En su primera cita, tomando un café a las cuatro de la tarde, Betsy utiliza la letra de una canción de Kris Kristofferson para definir a Travis Bickle. «Es un profeta y un vendedor de drogas. Mitad verdad, mitad ficción. La más pura contradicción». Como era de esperar, por la obsesión que ya había quedado patente desde el comienzo de ‘Taxi Driver’, el protagonista se centra en la parte de camello y obvia el verdadero fragmento que le define a la perfección. Betsy acababa de conocerle, pero dio en el clavo.
Con este peculiar taxista nos cuesta saber si nos está mostrando su verdadera cara, la imagen que ha creado de cara a sus clientes, la que elabora para enamorar a la joven… Diferentes personas con un mismo rostro físico, pero cargadas de contradicciones, que no hacen más que aumentar conforme avanza esta obra maestra de Martin Scorsese.
Aparentemente, tal y como se nos muestra al comienzo de la película, Travis es un buen hombre que lo único que busca es trabajar duro para ganarse la vida y mejorar la calidad de esta misma. Un veterano de guerra que arrastra las consecuencias del horror vivido y presenciado, sin comprender cuáles son estas y sin contar con apoyo por parte del Estado para acabar con ellas y volver a tener una vida normal. Porque no lleva una vida normal. Trabaja demasiado, no duerme y su única afición, de la que no disfruta, parece ser acudir a los cines para adultos en busca de ese sueño que nunca llega.
Una vida anodina en la que la rabia poco a poco va ganándose un importante espacio. El trabajo de Travis, taxista nocturno, le obliga a presenciar escenas que le repugnan, que le provocan un rechazo supremo. Prostitución, drogas, pobreza, reyertas… Todo ello, sumado al maltrato que sufre por parte de los clientes, quienes siempre se creen superiores a quien maneja el coche que les lleva a su destino, va haciendo mella en una personalidad que no parece estar definida y en una persona atormentada que no tiene ni busca salida para ese infierno.
De hecho, el único atisbo de salida que presenciamos es esa corta relación que mantiene con Betsy. Para él, es un paso adelante en su camino por convertirse en una persona más, con una vida corriente, pero para nosotros, los espectadores, es la prueba definitiva de que no sabe cómo mantener una verdadera relación, sea del carácter que sea, con otra persona. En las conversaciones que presenciamos, comprendemos que no tiene aficiones, que no posee estudios ni conocimientos en materias importantes como la política y que no conoce las nociones básicas de la socialización. Sólo necesitamos observar la escena en la que Travis lleva a la joven a un cine para adultos y en la que la incomprensión y la incredulidad se aprecian en su rostro para entender que no es consciente de lo que hace mal en el ámbito de las relaciones sociales.

La obsesión como eje
Como he mencionado, Travis no tiene aficiones, no tiene verdaderos amigos, no sabe mantener relaciones sociales con otras personas. Sólo trabaja, va al cine para adultos, intenta dormir y regresa al trabajo. Sin embargo, dentro de este hastío en el que está asentado -pero no cómodo- existe algo que le mantiene vivo: sus obsesiones. En cierto punto de la película, el personaje interpretado por Robert De Niro afirma que siempre ha tenido y ha necesitado un objetivo para continuar avanzando, para seguir en pie. Ese objetivo del que habla es lo que termina convirtiéndose en su obsesión.
En los primeros compases de la cinta vemos que esta obsesión, en torno a la que gira su vida, es conseguir más y más dinero, imaginamos que para mejorar su situación. Tras esto, su obsesión y el centro de todo pasa a ser Betsy, más tarde su fijación por limpiar Nueva York y por último la salvación de Iris, una jovencísima prostituta que tuvo la suerte o la desgracia de subirse un día en su taxi. Siempre hay algo, y ese algo es el que condiciona su vida y su forma de ser y comportarse.
También ese algo es el que nos permite conocer las muchas contradicciones que existen en él. De un momento a otro, pasa de ser una persona que no tienen ningún aprecio por su físico y que no se cuida a hacer ejercicio a diario y a un nivel bastante exigente. Dependiendo de cuál sea su objetivo en cada momento, cambia su vida y cambia él mismo. Y si en un principio creemos que su personalidad no está del todo formada, esto nos hace pensar que quizá no posea tan solo una, sino varias.

Un rostro, muchas caras
A lo largo de la película, conocemos a un Travis educado y dulce, a un Travis detallista y romántico, a un Travis preocupado y protector, a un Travis anodino y sumiso, a un Travis violento y sin escrúpulos, a un Travis atormentado y cargado de odio… Todo esto entra dentro de su pequeño cuerpo, pero el taxista es lo suficientemente inteligente como para guardarse algunos de estos rasgos para sí mismo.
Aunque en ocasiones puede parecernos demasiado ingenuo, sobre todo en el ámbito de las relaciones sociales, lo cierto es que es mucho más inteligente de lo que muestra. Por eso, sólo deja ver algunas de sus caras a sus amigos, por eso termina convertido en un héroe después de descargar su rabia contra unos delincuentes deleznables. Detrás de esa imagen de ciudadano ejemplar que él mismo ha construido y que una sociedad ciega le ha otorgado, hay un alma atormentada que bien podría haber acabado con la vida de un pobre vagabundo o de una prostituta que tuviera la mala suerte de cruzarse con él.

¿Es un psicópata? Puede ser. La sangre fría que muestra en ciertos momentos de la película, como en la propia escena de la masacre, nos hace pensar que es mucho más frío de lo que imaginábamos. Es evidente que no tiene ningún aprecio por la sociedad que le rodea y que tan solo valora las vidas de algunos seres humanos, a los que considera moralmente superiores y merecedores de la misma. Además, es capaz de cambiar de máscara dependiendo de los ojos que le miren y, por encima de todo, continúa con su vida con la seguridad de que ha limpiado parte de la suciedad de su ciudad.
Por momentos, creemos estar escuchando un discurso nazi, en contra de todo lo diferente. Porque Travis quiere acabar con la delincuencia, sí, pero también con los gays y las lesbianas. Está repleto de un odio frío, un odio al que domina y con el que juega, y un odio que por momentos elimina la humanidad que puede quedar en él.

¿Villano o héroe?
La gran pregunta que surge después de ver ‘Taxi Driver’. Travis Bickle ¿es un gran villano, es un héroe o es una víctima de un sistema podrido? Como siempre, todo depende de la perspectiva y de la parte de la historia que conozcas.
Ante todo, creo que este peculiar taxista es una víctima. Un veterano de guerra más al que el Estado ha ignorado, sin prestarle los servicios necesarios para superar traumas y acabar con los fantasmas de Vietnam. Un hombre explotado para lograr un salario ridículo, que no le permite casi ni vivir con dignidad. Un taxista maltratado por los clientes, a los que debe respetar y permitir todo tipo de actitudes y comportamientos con tal de cobrar y seguir con vida. Un hombre al que la oscuridad va atrapando poco a poco.
Pero también es un villano bien construido, complejo y con muchos enigmas. Incluso cuando termina la cinta, cuando hemos llegado al clímax de ese camino hasta convertirse en un asesino frío y sanguinario, se nos presentan preguntas como estas. Un villano que ha pasado a la historia del cine y que no ha envejecido. Porque ese infierno que vive y ese monstruo en el que se convierte siguen presentes en nuestra sociedad. Han pasado más de 40 años y no hemos aprendido nada. Pero seguimos sorprendiéndonos cuando aparecen nuevos Travis Bickle, a los que algunas veces coronamos -como en ‘Taxi Driver’- y otras condenamos.
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