¡Cuidado con los spoilers, por favor!
He quedado muy satisfecha con ‘El Embarcadero’. Lo he dicho en varias ocasiones: a mí me costó conectar con esta ficción. Mientras todo a mi alrededor era euforia por la nueva propuesta de Álex Pina, Esther Martínez Lobato, Jesús Colmenar y compañía, a mí me costó entrar en esas imágenes idealizadas y ese triángulo amoroso que no terminaba de despertar mi interés. Necesité un segundo visionado, más calmado, más pausado, para comprenderla y valorarla. Conecté por fin, y ahora comparto con mucha facilidad el entusiasmo generalizado. ‘El Embarcadero’ es diferente, auténtica y apasionada, y en esta segunda temporada se retuerce de forma bellísima hasta concluir con el final (o los finales) que tenía que ser.
El protagonismo recae sobre Alejandra (Verónica Sánchez) y Verónica (Irene Arcos), con Óscar León (Álvaro Morte) en un segundo plano en términos de tiempo en pantalla pero contundente en cada una de sus escenas; nuestra primera toma de contacto con su destrucción llega en el primer episodio con una escena que no consigo sacar de mi cabeza, en la que grita y se desgarra porque no sabe cuál es su casa, y no puede más. Mientras que Alejandra y Verónica parecen vivir un camino de ascensión hacia el perdón, la aceptación y la paz, Óscar desciende a los infiernos. Así, seguimos teniendo el triángulo protagonista de la primera temporada, aunque en esta segunda se amplíe y se retuerza.
Es, por cierto, una temporada bellísima: la luz del Mediterráneo, la dirección precisa, la estética propuesta. Todo invita a ver más, siempre más. Me apasionada el manejo de los tiempos. La narración abarca tantos momentos de tantas vidas como le apetece, y el montaje sigue siendo uno de los elementos más atractivos de esta serie, que como la misma se retuerce, se enreda y nos enreda, pero en esa búsqueda de un dinamismo casi caótico no deja de ser claro. Une presentes y pasados, y nos permite bucear en el carácter de los personajes sin que nunca lleguemos a ejercer un juicio sobre ellos. Asistimos a la exposición de sus vidas, a sus errores pasados, sus decisiones presentes, sus motivaciones anteriores y sus últimas conclusiones. Así siempre encontraremos un motivo para apreciarlos, y quizá otro para rechazarlos. ‘El Embarcadero’ es una serie compuesta de dualidades y contradicciones, como el propio ser humano.
De eso va ‘El Embarcadero’: del ser humano. Se ramifica en muchas direcciones, pero nunca se deja de lado este aspecto humano y las emociones pertinentes, a pesar de que se apueste mucho más por un (tramposo) thriller. El misterio se hace más grande, sobre todo porque nos centramos más en él. La investigación que surge a partir de querer responder a una de las preguntas principales -¿quién mató a Óscar?- quizá no sea excesivamente interesante ni innovadora, pero esa pregunta central sí lo es. Y a medida que la trama avanza no solo te preguntas quién pudo acabar con la vida de Óscar, la pregunta que más palpita es directamente… ¿¿¿Óscar??? Todo en él es un interrogante. ¿Quién era? ¿Ha sido él mismo en algún momento? ¿Ha sido él mismo siempre, en realidad? ¿Había alguien con quien no necesitara recurrir a mentiras? ¿Cuántas mentiras? ¿Por qué tantas? ¿Cuántas vidas tenía? ¿Tenía alguna vida realmente? ¿Por qué lo quería todo? ¿Por qué no podía conformarse? ¿Nos tenemos que conformar?
El tramposo thriller. Las dos protagonistas se obsesionan con responder a una pregunta que en realidad ya ha sido respondida. Aceptarla, sin embargo, es bastante más doloroso que buscar con desesperación otro culpable, y con ellas nos dejamos llevar por el misterio y la investigación, olvidando lo que ya he dicho: que la pregunta ya ha sido respondida. Que Óscar se suicidó. Confieso que caí en la trampa y que me olvidé pronto de la primera alternativa, supongo que por lo acostumbrada que estoy a que los protagonistas no se equivoquen. Tienen una corazonada, la persiguen y aciertan. Verónica y Alejandra se equivocan, y son incapaces de verlo por lo que significa su error. Es el primer final de ‘El Embarcadero’: aceptar que fue Óscar quien decidió poner fin a su vida. Y es un final a la altura, porque después del calado emocional de esta serie cualquier asesinato relacionado con cualquier negocio hubiera resultado frío y nada consecuente con lo expuesto. Felicito a sus creadores por ello. Creo que es coherente y también valiente.
Antes de este primer final, Alejandra y Verónica van respondiendo los interrogantes que van surgiendo. Es interesante advertir en Verónica las mismas dudas que tenía Alejandra en los primeros compases y también un miedo distinto en sus ojos. Las protagonistas intercambian los papeles que habían jugado en la primera temporada, y es maravilloso verlas juntas afrontando posiciones diferentes y emociones tan fuertes, aunque estas ya no provienen tanto de los mismos personajes y su mundo interior como de los acontecimientos que se van desarrollando en ese thriller propuesto. Con ellas llega lo que podríamos llamar el segundo final. Alejandra y Verónica deciden continuar caminando juntas, en una relación que solo es suya y que no tiene que entender nadie más; hay una magia preciosa en ellas, y siento que aun adorando lo que ha surgido entre los dos personajes, de alguna manera no soy capaz de comprenderlo del todo, como si de verdad hubiera pasado y fuera suyo y solo suyo, por lo que cualquier identificación absoluta queda fuera del alcance de los demás. Lo siento precioso y honesto, y también el final que tenía que ser.
Antes de los dos finales, ‘El Embarcadero’ se complica y en este gran enredo todos los personajes terminan interactuando entre sí, con escenas, diálogos e interpretaciones naturales. Lo pensé por primera vez con fuerza viendo a Marta Milans, una de las secundarias. ‘El Embarcadero’ es entretenida, actual y natural, y aunque los personajes estén basados en arquetipos muy definidos llevados al extremo no pierden la sensación de franqueza que necesita esta serie para funcionar. Las relaciones buscadas entre los personajes cumplen las mismas características. Alejandra y Verónica forman una dupla perfecta que rompe con todas las barreras sin que se sienta como algo revolucionario: es natural, y se desarrolla de manera natural. No conocemos mucho más de sus respectivas relaciones con Óscar, pero sí conocemos más a Óscar a través de las escenas que se desarrollan en este sentido. Y es una suerte que algunos personajes como Conrado cobren mayor protagonismo, porque en manos de Roberto Enríquez se convierte en una fuente de interés, emoción y acción que se gana la pantalla en cada escena.
‘El Embarcadero’, en este sentido, es una figura geométrica con tantas caras como personajes, con tantas emociones como personajes, con tantas realidades como personajes… Y como la vida misma. Sigue siendo una serie del ser humano, a pesar del tramposo thriller, y a pesar de que no esté de acuerdo con soluciones o reflexiones propuestas no deja de ser estimulante recorrer estos escenarios desde la perspectiva de Álex Pina y Esther Martínez Lobato, dos de los mejores creadores de nuestro país.
Algunos de los escenarios: la liberación de Alejandra, que denominaría más bien la “relajación de Alejandra”, porque da la sensación de que ha vivido encogida toda su vida y solo ahora se estira; la forma de vida de Verónica, que es cuestionada por todos cuantos tiene a su alrededor y que sin embargo el espectador, conocedor de su bondad, jamás cuestionará; el derrumbe de un Óscar que no puede más, que no tiene dos vidas sino dos mitades, que nunca está completo y que nunca completa nada, que se ha quedado vacío por dar demasiado o que nunca ha terminado de entregarse por completo y por eso se siente vacío; la imposibilidad de ser uno mismo en un mundo con tantos prejuicios, normas y miedos. El deseo de perseguir este objetivo, ser uno mismo, que se vuelve más grande mientras ves esta serie y comprendes que la vida pasa, y que no debes dejarla pasar.
La segunda temporada de ‘El Embarcadero’, que consta de ocho episodios, está disponible en Movistar+ desde el pasado 17 de enero. Tiene acción, misterio, preguntas y respuestas, emociones y un final a la altura del que siempre he considerado el principal cometido de esta ficción: mantenernos despiertos y provocarnos, en el mejor sentido.
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