Soy de las pocas personas a las que ‘Birdman o (La inesperada virtud de la ignorancia)’ no le terminó de convencer. Bueno, siendo honesta, no me gustó demasiado. Salí del cine con una terrible jaqueca y con la sensación de que Alejandro González Iñárritu se había recreado demasiado en su conocimiento del cine. No celebré su Oscar a Mejor Película ni el de Mejor Director. No he vuelto a encontrar la motivación o las ganas de verla de nuevo, para comprobar si estoy en lo cierto o si el tiempo puede modificar mi opinión de la película. Y, por supuesto, no se la he recomendado a nadie. Sin embargo, y aquí viene lo curioso, la historia de Riggan Thomson me ha dejado huella y continúa acompañándome.
Supongo que esto indica que mi choque es con la dirección, con la manera de hacer cine de este genio -cuyo talento es indiscutible-, no con lo que cuenta la película. De hecho, creo que se podrían escribir cientos de tratados en torno a la memoria del ser humano, a lo selectiva y corta que es. Ni que decir tiene de la depresión, todo lo que puede causarla -si es que existe una causa- y lo que conlleva. De esto nos habla ‘Birdman’, principalmente a través del propio Riggan Thomson, de su pasado y de su presente. Un personaje, interpretado por Michael Keaton, al que podemos reconocer en numerosos rostros de Hollywood que quizá ya hemos olvidado.
El caso de Riggan Thomson se hace real cuando nos topamos con actores como Jim Carrey o Nicholas Cage. El protagonista de ‘Birdman’ es un actor que, décadas atrás, alcanzó la fama mundial tras dar vida a un superhéroe un tanto peculiar. Su trabajo se convirtió en todo un fenómeno y tocó esa gloria con la que muchos ni siquiera se atreven a soñar, pero todo lo que sube baja. Conocemos a Riggan en su punto más bajo, habiendo sido olvidado por el público y por la industria, que sólo lo recupera a modo de burla o de recuerdo amargo. Nos encontramos con él cuando está luchando contra una cruenta depresión y contra la desconfianza de todo su entorno, tratando de recuperar su carrera con una obra de teatro. Una historia en la que también entran elementos algo surrealistas, pero que está demasiado cerca de todos nosotros.
Detrás del extravagante, a veces desagradable y a veces incluso insoportable personaje de Riggan hay cientos de rostros que han visto cómo su talento un día valía millones de dólares y al siguiente absolutamente nada. Personas que han dedicado su vida a una profesión como la del intérprete, a sus personajes y a las muchas historias que han tenido que hacer suyas y que han visto cómo el mundo se postraba a sus pies. Hasta que la memoria falla y el olvido lo borra todo. El público pasa página y deja atrás a esa estrella por la que el planeta entero suspiraba y la industria gira la cara y pone la mirada en un nuevo talento. Los que antes llamaban a la puerta con decenas de papeles prometedores ahora no quieren que aparezcan en ninguna película. Y los que les veneraban, ahora ni siquiera les recuerdan.
Así funciona la memoria del ser humano, que un día ama y al siguiente olvida, ni siquiera hace falta pasar por el odio. No tiene por qué haber razones, simplemente ocurre. Eliminamos por completo de nuestra vida a los que eran nuestros ídolos y que, por encima de todo, son personas, a las que nosotros mismos les arrebatamos esa condición. Y, de repente, nos sorprendemos al encontrarnos la noticia del suicidio de una conocida actriz o de un conocido actor o al conocer su adicción al alcohol y sus problemas mentales. Nos preguntamos por qué, lanzamos un par de alabanzas y muecas de tristeza y a otra cosa mariposa. Somos parte del problema, todos, y si ni la realidad consigue abrirnos los ojos dudo que lo haga una película, pero quizá ‘Birdman’ logre que, al menos, reflexionemos.
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