Tigre blanco
Lo mejor
- El fondo, el mensaje, la conciencia sin la que no podría vivir esta película.
- Que huye del drama lacrimógeno para contarnos esta historia de forma amena y entretenida.
- Su protagonista, y sus dos secundarios.
- La sensación de haberte acercado a ese país desconocido.
Lo peor
- -
Esta crítica de ‘Tigre blanco’ no contiene spoilers.
Con respecto al titular, que se me entienda tal cual. ‘Tigre blanco‘ toma ese eat the rich que escuchamos a nuestro alrededor cada día, y lo versiona, a su manera y sin miedo. Mi estado natural en relación a este asunto suele moverse entre el enfado y la rabia, nunca un escalón emocional por debajo, así que la recepción de ‘Tigre blanco’ ha sido bajo estos parámetros. Pero, además, ha sido una sorpresa agradable encontrarse con una buena película que entretiene y que tiene imágenes de poder. Porque no solo importa el fondo, también importan las formas. Las maneras. Y las formas de ‘Tigre blanco’, dirigida y escrita por Ramin Bahrani (’99 Homes’, 2014) basándose en una novela de Aravind Adiga, son buenas.
¿De qué va ‘Tigre blanco’?
Balram Halwai (Adarsh Gourav) vive en una aldea cualquiera de India. Una aldea pobre, en la que comparte una casa pequeña con su gran familia, en la que encadenan trabajos precarios con otros, en la que la religión y las tradiciones rigen los días, en la que no hay expectativa de futuro ni de avance. No conocen otra vida. Pero Balram, desde pequeño, ha querido ir a la escuela, estudiar y escapar de allí, conocer otro modo de vida y labrarse un futuro diferente. Por eso, no pierde la oportunidad que se le concede cuando puede convertirse en el chófer de Ashok, el hijo de un importante empresario natural de su aldea. Balram descubre que se puede vivir mejor de lo que ha vivido hasta entonces, pero no se conforma.
A medida que, por su astucia y su trabajo, va ascendiendo y ganándose la confianza de sus jefes, desarrolla también una conciencia de clase que le lleva, precisamente, a convertirse él también en un próspero empresario. Así comienza ‘Tigre blanco’. Con un Balram completamente diferente al que pasamos a ver después, que es antes, porque está recordando su pasado. Un Balram convencido de sus actos, y entregado al objetivo de renovar un país caótico donde todavía siente lejos el futuro que desea.
Las formas
Las maneras de ‘Tigre blanco’ nos trasladan de inmediato a la imagen que nos hemos formado de India. Siendo, en efecto, una película de producción india, rodada en India, con actores indios, podemos deducir que esos colores brillantes que vemos al principio y ese ritmo frenético, caótico más bien, con el que tenemos un primer contacto, es lo que tiene que ser. Así es India. Y ‘Tigre blanco’ es entretenida, desde el principio, porque la narración de Balram nos invita a la diversión y el entretenimiento. En seguida comprendemos que es una historia de ambición, de ganas de prosperar y de vivir, y solo a medida que avanza se va llenando de oscuridad.
Tratándose de India, retratando esa aldea pobre, la oscuridad siempre ha estado ahí, pero la cámara la afronta en los primeros compases de otra manera. A medida que transcurren los minutos, el ritmo frenético da paso a momentos de pausa, de duda o de reflexión, que coinciden con los momentos en los que Balram va adquiriendo esa conciencia final.
Una de las virtudes de ‘Tigre blanco’ es que los personajes secundarios también nos gustan, porque son atractivos y porque los han dotado de una ambigüedad interesante. Me sale decir que no son mala gente, que solo son ricos, y creo que eso puede explicar todos sus actos. Rajkummar Rao y Priyanka Chopra son los encargados de dar vida a los principales compañeros de un fantástico Adarsh Gourav, que es la estrella protagonista que tiene que ser, convincente en todo momento. Balram tiene, además, mucha personalidad, y las cosas cada vez más claras, y eso narrativamente hablando funciona muy bien.
Cuando llegamos al momento definitorio de la historia, estamos completamente involucrados con esa gente. Queremos a quien tenemos que querer, a pesar de todo, y odiamos a quien tenemos que odiar, porque ‘Tigre blanco’ nos hace posicionarnos, pero sus maneras son siempre sutiles. Aquello que nos chirría, por exagerado, por ser demasiado, no es más que otra muestra del modo de vida de India, de su jerarquía y de las relaciones sociales que pueden darse entre sus habitantes.
El fondo
El fondo de ‘Tigre blanco’ evoluciona, pero la base es siempre la misma. Ni siquiera se trata de un ricos vs. pobres (no del todo), es más bien pobreza vs. vida. Porque las condiciones en las que vive el protagonista, su familia, las aldeas de su alrededor, millones de personas en todo el mundo, son inhumanas. Esta es la base, y también la alienación de la que, por cierto, hemos tenido una exposición bastante certera en los últimos días en nuestro país, con ese asunto de España vs. Andorra. Este es el fondo. La imposibilidad de vivir bien en la pobreza y la educación que recibimos para que aceptemos, incluso defendamos, este injusto orden mundial.
Balram, el protagonista, quiere ser un hombre mejor. En sus deseos hay un rechazo y un estigma hacia quien es, en sus deseos está esa marginación que detesta, pero también la conciencia de que no puede vivir como ha estado viviendo. Es complejo, pero lo entendemos. Lamentamos una cosa y apoyamos la otra, como espectadores. Esto no quiere decir que todo lo que hace Balram esté bien hecho; ni siquiera, al menos no al principio, despierta nuestra entera simpatía. Pero el trabajo de empatía está bien hecho, porque nunca la abandonamos, porque nos subimos a ella en seguida.
Hay una escena concreta en la que el espectador advierte esa alienación mejor que en ningún otro momento de la película, y duele verla, por el gran trabajo del intérprete y también porque es una realidad. Balram quiere servir hasta el final, hasta el despertar, y sonríe porque está agradecido por poder servir, pero llora, porque está asustado, está confundido, está dolido, se siente traicionado. Es el hombre sirviente vs. el hombre. Como nos damos cuenta, nos preguntamos por qué un trabajo tiene que anular a un hombre. Balram no deja de sonreír, porque es lo que ha aprendido. Que él está por debajo, que tiene que servir. Es su trabajo. Va más allá: es la posición que tiene en el mundo. Es tremendo. Hay en esta escena, hay en esta película, en general, un fondo tremendo.
Todo eso, claro, conduce a la desesperación, y a esa pregunta eterna: ¿hasta dónde estás dispuesto a llegar por cambiar lo que no está bien?
¿A quién puede gustarle?
‘Tigre blanco‘ puede gustar a cualquier tipo de espectador que guste de buenas historias. Sin importar el género, el tema o el tono de las mismas. Podríamos clasificarla dentro del drama, pero tiene muchos colores y un ritmo casi más cercano a la comedia. Es una biografía, casi podríamos decir. Es el retrato de una vida y un gallinero, con escenas llenas de poder y un trasfondo que se nos va descubriendo poco a poco, de manera sutil, en toda su amplitud. Puede gustar a cualquiera.
‘Tigre blanco’ está disponible en Netflix desde este viernes 22 de enero.
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