Acostumbrados a ver a Salvador Martí detrás de su escritorio, en traje y dando órdenes, el próximo capítulo de ‘El Ministerio del Tiempo’ se nos va a antojar algo extraño. En esta ocasión será el subsecretario el que tenga que ponerse el traje de acción y viajar en el tiempo. ¿Por qué? Una alarma alerta de que el científico Emilio Herrera está en peligro, y Salvador no duda a la hora de viajar para rescatarle. En su primera misión, cuando era joven, salvó a Emilio cuando era niño. Y, desde entonces, la figura cobró cierta importancia para él.
Por todos es sabido que el bueno de Salvador no soporta la poca memoria que tiene España. Siempre que tiene la oportunidad, habla acerca de cómo este país olvida por completo a sus figuras históricas. No importa cuál sea su profesión, aunque los literatos, artistas y científicos se llevan la palma. Y, dentro de ellos, cabe destacar la figura de Emilio Herrera. Probablemente, un gran porcentaje de los espectadores que vean este sexto episodio de la cuarta temporada de ‘El Ministerio del Tiempo’ no haya oído hablar de él nunca.
Este es un caso bastante particular. Aquí no sólo interviene la poca memoria de España, sino también una Guerra Civil y un exilio que alejaron por completo al científico de sus sueños y de sus metas. Nació en Granada, pero murió en Ginebra, lejos de su España natal y habiendo sido olvidado por muchos. Ahora, ‘El Ministerio del Tiempo’ nos reencuentra con su figura y homenajea a un científico cuyos descubrimientos siguen teniendo un impacto en la aviación espacial a día de hoy.
¿Quién es Emilio Herrera?
Como decía, Emilio Herrera nació en Granada en 1879. Y siempre estuvo fascinado por la aviación. Su padre, militar, y los libros de Julio Verne fueron sus grandes influyentes y sus grandes inspiraciones. Ya licenciado como teniente y habiendo pedido el traslado a la Academia de Ingenieros de Guadalajara, se convirtió en piloto de dirigibles. Y en 1914 fue el primer hombre en sobrevolar el estrecho de Gibraltar en avión, un hito que atrajo a la prensa de toda Europa. Aquí ya se apreciaba su espíritu aventurero y esa pasión de la que hablábamos.
A partir de ese momento, no dejó de trabajar en la aviación, labrándose un nombre en el sector. Trató de crear una línea aérea de transporte de pasajeros que uniera Europa con América, pero se le adelantó una empresa alemana. Fue invitado a pilotar la nave aérea más grande del momento, el Graf Zeppelin LZ 127. Y participó con sus colegas en invenciones y estudios con el objetivo de seguir dando pasos de gigante en ese mundo que le apasionaba.
Pero para ese momento, lo que de verdad captaba la atención del científico era el espacio. Es el camino natural, supongo. Primero te gusta el cielo y, cuando ya lo tienes conquistado, quieres ir a por más. Y, sobre todo, a por algo más grande, más misterioso y más inexplorado. Fue en este ámbito, de nuevo empujado por su pasión, donde crearía un elemento que más tarde ha sido básico para los viajes espaciales. Parece mentira, lejos de Cabo Cañaveral y de la tecnología de la NASA, pero el prototipo original de traje espacial se inventó en España. Por un español al que todos hemos desterrado al olvido.
Su traje
Emilio Herrera planeaba realizar un ascenso a 26.000 metros de altura. Una locura para el momento, teniendo en cuenta que ya se habían producido tragedias anteriores en ascensos mucho menores. Quería hacerlo porque quería hacer mediciones que ayudaran a crear nuevos avances. Y, personalmente, creo que también quería hacerlo porque era su sueño. Llegar donde nadie había llegado, ver lo que nadie había visto. Pero el científico, como tal, no era un loco cualquiera, sino un hombre de ciencia. Y se preparó a conciencia para esta subida.
Sabía que era básico crear un traje que le protegiera de la presión y de la temperatura, además de proporcionarle oxígeno. Y así lo hizo. Diseñó un traje que constaba de tres capas y media y un casco cilíndrico. Las capas eran una de lana, otra de caucho y otra de tela reforzada con cables de acero. Y estaban recubiertas por una cuarta capa exterior de plata, con el objetivo de evitar el recalentamiento. Por su parte, el casco era de acero recubierto de aluminio y contaba con un triple cristal. No se olvidó Herrera de incluir un micrófono para comunicarse por radio con quienes estaban en tierra.
El estallido de la Guerra Civil le obligó a posponer el proyecto, para ponerse a las órdenes de la República, ya que había jurado su lealtad a ella. Y, más tarde, el exilio terminó por desterrar del todo su idea de un ascenso histórico. Lo que sí quedó, aunque hayamos decidido olvidarlo, fue su traje. Sólo con leer sus características, encontramos ciertas semejanzas con los utilizados a día de hoy por los astronautas en sus viajes espaciales. No es casualidad. La NASA se inspiró en el diseño de Emilio Herrera para crear los trajes de sus astronautas. La ciencia no le ha olvidado, pero nosotros sí. Hoy ‘El Ministerio del Tiempo’ le rescata del olvido y sitúa a la figura del científico en el lugar que le pertenece por derecho.
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