Cuidado, este artículo puede contener spoilers de la primera temporada de ‘Pares y nones’. 

En plena cuarentena voluntaria y viendo cómo unos arrasan con los supermercados, llevándose productos perecederos que no van a consumir y van a terminar en la basura, y cómo otros aprovechan un momento de crisis para culpar al extranjero y, en definitiva, al diferente de todos nuestros males, me cuesta creer en un mundo mejor. De hecho, siempre me cuesta. Porque no comprendo que el odio sea el sentimiento que nos mueva, que una persona valga menos que otra por su lugar de nacimiento o su color de piel y que sigamos poniendo muros donde debería haber lazos. Reconozco que, en este sentido, llevo tiempo atrapada en un bucle de negatividad del que no sé si voy a lograr salir y que solo se frena muy de vez en cuando, cuando aparece algo de luz al final del túnel. Ahí me encontré a Callum McGregor, protagonista de ‘Pares y nones’. 

La serie de HBO nos presenta a este joven, que forma parte de la minoría blanca, acosada y maltratada por la mayoría negra, como una persona con esperanza, que sólo alberga sentimientos positivos y que cree en un futuro mejor para todos. Una persona pura, que ha visto demasiadas cosas horribles, pero que continúa luchando por el buen camino para lograr unos objetivos que, aunque ve lejos, cree posibles. Un chico generoso, divertido, alegre y responsable, que no quiere malgastar su vida odiando y que sueña en secreto con un mundo en el que no haya diferencias por el color de la piel o por cualquier otro motivo absurdo. En definitiva, una buena persona. 

Cabe imaginar que, con todo lo que se ve obligado a vivir a partir de ese momento, incluidas muertes, traiciones, rechazo y cantidades insoportables de dolor, la pureza, la luz y la bondad de Callum McGregor acabarían desapareciendo para dar paso a ese odio que siempre había rechazado. Y, de hecho, esto ocurre durante algunos compases de la primera temporada de la serie, pero la bondad de este personaje es tal que la balanza acaba inclinándose hacia el lado del amor y después de haber perdido a su padre y a su mejor amigo. Después de haber visto cómo su familia era completamente destrozada en todos los sentidos, Callum se apoya en todos los sentimientos buenos en los que siempre se ha apoyado y no cae en el odio y la putrefacción que devora a su sociedad distópica -y a la nuestra-. 

La inocencia de un niño

Más allá de la bondad evidente del personaje, capaz de sacrificarse por la causa de los suyos y también por salvar la vida de quien ama, creo que lo que le diferencia del resto o lo que nos permite conectar de manera especial con él es su pureza y su inocencia. Incluso en un mundo tan oscuro como aquel en el que ha tenido que vivir durante su infancia y adolescencia, sigue creyendo en la bondad de la gente y en la posibilidad de un cambio real. Una confianza que se mantiene a lo largo de la serie, aunque también se vea mermada en ciertos instantes. Callum McGregor no hace distinciones en lo que al color de la piel se refiere y confía en que no todos los que están al otro lado deben ser sus enemigos. Esa es una de las razones por las que se atreve a entrar en Mercy Point, porque cree que no será demasiado horrible, confía en que si el resto de sus compañeros ven que trabaja, no le discriminarán. 

Y no importa los muchos reveses que le dé la vida, sigue confiando. En el caso de Sephy, es evidente que cree en ella porque está enamorado, pero lo que no es tan lógico desde el punto de vista de cualquier espectador es que continúe haciéndolo cuando ésta le traiciona o más bien cuando ésta desconfía de él hasta el punto de creerle un asesino de masas. Su bondad y esa enorme inocencia que le caracteriza hacen que, tras un enfado similar al de cualquier niño pequeño que se siente dolido, regrese con los ojos llorosos y crea una vez más que todo es posible. 

En una época tan oscura como la que estamos viviendo y en una realidad tan podrida como la que se nos presenta en ‘Pares y nones’, un personaje como Callum McGregor, con esa pureza y esa inocencia, capaz de clavarse en el espectador, supone una auténtica bocanada de aire fresco. Nos invita a pensar, con su mera existencia y siendo conscientes de que se trata de un personaje ficticio, que un mundo mejor puede ser posible, incluso en el peor de los casos. Porque si rodeado de tanto dolor y de tanto odio, recibiendo golpes de las personas que más quiere y viendo cómo sus sueños, por pequeños que sean, son tirados por la borda precisamente por el odio de los demás, existe la posibilidad de seguir apoyándonos en los buenos sentimientos y de seguir creyendo en un futuro mejor y trabajando para conseguirlo, puede que no estemos tan perdidos. 

Más allá del personaje

Como último apunte, y aunque esta sección esté pensada para hablar estrictamente de un personaje, creo que en este caso el resultado final podría haber sido muy diferente si Connor McGregor no hubiera estado interpretado por Jack Rowan. Son sus ojos chispenates, tanto de amor, como de rabia o de miedo, los que permiten que nos llegue esa inocencia de manera intacta. Es su voz titubeante y su sonrisa infantil las que logran que la maravillosa construcción del personaje se refleje con exactitud en la pantalla y no se pierda ni una sola gota de la humanidad que le define. Y es la honestidad con la que interpreta a este joven la que consigue que nos llegue de manera sobrehumana, pese a tratarse de un personaje que no se sale del esquema de héroe arquetípico. Supongo que, a veces, los héroes no nos vienen nada mal.