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Ramón Lobo: “tenemos que intentar recuperar la ciudad vivible”

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Asistimos, impávidos, a la deshumanización de nuestro mundo. Nos cruzamos con personas, desconocidas e incluso conocidas, y ni siquiera nos dedicamos una sonrisa amable. Se nos ha olvidado lo que era mirarnos a los ojos, sujetar la puerta al que viene detrás o ceder nuestro asiento a quien lo necesita más. Nuestras ciudades, sobre todo las más grandes, se han convertido en constante flujo de personas a la carrera, que sólo prestan atención a sus pasos y a sus teléfonos y que hace tiempo dejaron de convivir. De ello nos habla Ramón Lobo en ‘Las ciudades evanescentes’, libro en el que reflexiona acerca de la necesidad de reconquistar nuestras ciudades, así como del efecto de la pandemia en ellas y en nosotros mismos.

Con motivo de este lanzamiento, he podido charlar con el autor acerca de lo que le llevó a escribir este libro y a utilizar una voz tan personal. También sobre los pasos que deberíamos seguir y sobre cómo hemos vivido y visto la pandemia desde el refugio y el abrigo de nuestras casas. En una conversación tan honesta como lo es su propio relato, he repasado con Ramón Lobo la situación actual de nuestras sociedades y la importancia de actuar también de manera individual.

MEW Magazine (MW): ¿En qué momento decides escribir ‘Las ciudades evanescentes’? ¿Y por qué decides plasmar todos esos pensamientos en papel?

Ramón Lobo (RL): El libro arrancó hace unos tres años aproximadamente, en Nueva York. Cuando llegué a Nueva York, una ciudad que siempre me ha gustado mucho, porque es la ciudad de los averiado y yo me considero averiado, una ciudad en la que me siento casi como si fuera mi casa, mi capital, y por primera vez me encontré mal. No me gustó. Vi todos los defectos de la ciudad, defectos que antes no veía. Gente que no saluda, la chica aquella que se cae en el metro y ni siquiera me da las gracias y encima se cree que le voy a robar… Todo eso me fue desconectando. Y ahí empecé.

Empecé primero con una novela para reírme de mí mismo. Pero me di cuenta en seguida de que no podía ser una novela, tenía que ser un ensayo. Organicé el libro por ciudades y por soledades. Y justo cuando llegó la pandemia estaba prácticamente terminado. Y dije, “¡anda! Pues ahora lo tengo que tirar”. Entonces, lo que hice fue una reedición, trabajándolo. No quería que fuera un libro sobre la pandemia, quería que siguiera siendo un libro sobre las soledades, pero dentro de la pandemia. La pandemia es como el gran susto, el gran parón que nos va a dar la oportunidad de repensar la vida que llevamos.

MW: Escribiendo sobre todo esto y como tuviste que revisitarlo, con el tema de la pandemia, ¿ha habido algo que te haya sorprendido de ti mismo? ¿Algo con lo que te hayas topado que te haya resultado inesperado?

RL: Yo siempre me he encontrado muy bien con la soledad. La soledad elegida, lo que se llama la solitude. Siempre lo he sentido como un privilegio, de privacidad, de poder estar a mi bola, de poder pasear, pensar… Y nunca me he sentido mal por el hecho de que nadie me salude. Todas las ciudades tienen esos recorridos en los que puedes encontrar gente que te salude y gente que no. La pandemia ha puesto un poco a prueba toda esa arquitectura que yo tenía, en la que presumía de saber estar solo. Sé estar solo y en la pandemia es como si todo el mundo me hubiera copiado mi estilo de vida. Lo que pasa es que yo ya tenía experiencia en eso de estar solo.

Después, toda mi vida, no ya por las guerras, sino que viene de antes, he sabido y sé manejarme en los parámetros que hay. Si es lo que toca, si es guerra, pues es guerra. No estoy todo el día haciéndome cuentas con mi casa, con echar de menos esto o lo otro. Y, cuando estoy aquí, no echo de menos otra cosa. Lo que tengo, trato de disfrutarlo. Y eso es un poco lo que también ha estado a prueba en este largo proceso que no ha terminado. Y me he dado cuenta de que sí, a mí me funciona.

MW: Me ha resultado un relato muy personal y muy íntimo. Cuentas cosas muy personales, de una manera muy honesta. Tanto que, al final, llega un momento en el que parece que estamos dentro de ti. ¿Siempre tuviste claro que querías usar esta voz tan propia y mostrarte de una manera tan transparente?

RL: Sí. Creo que es un libro que conecta bastante con ‘Todos náufragos’. Aunque ‘Todos náufragos’ habla de mi familia, de mi relación con mi padre, de cómo tuve una mala relación con él y cómo he manejado todo eso. Este es un libro también en esa línea. A mí no me importa desnudarme, porque el objetivo del desnudo es verte desnudo, sin todos esos disfraces que nos ponemos encima, y aprender algo de uno mismo.

Hasta ahora, las dos únicas personas que me han dicho algo, lo han sentido como propio. Han leído cosas que les han afectado a ellos también. Entonces, me he quedado muy contento porque he pensado que si esto es algo que se produce en más gente, será un libro que crecerá. Si es algo que sólo me afecta a mí, el libro se quedará en mí. Con ‘Todos náufragos’, por ejemplo, me llegaron muchos comentarios de gente que se había sentido identificada. Incluso, una persona me dijo “yo tuve un padre comunista, no fascista como el tuyo, y era exactamente igual”. Y todo eso me gustó mucho.

MW: A mí también me ha pasado como a estas personas que te han comentado, que lo he sentido por momentos propio. Y, además, he sentido esa conexión de la que tanto hablar, que se echa en falta. Porque al final, es como que todos estamos distantes. Y parece que, por ejemplo, los jóvenes no podemos conectar con personas de mayor edad. Y yo, sin embargo, me he visto en un montón de las cosas que cuentas. De repente, sentía que me estaba leyendo a mí misma.

RL: Sí. Es como si fuéramos por una gran avenida, todos en nuestro mundo, todos en nuestra burbuja escaparate, con nuestro teléfono, conectados a través del teléfono, no a través de las miradas. Y, en realidad, todos estamos en una frecuencia muy parecida. Todos tenemos las mismas carencias, todos tenemos las mismas necesidades, la misma necesidad de afecto. El hecho de que se haya parado todo puede ser una buena oportunidad para darnos cuenta de que las necesidades nuestras son las necesidades de otra gente. Igual que tú necesitas que te abracen, pues abraza. Si abrazas, igual te abrazan.

Es un poco lo que pasa en el metro, cuando sujetas la puerta al de atrás. El de atrás se ve obligado a sujetarla para el que sigue. Y, de repente, se forma una cadena de gente que está sujetándose la puerta. Entonces, yo creo que se trata un poco de cambiar nuestra actitud ante la vida, de pensar que lo que necesitamos nosotros también lo necesitan los demás.


Ramón Lobo

MW: Evidentemente, salen muchas reflexiones de este libro. Reflexiones que tú mismo trabajas. Pero también reflexiones que le pueden surgir a cada persona según lo lea. Y una de ellas es, evidentemente, qué va a pasar con nosotros en el futuro. ¿Crees que vamos a salir mejores de esta situación?

RL: Yo, sinceramente, creo que no. Porque el problema somos nosotros, el Homo sapiens creo que es el problema fundamental. Pero sí que es cierto que un parón como este, como pasó en el 18 con la Gripe Española, produce cambios profundos en la sociedad que, a veces, no son tan rápidos. Espero que haya cambios profundos en muchas cosas. Algunos serán buenos, otros son cambios que ya estaban ahí. Por ejemplo, el teletrabajo, que se va a imponer. La robótica. Todo eso va a cambiar la forma de relacionarnos. Si empiezas a trabajar en tu casa y tu pareja también trabaja en casa, ¿cómo van a ser las relaciones humanas de unas personas que están todo el día juntos?

Creo que va a haber una serie de efectos, que no sé por dónde van a ir. Y, ahora mismo, piensa que con el teletrabajo, igual en los pueblos con una buena conexión WiFi, con una buena conexión para el ordenador y para la tele, puedes perfectamente vivir ahí y estar trabajando para una empresa en la gran ciudad. Todo eso, nos va a permitir ordenarnos de otra forma. Habrá gente que lo aproveche y gente que no, eso pasa siempre.

MW: Hablabas también en el libro de esa distancia y, sobre todo, de lo anónimo que ha sido y está siendo toda esta pandemia. Porque hablamos de cifras constantemente, pero no les ponemos rostro. Y yo, leyendo esto, me acordé de cómo crecí viendo la Guerra de Irak a través de la televisión. Primero, durante la ofensiva estadounidense, unos bombardeos que no entendía. Pero después a través de imágenes de cuerpos destrozados, madres con sus hijos ensangrentados en brazos… Vimos la muerte porque estaba lejos, y parece que no nos importa. ¿Crees que ha faltado una cobertura más realista?

RL: Sí. Para mí es el gran error del Gobierno, el no facilitar una cobertura intensa y responsable. Tenemos fotógrafos de conflictos buenísimos, podemos hablar hasta de 20 sin pensar mucho. Gente que está acostumbrada a trabajar en la pobreza, en las catástrofes, en las guerras, en los terremotos. Y que hubieran podido fotografiar con un enorme respeto a la víctima. No como un espectáculo. También pienso en alguna cadena de televisión que igual hubiera hecho un espectáculo de todo eso. Creo que eso nos ha faltado, y nos han faltado también los relatos escritos. Algunos he leído. He leído cosas demoledoras, cosas muy buenas. Pero, claro, las tienes que leer. Vivimos en una sociedad muy audiovisual, donde a la mayoría todo le entra por los ojos.

Pero, seguramente, muchas de esas historias que ahora nos ha parecido que se han perdido, se irán recuperando. No ya sólo de los ancianos que han muerto solos. Solos morimos todos, pero morir con la sensación de abandono, de que nadie está al otro lado de la puerta, de que la puerta está cerrada, eso es durísimo. Las familias que no han podido enterrar a sus muertos o que han tardado semanas o meses en poder enterrarlos. Todo eso es brutal. Pero también cómo se van a recuperar los trabajadores de la Sanidad, enfermeras y enfermeros, celadores, médicos y médicas que han vivido una situación tan extrema.

Todas esas historias están por contar. Y yo creo que para el periodismo todo esto representa una oportunidad de realidad, de alejarnos de la política, que es un espectáculo casi siempre lamentable. Porque todos están interpretando personajes y luego se bajan del personaje y son capaces de irse a tomar un café juntos. Nosotros tendríamos que tratar de sacarles del personaje y obligarles a ser lo que son en realidad. Pero, quizá, con menos políticos y más historias el periodismo tendría mejor salud.

MW: Y quizá también el hecho de que no se haya mostrado esa realidad… Porque es que no se ha visto, estábamos encerrados en casa, y eso también hacía más difícil ver la realidad a nuestro alrededor. Quizá eso también sea uno de los principales motivos por los que ahora parezca que nos hayamos olvidado, en cierta manera.

RL: Sí. Y también nos acostumbramos a todo. Decías antes de Irak. Incluso la gente que vive una guerra. Al principio, tienes miedo. Luego sales y no te pasa nada. Y ya sales más, a buscar agua o a buscar leña. Te vas acostumbrando a lo que hay alrededor. Pero, claro, aquí nos ha faltado conocimiento de la realidad. El problema es que de aquí vamos a salir sin una memoria pandémica. Y eso es una catástrofe, porque esta pandemia del Coronavirus es nada. Es una pequeñez comparada con otras pandemias que estaban vigilando.

Por ejemplo, había una de la Gripe A que todo el equipo de Bill Gates y toda la gente que financia… Hay un documental que creo que se llama ‘Pandemic’, en Netflix, que habla de esta Gripe A. Y señala que si esa cepa saltaba a humanos, se calculaba que podía matar al 30% de la población. Tenemos el cambio climático, que yo ya hablaría de catástrofe climática. Y es como si no existiera, como si fuera una fantasía de cuatro ecologistas locos. Y lo podemos ver todos. Creo que esto es un aviso, es una oportunidad para que ordenemos las prioridades de otra forma. Soy pesimista respecto a la clase política, pero quiero ser un poco más optimista respecto a la ciudadanía.  


Las ciudades evanescentes

MW: Justo te iba a preguntar por la ciudadanía. He reconocido esa nostalgia en ‘Las ciudades evanescentes’, esa necesidad de recuperar una ciudad más real, gente más humana… El barrio de toda la vida. Pero ¿qué va a pasar cuando quienes se queden aquí nunca hayan conocido eso que nosotros sí echamos de menos?

RL: No lo sé. El problema es que muchas grandes ciudades, por ejemplo Madrid es un caso claro, se han entregado a la especulación, a los especuladores. Y la política trabaja para ellos. Tenemos que intentar recuperar la ciudad vivible. No un concepto de ciudad general, sino que tenemos que ir barrio a barrio, calle a calle. Defendiendo nuestras calles, nuestros comercios. Si ahora se revisan la cantidad de comercios del centro de Madrid que han muerto, la mayoría de ellos son los que se prostituyeron para el turismo. Claro, ahora no hay turismo.

El Mercado de San Miguel es un ejemplo. Yo al Mercado de San Miguel nada más que entro a comerme las famosas ostras, y entro cada tres años cuando viene mi amigo. Pero es que es un mercado que desde la pandemia está cerrado. Porque no es un mercado para nosotros, es un mercado para los turistas. Es una pasarela. En cambio, el Mercado de Antón Martín sí está abierto. Y ha estado llevando comida a la gente mayor. Eso es de lo que tenemos que tomar buena nota, de quién ha estado. No sólo los médicos y las médicas y los enfermeros y las enfermeras. También hay un montón de gente que ha estado manteniendo el espíritu de barrio.

Yo creo que la reconquista de los barrios es posible. Porque lo estoy viendo en otras ciudades en el mundo. Alcaldes que han aprovechado la pandemia, los de París o Londres, por ejemplo, para crear más carriles bici, más zonas peatonales, más zonas de convivencia… Es la ciudad de las personas o la ciudad de los coches. Hay un momento que hablo en el libro del documental ‘The Human Scale’. Es eso, la velocidad del 5% te permite oír los sonidos de los pájaros, hablar a la gente, pararte, oler… A 30 o 40 kilómetros por hora no ves nada.

MW: Ya para terminar, ¿qué te gustaría que encontrara el lector en ‘Las ciudades evanescentes’?

RL: Esperanza. Esperanza de que se pueden cambiar las cosas, que las ciudades pueden ser ciudades de vida. Y que podemos recuperar ese espacio. Es una gran oportunidad, la pandemia, para reordenarnos de otra forma. Un libro es lo que tú escribes. Sale ahí a navegar y, si es capaz de encontrar aliados en cada lector y cada lector lo siente como suyo, el libro crecerá y tendrá influencia en esas personas. Si la gente lo lee como si fuera algo ajeno, entonces no tendrá importancia.  

Rosa Suria
Periodista. Escribo y hablo continuamente de cine, series y música.

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