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‘Élite’: Lucrecia bajo las capas

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Cuidado, este artículo puede contener spoilers de la tercera temporada de ‘Élite’.

Hemos aprendido mucho durante las tres temporadas de ‘Élite’. Hemos aprendido a no juzgar, a perdonar, a dar segundas y hasta terceras oportunidades… Pero, sobre todo, nos llevamos grabado a fuego en la mente que en Las Encinas nada es lo que parece. El que tiene pinta de asesino no es capaz de hacer daño ni a una mosca, la que presume de tener todo el dinero del mundo remienda su ropa a escondidas y quien afirma ser la persona más popular del colegio no tiene ni un solo hombro sobre el que llorar. Algo que hemos comprobado en personajes como el de Lucrecia, que ha terminado confirmándose como uno de los más complejos y mejor construidos de la ficción. Y no importa que ese camino se viera venir de lejos, porque el crecimiento y la redención de este personaje han sido todo un disfrute para el espectador entregado

Si me hubieran pedido que describiera lo que veía en la Lucrecia de los primeros episodios habría sido algo así: un joven engreída que siempre lo ha tenido absolutamente todo y que, precisamente por eso, se cree que puede utilizar a las personas como si fueran objetos que tener a su disposición. Una mujer que se considera mucho más inteligente de lo que es y a la que su ego va a terminar aplastando. Clasista como nunca podría haber imaginado que puede llegar a ser una persona de su edad, y también un poco racista. El claro ejemplo de mujer que explota la competitividad insana a la que siempre nos han obligado y que disfruta de la misma. Una persona sin escrúpulos y casi sin alma. El típico ser que quieres cuanto más lejos mejor. 

Quizá lo haya llevado al extremo, porque es cierto que ya en los primeros compases se podía intuir hacia dónde iba a moverse el personaje. Pero eso que acabo de describir es precisamente lo que Lucrecia buscaba transmitir con la máscara que ella misma había creado con el tiempo. Una máscara tan bien concebida y construida que, por momentos, provocaba que la línea entre lo real y lo ficticio se difuminara por completo. Hasta que, con el paso de los capítulos, la Lucrecia real ha ido ganando a la Lucrecia de plástico, creada para evitar parte del inmenso dolor que le causan la soledad, el amor -y la falta del mismo-, la ausencia de autoestima y las traiciones. 

Élite

La matrioska mexicana

En estas tres temporadas, hemos descubierto que Lucrecia es un personaje dentro de otro personaje creado por ella misma. Poco a poco, según ha ido recibiendo golpes y ha ido abriendo los ojos, también a través del amor y el respeto que ha encontrado en quien no lo esperaba, la joven ha ido desprendiéndose de capas, una a una, hasta llegar a la catarsis absoluta que se ha producido en esta entrega. Ahora creo que sí conocemos a la verdadera Lu, que poco o nada tiene que ver con ese ser casi monstruoso -pero muy divertido, eso no se lo voy a negar- que se nos presentó hace poco más de un año. 

Ahora, si me pidieran que describiera a la Lucrecia que veo diría algo así: un mujer luchadora, a la que la falta de amor le ha rasgado demasiado el alma, pero que tiene la fuerza necesaria para volver a levantarse y ser, de una vez por todas, quien de verdad es. Una joven inteligente y con una cultura brutal, que no hace ningún tipo de distinción basada en raza o procedencia y que ha terminado descubriendo que el dinero, aunque abre muchas puertas, no lo es todo. Una chica capaz de querer mucho y muy bien y que, pese a que no lo ha tenido fácil, también ha aprendido a quererse a sí misma. Que gusta de la competición, pero sana, esa en la que todos se superan a sí mismos. Generosa y dispuesta a darlo todo por aquellas personas a las que quiere, aunque muchas veces no sienta que ese amor es correspondido. Defensora de las causas perdidas y valiente, por encima de todo valiente. 

Qué poco se parece esto a lo que he escrito unos párrafos más arriba, ¿verdad? Ha tenido que ser abandonada por aquellos a los que consideraba sus amigos y repudiada por su padre, ha tenido que verse verdaderamente sola y sin el escudo que le suponía el dinero y ha tenido que toparse con una rival y una amiga tan generosa como Nadia para abrir los ojos y comprender que el personaje que ella misma había creado para protegerse era el que le estaba haciendo daño. Ha sido en gran parte a través de la unión con Nadia, que se veía venir pero no por ello ha sido menos bella, como Lucrecia se ha vuelto a encontrar a sí misma y ha vuelto a quererse y ha valorarse, o ha empezado a hacerlo. Lejos de relaciones tóxicas y de manipulaciones y cerca de sí misma, escuchándose y dándose la importancia que todos tenemos. 

Élite

¿Dónde está el enemigo?

En ese camino de redención que ha recorrido Lucrecia, hemos visto reflejada una realidad que muchas veces pasamos por alto. Aunque haya muchas cosas que nos hacen daño fuera, en ocasiones el enemigo lo tenemos al otro lado del espejo. Somos nosotros mismos los que nos ponemos losas en la espalda, los que nos atacamos duramente, los que no nos valoramos y los que nos repetimos una y otra vez que estamos solos, que no nos quieren y que esto es así porque no lo merecemos. Un machaque constante que seguramente conozcas a la perfección. 

Lucrecia es el claro ejemplo de que se necesita un poco de amor propio y de confianza para alcanzar la mejor versión de uno mismo y de que, para encontrar ese amor propio y esa confianza, siempre viene bien una mano amiga y una mirada honesta. Lu la encontró en aquella que consideraba también su enemiga y que, como siempre suele ocurrir, no era más que una especie de reflejo difuminado de lo que quería ser. Sólo hace falta quitarnos las máscaras, los muros y las capas, escucharnos y mirar a nuestro alrededor como hizo Lucrecia para volver a ser nosotros mismos. 

Rosa Suria
Periodista. Escribo y hablo continuamente de cine, series y música.

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