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La muerte se convirtió en arte cinematográfico

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El séptimo arte es la mejor manera de representar a la sociedad actual. El cine tiene una función social implícita que siempre se evade, ya sea en ciencia ficción, en drama, comedia o documental. Las historias que se ven en la pantalla tienen una finalidad concreta: hacer que la persona reflexione sobre su vida. No importa cómo, ni dónde. De este modo, no importa la temática, aunque es cierto que la industria cinematográfica es mucho más reticente en un aspecto: la muerte. La mirada temerosa de la industria  es evidente. Se evita hablar de ella aunque sea un elemento que todo el mundo tiene presente en cualquier instante, incluso ese público objetivo que va al cine.

El cine cada vez es más consciente de esta circunstancia y pese a eso, intentan introducirla. Parece que el cine es menos cine si no hay un fallecimiento en la película. Es más, una película sin una muerte no tiene sentido. Se maqueta una “realidad” idealizada, cuando deberían hacerla lo más fidedigna posible. El final del transcurso de la vida no puede ser endulzado y adornado como suelen hacerlo últimamente.

Son diversas las productoras que están trabajando en este aspecto. Un claro ejemplo es Warner. En el fondo, si miramos todas las muertes, o la gran mayoría, que han llevado a la gran pantalla, tienen dos premisas que son idénticas en todo momento. Por una parte el cuerpo no se queda intacto. Al contrario, el cuerpo de alguna manera desaparece, ya sea adelantando el cronometro de la descomposición o bien fragmentándolo en miles de pedazos. Todo esto ante una agónica ralentización de la imagen.  

Existe otro aspecto a destacar en esta productora, que es el “humito” que aparece en algunas de sus películas, que corresponde al alma cuando el cuerpo deja de  tener vida. Poco a poco ésta se va evaporando, creando una simbiosis con el ambiente y el aire. Es  uno más. En ese sentido, llega uno a considerar si es necesario hacerlo de ese modo o no.

Del dolor al arte

La muerte es un tema tratado con ambigüedad y hasta cierto punto la manera que más se aproxima es ‘El hijo de Saúl‘ de Lazlo Nemes. Es una película de un tema sin explotar como es la Segunda Guerra Mundial (notese la ironía). Sin embargo, su aproximación al perecer de la vida brilla por el tratamiento que realizan. En este trabajo audiovisual cinematográfico juegan con los sentimientos y los sentidos del espectador, pero lo hacen desde un punto nada indagado. En el momento que entran en las cámaras de gas no entran en el interior de sala, se quedan en la puerta y en ese instante solo se escuchan gritos, ruido y golpes.

El final de la vida es una introspección y en ese aspecto el cine no se atreve a investigar. Cuando se acerca el final, la gente que ha estado cerca del abismo suele decir que ha visto su vida pasar por delante, como si fuese un continuo transcurso de emociones y situaciones que nunca se ha parado a pensar en ellas. En ese sentido, el séptimo arte no suele adentrarse. No se llega a empatizar con el personaje, ya sea el protagonista o el antagonista, en un instante en el que deja de ser objeto para pasar a ser persona.

La muerte es dolor. El sufrimiento de estar solo postrado en una cama de hospital durante un tiempo indeterminado, de ver que no puedes hacer nada para remediarlo y sobre todo, de ver que hay sueños todavía por cumplir. Al fin y al cabo, nadie enseña a vivir. Al contrario, se enseña a sobrevivir. No se sabe vivir la muerte de uno mismo, solo se limita la persona a decir que ha llegado su momento de irse.

Cine y literatura van de la mano

La única manera que ha encontrado el cine para lograr este feedback con el espectador es a través de los personajes con personalidades muy bien marcadas; personajes con trastornos mentales o traumas. Un ejemplo de esto pueden ser: ‘Harry Potter’, ‘el Joker’ o ‘Doctor Sueño’.  En ese aspecto la industria cinematográfica le debe a la literatura el hecho de no depender de ciertos cánones cronológicos o de extensión que le impide al cine poder desarrollar una trama si no es mediante sagas.

La literatura se permite el lujo de adentrarse en el mundo de la persona y no del personaje. La identidad, esa que se crea mediante los imputs que se reciben del exterior, sigue vigente en todo momento y es lo que llega a cautivar del individuo. Este aspecto si que lo trabaja el cine, como por ejemplo en la recién estrenada película de ‘Doctor Sueño’, cuando en determinadas escenas se ve como los personajes se alimentan de las almas de otras personas.

El paso del tiempo es lo más próximo a la muerte que puede existir. Cada día millones de células fallecen mientras otras nacen y no nos damos ni cuenta. Es por ello, que desde un punto de vista propio de la belleza de la imagen que se nos muestra, se puede llegar a comprender el final de la vida. De este modo, Warner es una de las productoras que mejor lo trabajan, llegando a crear una ilusión filosófica y hermosa de la realidad.  Tal y como diría René Chart, “No tenemos más que un recurso frente a la muerte, hacer arte antes de que llegue” y eso es lo que debe hacer el cine.

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