Esta crítica, libre de spoilers, se ha realizado después de ver los dos primeros episodios de la serie. 

He estado un tiempo sopesando si hacer esta crítica ya o darle unos cuantos capítulos más a ‘Outer Banks’. De hecho, parto de la base de que voy a continuar con el visionado, al menos hasta alcanzar la mitad de la primera temporada, un punto en el que imagino que ya habré llegado a una conclusión firme acerca de si merece la pena o no. Pero me he decidido a escribir este artículo porque creo que será de mucha ayuda para quienes están pensando en comenzar con esta ficción o no. 

Una vez aclarado esto, puedo entrar en materia. ‘Outer Banks’, que acaba de estrenarse en Netflix, es una serie de corte juvenil que sigue bastante la fórmula, uniendo misterio y romance, dos aspectos que generalmente van de la mano cuando hablamos de este género. La historia se desarrolla en una isla de la cadena Outer Banks, en Carolina del Norte (Estados Unidos). Allí vive un grupo de adolescentes que forma parte de los estratos más bajos de la sociedad y que, tras el paso del huracán Agatha, se ve envuelto en una aventura bastante turbia. 

John B, el gran protagonista de la serie y el líder de esta particular banda, se encuentra, a su vez, en una situación insostenible. Su padre lleva meses desaparecido en alta mar y ha sido dado por muerto y su tutor legal, su tío, es todo lo contrario a una figura responsable y estable. Tiene a Servicios Sociales pegados a sus talones y está firmemente convencido de que su padre sigue vivo. Esa convicción, para sus amigos un escudo con el que mitiga su dolor, es la que le empujará a sumergirse en la ya mencionada aventura. Como si de un Marco algo crecido se tratara. 

¿En serio?

La premisa de la que parte ‘Outer Banks’ no es nada nuevo, pero tampoco nada descabellado. Esto último cambia según comienza el visionado y conocemos al grupo de John B. La situación de este joven ya es lo bastate inverosímil en un principio, pero en cuanto entran en juego traficantes, un naufragio ocurrido más de un siglo atrás y la ciudad sin ley en la que vive, todo vuela por los aires. Hasta el punto de que, en ciertos instantes, es imposible no reírse. Lo admito. 

La trama del hijo con el corazón roto que hace todo lo posible para probar que su padre no ha muerto, sino que está atrapado en algún lugar o por alguna persona, puede estar bien. Es conocida, pero puede funcionar. El problema aquí es que en seguida comprobamos que la isla en la que se desarrolla toda la acción está muy alejada de nuestra realidad. Jóvenes que viven al margen de la ley, la ley que vive al margen de la ley, contrabando de todo tipo y cero control. Es como si trasladásemos una trama básica de gángsters a una marisma algo distópica. 

Los diferentes aspectos surrealistas de la ficción nos sacan de la historia casi antes de entrar en ella, y ahí está el principal problema. El misterio puede resultar llamativo, original e inesperado -aunque, quizá, demasiado-, pero casi todo lo que vemos nos desconecta. Tiros que nadie reporta y a los que la policía no da importancia. Unos adolescentes que parecen formar parte de las fuerzas especiales. Una sociedad demasiado artificial y demasiado predecible. Para mí, malas decisiones y un guión flojo que, al menos en los dos primeros episodios, condenan a la serie. 

Entonces, ¿por qué seguir viéndola?

Diría que es más una corazonada que una certeza. A estas alturas, tengo claro que ‘Outer Banks’ no va a ser la serie del año, ni por trama ni por los aspectos más técnicos. Como también tengo claro que contiene muchos errores y que probablemente pase de largo por la gran mayoría de los espectadores. Sin embargo, no puedo evitar sentirme atraída por ese misterio de otro siglo que no tengo muy claro por dónde va a ir. Descubrir el camino que va a tomar esta parte de la trama, la principal, es lo que me empuja a darle un par de capítulos más. 

Aquí se encuentra, por ahora, el punto fuerte de ‘Outer Banks’, en la que falla la empatía con unos personajes demasiado encajados en prototipos que ya están más que explotados. Junto a lo surrealista del ambiente en el que se desarrolla, cuya estética sí es de notable, la falta de conexión con los protagonistas es el otro gran obstáculo con el que se encontrará el espectador. Poco a poco, en mi caso, estoy consiguiendo dejarlo a un lado, que no sé si acabar con él. Sigo sin empatizar demasiado con ellos o, mejor dicho, sin que me importen. Pero tampoco me molestan. 

Una vez superados esos escollos, etapa en la que me encuentro, puede que lo nuevo de Netflix gane en consistencia y en ritmo. No espero mucho más que un misterio emocionante y en ocasiones divertido, pese a su surrealismo. Un entretenimiento aceptable para una cuarentena en la que muchos ya se están quedando sin visionados.