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Ha sido raro volver a un WiZink Center completamente diferente al que dejé antes de que la pandemia nos trastocara todos los planes. Con una pista que acostumbraba a estar repleta, y que ahora luce demasiado amplia, adornada con mesas y ofreciendo una imagen que jamás habría esperado encontrarme. Y unas gradas en las que la combinación de asientos vacíos y personas separadas se antoja algo fría. Pero también confieso que volver ha sido bonito, emocionante y especial. Volver a escuchar música en directo, a vibrar en compañía, aunque con distancia de seguridad, y a cantar, con la privacidad que ahora nos regala la mascarilla. Ha tardado, pero mi regreso a la música en vivo ha sido apasionante. Y ha llegado de la mano de alguien que no entiende la música sin pasión, ni la pasión sin música: Pablo López.

El malagueño ha sido el encargado de cerrar el Madriz Summer Fest en una noche de 16 septiembre calurosa, pero bañada por una de las últimas tormentas de verano. Y ha ofrecido un recital en el que su voz y su piano han sido los auténticos protagonistas. Y en el que no han faltado los mensajes cargados de significado. No en vano, su entrada hacia el escenario ha estado acompañada de sus propios aplausos, hacia un público que había agotado sus entradas, confiando una vez más en la cultura segura. Arrimando un hombro que nunca antes había hecho tanta falta.

Su emoción y su euforia han sido notables desde esa misma entrada. Y contagiadas a todo el público a través de el primer tema: una versión de ‘Hoy puede ser un gran día’. Con esta declaración de intenciones, ha arrancado un viaje por sus temas más emblemáticos, en el que tampoco han faltado las sorpresas. Acompañado tan solo por su piano y por esas manos con las que cada vez se entrega más a la percusión, Pablo López ha inundado el recinto de fuerza, de pasión y de sentimiento. Ha levantado a los espectadores de sus asientos, ha logrado que unan sus voces e incluso se ha mezclado con ellos, de nuevo con la distancia de seguridad marcada. Una noche redonda, en la que el poder de la música ha vuelto a quedar evidenciado. Y ha gritado a los cuatro vientos un mensaje que no debe perderse: cultura segura.

Total dominio

“Lo bonito es que estamos aquí, y estamos haciendo música”. Así arrancaba el malagueño uno de sus bloques de temas. Con un discurso intenso, pero significativo, en el que también ha tenido palabras para todos aquellos que han hecho posible el concierto: organización, seguridad, fotógrafos… Sin olvidarse, por supuesto, del privilegio que supone seguir aquí, respirando, viviendo y disfrutando. “Es un privilegio que yo esté aquí tocando y que ustedes estén aquí escuchándome”.

Sigue sorprendiéndome, después de haberle visto en directo en numerosas ocasiones y en distintas situaciones, la capacidad que tiene Pablo López de meterse al público en el bolsillo. Y de jugar con él y con sus emociones a su antojo. No necesita más que ese piano que siempre le acompaña para lograr que emprendamos un viaje junto a él. Y para que nos movamos a su ritmo. Esta noche de miércoles, he vuelto a ver ese dominio en ‘Mariposa’ o en ‘El camino’, que han caldeado el ambiente, que han ido atrapando al público. Y, por supuesto, lo he visto en algunos de sus temas más populares, como ‘Vi’, ‘Te espero aquí’ o ‘Hijos del verbo amar’.

Pese a que ha confesado sentirse algo extraño en esta nueva normalidad y perderse al escuchar todos los comentarios del público, lo que no he encontrado ha sido precisamente esa pérdida. O ese despiste. Una vez más, Pablo López ha conseguido que los allí presentes sintiéramos aquello que quería que sintiéramos, en el momento que deseaba. Nos ha emocionado con un ‘Lo saben mis zapatos’ en el que ha subido hasta la última planta, para cantar entre los espectadores. Y nos ha hecho vibrar con temas como ‘La mejor noche de mi vida’ o ‘El mundo’.  

Como suele ocurrir con él, tampoco han faltado las sorpresas. Y los homenajes. Su entrega al público ha sido tal que ha permitido que sean los propios espectadores los que le propusieran un tema cualquiera para cantar allí. En directo y sin ensayos. Ha sido entonces cuando una voz masculina ha pedido que se atreviera con algo de Jarabe de Palo, como homenaje a Pau Donés. Pablo ha escogido ‘La quiero a morir’, en la versión de la banda junto a Alejandro Sanz. Y el WiZink Center se ha inundado de un sentimiento especial y de un silencio sólo roto por la voz del cantante y por algún tarareo tímido desde las gradas. De manera improvisada, con la música como hilo conductor, se ha generado el que probablemente haya sido el momento más especial de la noche. Y, sin duda, el más emocionante.

Entre temas, palmas, percusión y discursos cercanos al verso, ha habido tiempo para el directo de ‘KLPSO’. Y también para algunas ausencias que, si bien seguramente hayan sido captadas por la totalidad de los allí presentes, no han empañado una noche perfecta. Personalmente, no puedo evitar quedarme con la dulzura de ‘Lo saben mis zapatos’ y con la fuerza desgarradora de una ‘Te espero aquí’ que, curiosamente, no me esperaba. Y que me ha hecho recordar por qué echaba tanto de menos la música en directo.

Rosa Suria
Periodista. Escribo y hablo continuamente de cine, series y música.

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