Alba Reche sigue el camino trazado por el buen hacer. “La pequeña semilla” germina en múltiples sentidos. Liberando el ímpetu expresivo de una cantante que sigue escuchando el eco de su vocación. Con los pies en la tierra, sin prisas, apelando a las raíces y abriendo la puerta a sonidos que siempre han estado ahí, a la espera de volver a ser atendidos.
“La pequeña semilla” es un disco corto pero muy intenso: ocho canciones en menos de media hora. Alba Reche tampoco necesita más para consolidar su condición de artista en continuo despegue. Ocho canciones que acreditan su avance como compositora e intérprete, fijando en acordes y estrofas el momento vital en que fueron concebidas.
En “La pequeña semilla” hay concreción, pero también variedad. Encontramos temas acústicos de producción austera y canciones sofisticadas envueltas en seda electrónica. Letras intimistas y estribillos eufóricos. Melodías evocadoras de influjo folk y ejercicios de pop cien por cien contemporáneo.
Alba Reche colabora con el productor Ismael Guijarro en “Que bailen” –junto a Cami, fue el primer avance del álbum– y “El desarme”. También confía en Simón y Martín Vargas –de Morat– para rematar “La culpa” y “Flor Alta”. El trío multicultural Çantamarta –quédense con este nombre– le acompaña en el resto del repertorio e incluso estampa su firma en “Escúchala”. Y Fuel Fandango coprotagonizan “Los cuerpos”, uno de los momentos más especiales del disco.
“La pequeña semilla” no tiene miedo al qué dirán ni se pierde en florituras innecesarias. Puede que crezca en direcciones inesperadas pero ahí, precisamente, radica buena parte de su encanto.
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