con la que Beckett escribía sus obras permitía que luego se trasladasen fácilmente al teatro, la realidad es que llevar al escenario un texto del dramaturgo irlandés siempre es arriesgado. Son obras que, como lecturas, resultan maravillosas. Pero a la hora de representarlas son complicadas. El ritmo, las acciones… son diferentes, atípicas. El tiempo se transforma en un sujeto más. Son personajes que viven a través de rutinas insignificantes para no pensar y no tener así que enfrentarse al sufrimiento de la propia vida. Por lo tanto, sus obras requieren de una sensibilidad especial para dotarlas de vida encima del escenario. Una responsabilidad que, por cierto, cumple a la perfección el equipo liderado por Messiez, recreando con delicadeza e ingenio el texto de Beckett.
Independientemente de la gran calidad artística que desprende ‘Los días felices’, puede surgir la duda sobre la aceptación que puede llegar a tener en un público habituado a otro tipo de contenidos. Vivimos en una sociedad acostumbrada al consumo superficial e inmediato de los mensajes que recibimos. Nuestra capacidad de atención focalizada, de estar atentos a un único contenido de manera continua, se ha visto considerablemente disminuida. La presencia constante de estímulos se hace necesaria para mantener el interés del espectador y exponer al ciudadano a una obra de hora y veinte donde la actriz se encuentra limitada para moverse, es un reto. Un reto que, por supuesto, supera cualquier expectativa y resulta ser toda una experiencia para que el espectador pueda admirar el talento artístico que derrocha el equipo en conjunto que ha puesto en pie Los días felices.
EQUIPO
De
Samuel Beckett
Traducción
Antonia Rodríguez Gago
Versión y dirección
Pablo Messiez
Reparto
Francesco Carril y Fernanda Orazi
Escenografía y vestuario
Elisa Sanz (AAPEE)
Iluminación y vídeo
Carlos Marquerie
Espacio sonoro
Óscar G. Villegas
Fotografía
marcosGpunto
Coproducción
Centro Dramático Nacional y Buxman
Producciones
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