Un blanco, blanco día (2019)
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6.8

Un blanco, blanco día

Lo mejor
  • La narración de Hlynur Palmason
  • Ingvar Sigurðsson, sobresaliente
  • La construcción de un relato a través de las imágenes y los silencios que dice mucho más que cien textos de guion corrientes
Lo peor
  • -

Hlynur Palmason ya demostró sus artes en ‘Winter Brothers’ (2017); esta película danesa se paseó por los festivales con gracia, concentrando la atención de los espectadores. Con ‘Un blanco, blanco día‘ ha sucedido algo parecido en los últimos meses, pero la sensación que queda, tras su visionado y tras el contraste de opiniones, es que su segundo largometraje es mucho más compacto, regular e impactante. Lo que dice mucho, y vuelvo al principio, de sus artes, porque ‘Un blanco, blanco día’ es pausada y silenciosa… Y sin embargo impacta, golpea. Grita, a veces.

‘Un blanco, blanco día’ nos presenta a Ingimundur (Ingvar Sigurðsson), un policía cuya esposa ha fallecido recientemente en un accidente de tráfico. Se enfrenta entonces a la pérdida, a la soledad, a la impotencia por lo anterior, a la incapacidad de decir adiós, a lo difícil que es exteriorizar lo que quema por dentro. Y quema hasta en la fría Islandia, donde el cielo se confunde con la tierra, por la blancura de ambos. Dicen que en esos días los muertos pueden comunicarse con los vivos.

Así comienza ‘Un blanco, blanco día’. Con ese blanco que daña a la vista, del que nos escapamos un poco sólo para volvernos a adentrar en él, para dar paso a la tragedia y confundirnos con un escenario que tiene vida en esta historia de manera natural. Como si el protagonista se fusionara con lo que tiene alrededor.

Un blanco, blanco día (2)

La manera de funcionar de ‘Un blanco, blanco día’

Empezamos con el blanco, y los días pasan, pasa el tiempo, llueve y nieva y vuelve a llover, se intuye el frío, y la soledad. Transmite una sensación casi de abandono en sus primeros compases que, sin embargo, se disipa con la primera aparición de la pequeña Salka (Ída Mekkín Hlynsdóttir), la nieta de Ingimundur, que ríe y grita y habla y habla y habla. Estos días, este tiempo, pasa para Ingimundur, hasta que de pronto, como suceden las cosas, se hace grande la sospecha de que su difunta esposa tuvo una aventura con otro hombre. El amor que no vemos, pero que se siente precisamente por el peso de la ausencia, nos muestra entonces otra cara. Y arranca el dolor, la obsesión, incluso la venganza.

‘Un blanco, blanco día’ es pausada y silenciosa, pero en los ojos del protagonista, en sus gestos y sus andares, intuimos los arrebatos y la violencia de después. Nunca terminan de estallar de forma caótica: también en los momentos álgidos, Palmason sorprende con fuerza en los silencios de un Ingvar Sigurðsson, por cierto, sobresaliente.

Y es de admirar haber logrado hacer funcionar este ritmo en una película que no es sólo un drama, que en muchos momentos se aproxima más al thriller que a cualquier otro género. Cuando Ingimundur empieza el descenso a su particular infierno, como aquella piedra que parece imposible detener, nos encontramos siguiendo sus pasos con la tensión de no saber qué puede hacer a continuación.

No sabemos qué puede hacer ese hombre roto de dolor, el abuelo que construye una casa para su familia, que cuida de su nieta y juega con ella, ese abuelo de rostro sereno, imperturbable, silencioso. Silencios a veces sólo interrumpidos por un Edmund Finnis empeñado en incomodarnos con su (excelente) música. El conjunto, en fin, es fantástico. Es rotundo. Forma un todo que captura la historia, el mensaje, el texto base y todo ese dolor del que nunca, al final, habla, pero que siempre está ahí.

Un blanco, blanco día (4)

Un retrato del dolor

No hay sentimentalismos en ‘Un blanco, blanco día’; no hay palabras dedicadas a la pérdida o el desconsuelo. Las pocas que necesita Palmason para construir su relato nos las grita, enfadado, porque son la impotencia y la incomprensión las que lo dominan todo. Es el dolor, como digo, que toma muchas caras y que nace de un amor que siempre planea sobre todo, y que también se presenta de diversas maneras. El espectador piensa, puede llegar a pensar, en la crueldad de perder a quien amas cuando tienes más preguntas que nunca; en la crueldad de un matrimonio destruido cuando sólo uno de ellos queda en pie para arreglarlo. Todo esto lo lleva Sigurðsson hasta en sus andares, hasta esa última larga escena, de tranquilidad, de calma, casi de sonrisas; como si todo hubiera concluido; como si Sigurðsson hubiese aceptado, por fin, la ayuda que necesita.

Sorprendente, de verdad, lo poco que habla, lo poco que se habla, y lo mucho que se dice.

Un blanco, blanco día (3)

Por concluir…

‘Un blanco, blanco día’ no es para todo el mundo. No es para quien necesite de historias de ritmos trepidantes para disfrutar de una película, porque en buena parte del film sólo asistimos a una exposición tranquila y silenciosa del dolor de un hombre que siente que lo ha perdido todo y que, por tanto, no entiende que aún tiene mucho que perder. Buena parte del film es rutina, en un escenario además que nos es desconocido, que nos puede resultar extraño. A mí me resulta fascinante, porque el Norte tiene su particular manera de funcionar, como Palmason y esta película.

Se estrena en nuestros cines el próximo 26 de junio.

Judith Torquemada
Periodista, feminista, marvelita, Taylor Swiftista. Escribo sobre cine, libros y música. Se me da bien aprenderme letras de canciones y enamorarme de personajes ficticios. Aragorn dijo: por Frodo. Lo suscribo y lo amplío: por Ned Stark. Yo soñaba cada día poder alcanzar la playa, desde aquí, desde mi casa. Tomorrow there'll be more of us.

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