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Rosa y Lidia, cuando una conversación es el inicio de todo

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Rosa y Lidia son madre e hija en ‘La boda de Rosa’. Una relación que no pasa por su mejor momento. Pero que sufre una transformación a lo largo del desarrollo del largometraje. Una historia de dos, muy bien narrada, desde el punto de vista de Iciar Bollaín. Y es que la relación entre madres e hijos es compleja. En algunos momentos, demoledora. Pero, donde, generalmente, el amor suele ser la herramienta principal para subsanar los errores.

A veces las madres no escuchan a sus hijos. Y a veces los hijos no escuchan a sus madres. Y se entra en una vorágine imposible de encauzar. Por la vida, que nos lleva a un ritmo vertiginoso, sin casi tiempo para respirar ni para escuchar. Pasan los días y las semanas y no somos conscientes del tiempo que estamos dejando atrás. Y de las oportunidades. De esas conversaciones que nunca volverán. Y de lo necesarias que siempre fueron, son y serán. Para entendernos. Para comprendernos. 

Rosa necesita volar y Lidia quitarse demasiados pesos de encima. Una madre que toma la decisión de comprometerse consigo misma para cuidarse más, respetarse, saber decir ‘No’. Porque comienza a ser honesta con lo que quiere y desea. Con el tiempo y el espacio que se debe dedicar. Con esos sueños que en algún momento dejó aparcados por miedos infundados. Porque hemos vivido y vivimos en una sociedad machista donde la mujer ha de estar abrazando a todos, cuidado de todos, estar pendiente y restarse de la suma, apartarse de la ecuación. Y, en este comienzo de aventura y auto descubrimiento, vemos a Lidia que deja demasiadas llamadas a medias. Con poca sinceridad y demasiada culpabilidad.



Una hija que olvida que su madre es una persona de carne y hueso. Con sus debilidades y sus errores. Porque tiene una cuenta pendiente. Una conversación que nunca se da. Que evita. Porque huir es uno de nuestros principios básicos cuando no sabemos como afrontar lo que nos está sucediendo. Porque como hijas siempre cargamos ese peso a nuestras espaldas. El de creer que esperan mucho más de lo que somos. Pensar que estamos fallando. Que se avergüenzan o que no se sienten orgullosas como nuestras madres.

Un huracán de emociones que se chocan de forma involuntaria terminan provocando el momento que lo cambia todo. El instante en el que madre e hija se sinceran.



Una madre que ama por encima de todo a su hija. De la que se sienta orgullosa y a la que necesita a su lado. Pero por la que también siente ciertas obligaciones y responsabilidades. Esas que surgen de forma automática cuando un bebé aborda tus brazos. Y de las cuales es complicado desprenderse. Por eso, lo que hace Lidia, es algo maravilloso. Darle permiso a su madre para romper el lazo y volar. Quitarle ese nudo que oprime su relación. Hacerle entender que ya está. Que esa obligación terminó. Que ella ya es adulta. Y capaz de seguir peleando hasta que los astros se alineen y todo fluya. Siendo consciente que siempre estarán los brazos de su madre abiertos ante cada tornado que se avecine.

Rosa y Lidia nos cuentan una historia. La de todos. El amor recíproco entre una madre y una hija. Y sus desencuentros. Idas y venidas de un camino donde la comunicación es el hogar que necesitamos.

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