No creas que voy a gritar
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No creas que voy a gritar

Lo Mejor
  • La idea de la que parte
  • Selección de secuencias, perfectamente enlazadas con el guion
Lo Peor
  • -

Los diarios tienen algo de místico y mucho de egocéntrico. Casi de narcisista. Ese gusto por leer lo propio, por revolcarnos en nuestros propios sentimientos y por convertirnos en los protagonistas absolutos de un relato que no siempre se corresponde con la realidad. Y, sin embargo, también tienen mucho de adictivo. ‘No creas que voy a gritar’, de Frank Beauvais, es la prueba definitiva de ello.

El cineasta francés compone en ella su propio diario, trasladando al espectador a los meses que van entre abril y octubre de 2016. Un momento bajo en su vida, casi subterráneo. En plena Alsacia, viviendo en una casa a la que llegó con el objetivo de compartirla con una pareja que ya no está y sin mayor ocupación que vender lo que ya no quiere o necesita por Internet. Una época que dedicó casi en su totalidad a ver películas, unos 400 títulos, según él mismo confiesa. Largometrajes que van desde clásicos del cine, hasta películas soviéticas que siempre habían llamado su atención.

Como muestra de su profunda cinefilia, tabla de salvación y a la vez condena durante este tiempo, Beauvais compone en ‘No creas que voy a gritar’ su diario a través del cine de otros. Con secuencias muy cortas, de pocos segundos, de esos 400 títulos que ni siquiera reconocemos, nos cuenta cómo vivió esos meses. Y nos habla de su opinión de Alsacia y de la política francesa, de su relación con su fallecido padre, de sus amores y de su orientación sexual. A través de un relato que se convierte en hipnótico y que casa a la perfección con unas imágenes que, en su concepción, querían contarnos una historia completamente diferente.

Imposible dejar de mirar


No creas que voy a gritar

Cualquier diario es adictivo. Pero si al relato decadente y angustioso de su autor se le suman imágenes metafóricas, sarcásticas y hasta espeluznantes, el magnetismo se multiplica. Desde que terminé el visionado de ‘No creas que voy a gritar’, no he dejado de pensar en el trabajo que hay detrás de este original proyecto. En cuántas horas debió invertir Frank Beauvais para dar con las secuencias concretas para cada instante. Porque lo que vemos no es una consecución aleatoria de fotogramas, sino una selección impecable de los mismos. Que algunas veces acompañan y otras contraponen, generando diferentes (y buscadas) reacciones en el espectador.

El cineasta, consciente de que el ser humano es morboso por naturaleza, no escatima en detalles. No nos ahorra el sufrimiento o el hastío que él mismo sintió, sino que se recrea en él. Y eso también es adictivo. Pocos minutos después del inicio, el espectador será consciente de que no es capaz de retirar la mirada. Ni siquiera ante las imágenes más desagradables, que las hay. O ante las confesiones más crudas, que también las hay. Ni tampoco ante esos fundidos a negro que nos anticipan un cambio de tercio, intrigante y atractivo.

En ‘No creas que voy a gritar’, Beauvais nos convierte en ‘voyeurs’ de su propia decadencia, a través de imágenes que no son suyas, pero que de repente pertenecen a su historia. Y nos gusta.

Un mal conocido


No creas que voy a gritar

Es fácil encontrarse en su relato oscuro, en el hastío y en el rechazo que le provoca cierta parte de la sociedad. Pero sobre todo es fácil verse en esa cinefilia de la que hace gala el cineasta en este largometraje. Horas y horas en un sofá, ante una pantalla, viendo cómo pasa el tiempo mientras nos colamos en las historias de otros. Negándonos a nosotros nuestro propio relato y quedándonos en una especie de ‘pausa’ que, en ocasiones, puede llegar a ser eterna.

El francés encuentra en su afición desmedida por el cine una tabla que garantiza su supervivencia en medio del mar de la incertidumbre y el hastío. Pero también una excusa para evitar avanzar y tomar decisiones. Es una especie de casilla comodín en la que se instala, alejándose del mundo y de sí mismo. Hay que reconocerle el hecho de que no pierda su higiene personal y un mínimo cuidado de su alimentación. Para siempre regresar a los cientos de títulos que en su día quiso descubrir o que han llegado a él por sorpresa. Más comodines detrás de los que refugiarse, para no enfrentarse a la vida que mira desde la distancia. Como si hubiera una pantalla entre medias.

‘No creas que voy a gritar’ es un ejercicio maestro de introspección, y también una muestra del dominio, el conocimiento y el amor por el cine de su director. Un proyecto personal y único, que termina siendo magnético y compartido por aquellos que, como él, sufren el mal de la cinefilia. Me quedo con la magnífica selección de secuencias y con su arrulladora voz en off, culpable de una importante parte de su magnetismo.



Rosa Suria
Periodista. Escribo y hablo continuamente de cine, series y música.

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