(Crítica basada en el primer capítulo de Bright Minds.)

Llega Bright Minds. Nueva serie procedimental. Nuevos policias. Y nuevos delitos a la vista. Esta vez, por parte de la policia belga-francesa. Y con una pareja diferente. Dos mujeres. Y una de ellas con autismo. Lo que nos traerá, por seguro, momentos muy especiales y cargados de aprendizaje. Porque, a pesar de tener otros referentes y otros intentos, hay mundos muy intensos que no terminamos de indagar lo suficiente. Como si ese esfuerzo extra que hay que hacer para documentarse, nos costase la vida. Y no nos damos cuenta de lo importante de mostrar otros personajes. Con otras luces y otras sombras. Con problemas cotidianos pero a los cuales nunca les echamos cuenta.

En el primer capítulo vemos una forma de empezar bastante interesante. Capta tu atención al momento porque el ritmo es rápido, conciso, sin perder el sentido de lo que nos quieren transmitir. Y vemos, de golpe, en un primer caso, a un hombre con problemas, dejando un dinero en una papelera y prendiéndose fuego. Y así, así, consigues la atención del público. Porque cuando no das respuestas, solo tenemos preguntas. Y normalmente, siempre queremos resolverlas.

A partir de ahí, nos plantan delante de dos mujeres. Dos historias que se unen de la forma más causal posible. Astrid, con Síndrome de Asperger, lleva una vida de lo más discreta y ordenada. Se trata de un déficit del desarrollo que se incluye dentro del espectro autista y que afecta la interacción social recíproca. Además de necesitar puntos de referencia permanentes. Mientras que por otro lado, tenemos a Raphaëlle. Una mujer espontánea, impulsiva, desordenada. Ambas se encontrarán en la sala del archivo de la policía y la vida cambiará para siempre.

Estamos ante una serie procedimental, como las que ya conocemos, pero no resulta repetitiva. Hay un encaje puntual que hace de esta ficción algo diferente. Una esencia que te deja con ganas de seguir viendo y de seguir indagando. De buscar más allá. De resolver esas preguntas que previamente hemos dicho que dejan sin resolver. Y, quizá, ahí esté la clave. Tener esa baza que todos buscan y pocos encuentran.

Una pareja con química

Hay una clave fundamental en cualquier trabajo audiovisual dentro de la ficción. La química. Da igual si la historia es buena. Da igual si la localización es perfecta. Nos importa un carajo si el guión es de diez. Porque todo lo resumimos a que, entre los personajes principales, haya buena química. Si eso traspasa la pantalla, el público está en el bolsillo.

Astrid y Raphaëlle tienen esa química. Y se percibe claramente porque las escenas compartidas lo muestran. Hay una energía que fluye a la perfección. Existe una comunicación indirecta muy remarcada y eso da un plus esencial para un proyecto como este. Asegura éxito. Continuidad. Conseguir que el público, que está al otro lado de la pantalla, comprenda que haciendo un buen equipo, no es alocado pensar en resolver cualquier caso que se presente.

Quizá, como espectadores, también somos conscientes, como los actores y actrices, de lo importante de ese compañero o compañera que te da la réplica. Ellos lo perciben en su trabajo. Y nosotros, el público, en la pantalla. Porque tener una pareja que también se comunica con la mirada. Da honestidad, realismo, trascendencia. Que es lo que todos intentamos buscar. Hasta dentro de una ficción.

Astrid y Raphaëlle son un engranaje perfecto. Dos compañeras dispuestas, a todo, por buscar la verdad.

Merece la pena que le des una oportunidad a Bright Minds.