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Las infinitas virtudes de ‘La trinchera infinita’

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Mucho antes de que se estrenara ‘La trinchera infinita’, antes incluso de poder ver su tráiler, Antonio de la Torre compartió conmigo y con mi compañera Judith el argumento de la película. Las dos nos quedamos completamente paralizadas y sorprendidas, principalmente porque casi ni recordábamos la historia de los topos. La habíamos estudiado en el instituto, por supuesto, pero muy por encima, sin llegar a comprender lo que fue realmente la vida de todos estos seres humanos que se convirtieron en el miedo personificado y que vivieron una vida en la muerte. Una historia que, pese a lo explotada que siempre ha estado nuestra Guerra Civil en el cine, no había llegado a la pantalla hasta ahora, no como lo ha hecho en la cinta de Jon Garaño, Aitor Arregi y José Mari Goenaga

Este trío de oro del cine español lleva años demostrando que son especialistas en encontrar precisamente esas historias que importan y que conectan y que son capaces de representarlas en el cine mejor que nadie. Su especial sensibilidad para este séptimo arte y su inteligencia emocional hacen imposible no empatizar con los personajes que nos presentan, a los que siempre, sin fallo, vemos como personas. A veces, comprender sus miedos, sus inquietudes, sus sentimientos y sus pensamientos no es tarea fácil, pero con este trío de directores y guionistas es algo natural, orgánico, que simplemente ocurre. Su cine es cercano, es real y es humano. Y toca tanto que las palabras sobran y dan paso a los sentimientos. 

Precisamente de ahí nacen muchas de las virtudes de ‘La trinchera infinita’. La historia en sí importa. Importa el infierno que vivió Higinio, dominado por un sentimiento tan oscuro como es el miedo, pero también empujado por las ganas de vivir y de sobrevivir a una realidad que nadie debería experimentar. Importa también el infierno de su mujer, Rosa, que vive una vida a medias y a la que salva el amor, la tenacidad y la fuerza de quien quiere y confía en un futuro mejor. Importan los cientos de nombres y rostros que durante años desaparecieron y que no han recibido el homenaje merecido, tratados por muchos como cobardes y traidores, señalados de manera injusta y absurda. Importa que sepamos lo que ocurrió, pero también que lo vivamos y lo sintamos, que no nos lo cuenten, sino que seamos testigos. Que escuchemos al miedo, que nos ilumine y nos abrigue el amor, que nos agarrote la angustia. Esa es la principal virtud de una película tan valiente y tan humana como esta. 

'La trinchera infinita'

Y no habría llegado a ser una virtud completa sin Antonio de la Torre y Belén Cuesta. Ambos actores nos entregan aquí un trabajo impecable y de una sensibilidad y una fuerza emocional arrebatadoras. Los dos se lanzan al vacío y se atreven a explorar las partes más oscuras del ser humano, esas de las que nunca hablamos, casi ni con nosotros mismos. Se dejan llevar por la verdad que hay en Higinio y Rosa, que representan a tantos otros, y la comparten con todos nosotros en un ejercicio de entrega y generosidad único, que define a la perfección el oficio del actor y el poder que tiene

Tampoco habría sido posible que esta virtud fuera completa sin la maestría de Iñaki Díez, Alazne Ameztoy, Xanti Salvador y Nacho Royo-Villanova en el sonido, cómplice absoluto de Jon Garaño, Aitor Arregi y José Mari Goenaga en la construcción de esta trinchera infinita. El sonido y el silencio lo dicen todo en las escenas más oscuras, mientras contenemos la respiración en imitación de Higinio y nos imaginamos, porque no somos capaces de sentirla con tanta fuerza, la angustia de esas personas que se convirtieron en sombras durante casi cuatro décadas. Los susurros gritan aquí y congelan a un espectador que, de repente, no se atreve a compartir un comentario con su acompañante o a comer una palomita. La fuerza del cine también llega en estos aspectos. 

Pero hay más virtudes, además de la de atreverse a contar una historia olvidada y menospreciada y hacerlo de una manera tan humana. Personalmente, me cautivó el intenso estudio del miedo que hacen los tres directores, ayudados por Luiso Bermejo en el guión. Un sentimiento que, en sí mismo, da miedo. Porque muchas veces escapa de la lógica humana, porque es capaz de transformarnos y de empujarnos a ser quienes no somos -o quienes en realidad siempre hemos sido-, porque nos paraliza o nos precipita al abismo y porque dominarlo, a veces, es imposibles. Un sentimiento del que no hablamos, porque la sociedad lo ha escondido aún más de lo que siempre estuvo, y que está directamente relacionado con la cobardía, muy lejos de la realidad de personas como Higinio. ¿Quién se atrevería a llamar cobarde a una persona que lucha de manera sobrehumana por su propia vida? Supongo que quien no haya tenido que mirar al miedo de frente nunca. 

'La trinchera infinita'

‘La trinchera infinita’ también nos habla del amor y de lo que somos capaces de hacer cuando es este sentimiento el que nos mueve. Incluso cuando la desesperación y el enfado se apoderan de nosotros, el amor acaba ganando. Y no un amor pintado de color de rosa como el que muchas veces vemos en la pantalla -porque también es necesario creer que la fantasía existe-, sino un amor real y tangible, de ese que los abuelos comparten con sus nietos en una tarde de leche caliente y galletas. Amor construido a través de recuerdos felices, pero también a partir de los momentos más duros, aquellos en los que se revela nuestro verdadero rostro. Amor incondicional, ese que empuja a Rosa a vivir a medias, a interpretar un papel que la desgarra por dentro y a seguir adelante incluso cuando no sabe cómo hacerlo.

Y, sin querer extenderme demasiado, porque entiendo que la mejor manera de conocer las infinitas virtudes de ‘La trinchera infinita’ es disfrutarla en primera persona, no me quiero olvidar de una de las más importantes. Lejos de centrar la historia en Higinio, en el ‘héroe’ masculino fuera de los cánones, y de dar un papel secundario a la mujer destrozada por el dolor, Jon Garaño, Aitor Arregi y José Mari Goenaga han apostado por contar la verdad de este hombre, sí, pero también de una Rosa valiente, entregada, orgullosa, fuerte, frágil, cariñosa, divertida y superviviente. Una Rosa real, como también lo son las muchas mujeres que vivieron a medias, que se enfrentaron a la realidad mirándola de frente y que siempre deberían ser recordadas, honradas y admiradas

Rosa Suria
Periodista. Escribo y hablo continuamente de cine, series y música.

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