Cansarse de un cuento clásico es una tarea casi imposible. Ese universo mágico en el que estos relatos nos introducen, en el cual todo es posible y los buenos siempre terminan viviendo finales felices, tiene algo de magnético y de adictivo contra lo que no podemos -o no queremos- luchar. Con el paso de los años, el cambio de las sociedades y la evolución de las mismas, hemos ido readaptando esas historias que llevamos escuchando muchas vidas, dándoles un toque más actual, más real y hasta más justo, pero sin perder la magia. Así fue como apareció ante nosotros ‘Érase una vez’.
La serie de Edward Kitsis y Adam Horowitz se estrenó el 23 de octubre de 2011, hace ya 8 años, y se mantuvo en emisión durante 7 temporadas, hasta que su despedida llegó el 18 de mayo de 2018. Más de un lustro reinventando clásicos, dándoles más sentido que nunca y conectándolos con un público amplio y global, que no dejó de sorprenderse en ningún momento de lo cerca que tenemos esos cuentos cargados de una fantasía tras la que se esconde la más cruda realidad.
Con motivo de este aniversario, he vuelto a ver su primer episodio, una carta de presentación en la que ya se unen el mundo real y el mundo mágico y se introduce al espectador en la trama principal. En poco más de 40 minutos, los creadores supieron encajar los rasgos más importantes de la historia, presentar a los personajes protagonistas y, además, mostrar una combinación atractiva, innovadora y casi curiosa de elementos, universos y narrativas. Por eso, siempre he considerado a este piloto como un piloto efectivo.
Lo conocido
Kitsis y Horowitz tuvieron la inteligencia de apoyar gran parte de este primer episodio en los cuentos clásicos, concretamente en uno de los más populares: Blancanieves. De esta manera, encontraron la complicidad del espectador, al que también supieron sorprender aportando originalidad y una parte diferente del cuento clásico, desconocida e innovadora.
Además, la representación del mundo mágico de esos cuentos que se nos presenta en el piloto es una explosión de color y un derroche de elementos rococó que sólo podían encajar con este tipo de historias de fondo. Todo ello rodeado de una naturaleza virgen que aporta un halo de misterio y de mayor fantasía al escenario, que aparece ante nosotros en la pantalla tal y como siempre lo habíamos imaginado.
La ambientación, pese a que no se utilicen los mejores efectos especiales, es uno de los puntos fuertes de este arranque de ‘Érase una vez’, que hizo las delicias de un público amplísimo en cuanto a franja de edad se refiere, y que nos llevó a todos de vuelta a la infancia.
La bomba
La aparición y renovación del cuento clásico gustó y gusta, pero lo que puso patas arriba todo, lo que supuso un verdadero motivo para que el espectador continuara viendo la serie fue la unión del mundo mágico con el mundo real. En esta ocasión no vemos un cuento que tiene lugar entre personas como nosotros, sino que se dividen los dos mundos, existen cada uno de manera independiente, pero se han visto interconectados.
El momento en el que empezamos a comprender el papel de cada personaje de cuento que se nos presenta, cuando vemos a Pongo en medio de un pueblo casi desierto o a la Reina Malvada siendo alcaldesa, comprendemos que la propuesta que nos llega con la ficción de ABC es diferente a todo lo que hemos visto. Una locura tan grande que funciona de maravilla.
Pese a que en este episodio casi no se nos muestra nada de Storybrooke, sólo necesitamos ese par de pinceladas, apariciones y detalles para que se despierte interés en nosotros, un interés que va más allá de los cuentos. ¿Qué ha pasado con todos los personajes? ¿Cuál sería su papel en un mundo como el nuestro? ¿Encajarían? ¿Hay magia a nuestro alrededor, en lo cotidiano?
Todas esas preguntas, y otras tantas que seguro me dejo en el tintero, se instalaron en las mentes de los espectadores que apostaron por este primer capítulo de ‘Érase una vez’ y que, como le ocurre a Emma Swan, tampoco pudieron salir de Storybrooke.
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