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Subsistir con ‘Techo y comida’

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Hay películas que siempre buscan el lado más social para involucrar al espectador en una conmovedora historia. Una de ellas es ‘Techo y comida’, dirigida por Juan Miguel del Castillo. No es una película fácil ni de lejos; es complicada de digerir, de sentarse frente a ella y ver cómo lo tienes todo y aquellos a los que tienes en frente les falta de todo. Ya por el simple hecho de aquello que narra, hay que dar una oportunidad a ‘Techo y comida’; su historia no es solo la de Rocío y Alfonso, sino que trata de visibilizar miles de casos anuales en nuestro país.

Rocío (Natalia de Molina) y Alfonso (Jaime López) se encuentran en una situación de exclusión social. Subsisten como pueden. Rocío lleva meses sin pagar el alquiler, busca desesperadamente trabajo por cualquier comercio de barrio, e intenta robar algún producto en el supermercado. Todo por su hijo pequeño, Alfonso, al que lleva diariamente a la escuela y evita contarle que están en un caso de pobreza severa. ¿Cuál es la fórmula para sobrevivir cuando lo tienes todo en tu contra?



Lejos de ser una historia feliz

No es casualidad que el largometraje esté ambientado en Jerez de la Frontera (Andalucía), ya que las diferencias socioeconómicas entre el norte y el sur del país siempre han sido evidentes. O al menos eso decía mi profesora de Sociología. En ‘Techo y comida’, se va dibujando la difícil vida de una familia monoparental que trata de salir adelante como puede. Tiene un argumento sencillo, muy humano, y por eso el espectador es capaz de conectar con él desde el primer instante. Una conexión inmediata que no todos los films son capaces de lograr.

La cinta tiene una duración mayor a una hora, y todos los acontecimientos van sucediéndose a su ritmo indicado. ‘Techo y comida’ no es una historia feliz, sino todo lo contrario: busca la conmoción y el dolor en el espectador. Todo ocurre como si se tratase de un efecto mariposa: si se hace esto, ocurre esto. Todo muy mecánico, pero sincero. Del Castillo no tiene reparo en ir más allá de lo ya considerado crudo, sigue traspasando cualquier límite para visibilizar el día a día de una familia pobre.

No cabe duda de que ‘Techo y comida’ va de menos a más. No en cuanto a potencial, porque este es constante desde el minuto uno, sino en crudeza. Todo choca, es como un jarro de agua fría para el espectador. La humanidad que tiene esta película no la tienen todas, y eso es algo de valorar. Frente a la subsistencia, todavía hay quien se solidariza y trata de ayudar con sus recursos. Francamente, no sé cómo expresar lo mucho que me ha gustado –e impactado– ‘Techo y comida’… Lo que sí sé con certitud es que me va a costar olvidarla bastante, porque se ha ido al ranking que recoge mis películas favoritas.

Natalia de Molina y su duende

Papel que hace, papel que borda. Natalia de Molina tiene un duende. Sabe bien manejarse delante de las cámaras, sentirse natural, completa, viva o incompleta. Es una actriz bastante versátil que va más allá de los diálogos. Un diálogo puede ser brillante, sí, pero si la interpretación no está a la altura puede que este no diga nada. Puede ser, de hecho, insustancial. Sin embargo, no ocurre con Natalia de Molina. Los diálogos la hacen ser una actriz con un envidiable potencial, lleno de carisma y sencillez.

Natalia de Molina interpreta a Rocío. Se aleja bastante de lo que he visto de ella recientemente; es lo normal, claro, ya que ‘Techo y comida’ saltó a las salas en 2015. Rocío es un personaje sensible e inocente. Ya desde sus primeras intervenciones se percibe un personaje dotado de una humanidad desbordante, frágil. Natalia de Molina conmociona al espectador porque sabe bien dónde está su lado más emocional. Va directa al corazón. Todo ello gracias a esa mirada perdida y sincera, a su voz quebrada y apenada, a sus gestos naturales y sus palabras afiladas. Da la sensación que esta es la historia de Natalia de Molina, que sabe bien cómo vive una madre que ha de sacar adelante a su hijo sea como sea. En ‘Techo y comida’ parece que no hay actuación, sino que estamos ante un caso real. Eso, en dos palabras, es magia.



Si bien es cierto que Rocío es el personaje más potente y el eje central de ‘Techo y comida’, también sobresalen otros que dotan a la película de mayor riqueza. El lado más infantil viene de la mano de Alfonso (Jaime López), que desconoce –o no quiere ser consciente– del mundo en el que vive. Otro personaje brillante, con potente amabilidad, es María (Mariana Cordero), una mujer mayor que siempre está ahí para ayudar a la familia. Estos tres son los más especiales en ‘Techo y comida’. De hecho, el director demuestra que con pocos personajes se puede hacer magia y, sobre todo, entretener.

‘Techo y comida’: cruda y honesta

Va a ser difícil olvidar una cinta como ‘Techo y comida’. Es una película con una grabación muy de barrio, básica, pero es la que la historia pide: un equipo de grabación sencillo para adentrarse aún más en el motivo principal de la historia. Presenta un guion elaborado en el que las líneas resultan afiladas y conmovedoras; por eso mismo gusta. No hay risa en este film que siempre es gris; hay ira, lamento, pérdida… Pero nada de color. Por eso llega tanto al espectador.

‘Techo y comida’ es una película cruda y honesta que trata de visibilizar cómo es la situación de pobreza severa a la que se enfrentan las familias año tras año. Natalia de Molina habla por sí sola gracias a su penetrante mirada y su vidriosa voz… Su actuación es de las mejores que he visionado en los últimos años. Parece realidad más que una actuación. Además, destacar lo difícil de la película, que no presenta ningún resquicio de optimismo. Va directa al corazón con el tiro de una piedra. Duele. Pero solo así, visibilizando a través de la pantalla, se puede arreglar el mundo. ‘Techo y comida’ es de lo mejor que el cine español nos ha dado en los últimos años.

Sergio Guillén

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