No me gustaron los primeros minutos de ‘Estafadoras de Wall Street‘. He llegado a pensar que no los estaba entendiendo, pero no se trata de eso. Se trata de que no me gustaron esos primeros minutos porque no me gusta la realidad que muestran, me desagrada, quiero acabar con ella, y llegué a sospechar que la película iba a ser una exposición frívola de la misma con una historia de un grupo de mujeres estafadoras entretenida y quizá visualmente espectacular detrás y, en esencia, vacía.

Y sí: la historia de esas estafadoras es entretenida y visualmente fantástica, pero no está vacía; y esa realidad desagradable con la que quiero acabar es solo un punto de partida para exponer, criticar y hacernos entender. Al menos, no sirve para dulcificar, justificar o romantizar su existencia, como ya hemos presenciado en otras tantas películas. O, al menos, yo no lo he sentido así.

Uno de los pilares básicos de esta historia son las relaciones. Las principales, las relaciones que se desarrollan entre ellas y la relación que mantienen consigo mismas. De esta segunda esfera nos hablan con diferentes escenas en las que aparecen la cuatro principales protagonistas inmersas en sus rutinas. A esa rutina se le unen, de vez en cuando, sus amigas; que sea una rutina en la que los hombres no tienen cabida, porque bastante tienen con los hombres de su trabajo, me parece algo que se mueve entre la anécdota y la relevancia, y también esto es importante. Lo dejan a elección del espectador.

¿Por qué quería hablar de estas relaciones de amistad? Sinceramente: porque me emocionaron. Quizá fue así porque no lo esperaba, o porque no lo esperaba de esa manera. Tan real y tan significativo. El caso es que cuando Jennifer López acoge bajo su abrigo a Constance Wu, literal y metafóricamente, me emocioné. Entonces todavía no había comprendido el sentido de la película, y las relaciones que había visto entre mujeres en producciones de este estilo estaban asentadas en una competición fría en la que a veces, solo a veces, se permitían darse una tregua para mirar con otros ojos, los ojos que están libres recelos, a la mujer que tenían al lado. En ‘Estafadoras de Wall Street’ no hay competición.

Estamos tan acostumbradas a esa competición a la que hago referencia, nos han inculcado de una manera tan sutil que si somos menos que la mujer que tenemos al lado entonces esa mujer debe ser nuestra enemiga, no nuestro ejemplo a seguir o simplemente una mujer más, diferente, con la que podemos convivir sin necesidad de querer superarla o destruirla, que llega ‘Estafadoras de Wall Street’ y me emociona. Porque aquí se ayudan y se apoyan, conscientes de quiénes son ellas mismas y aceptando quiénes son el resto. Y todo esto, además, como ya dije en otro artículo, en una película de esas que son de hombres, pero donde las protagonistas por fin son mujeres. Estafan, se divierten, lanzan billetes al aire, se vuelven ricas, se permiten lujos, caprichos, se ríen del éxito, lo disfrutan y todos nos recreamos. Y encima son amigas. Amigas de verdad. La lealtad no dura lo que dura la diversión o el éxito, la lealtad dura hasta el final, y esto se comprende incluso aunque algunas escenas parezcan contradecirlo.

Y no tengo mucho más que decir. Siento que tenía que dejar por escrito mis impresiones a este respecto, porque ya hablé de lo mucho que me gustó la película, pero no hice hincapié en lo mucho que me gustó la forma en que abordaron las relaciones entre ellas. Nos cuentan una historia de amistad entre mujeres, nos cuentan una historia de empoderamiento en un sistema al que no pueden evitar pertenecer pero que critican, y lo hacen lanzando billetes al aire. Estoy muy satisfecha con todo lo que tiene relación con ‘Estafadoras de Wall Street’.