Qué emocionante este último capítulo de ‘Patria’. Cómo han sabido hablar con las imágenes, entrelazarlas hasta doblar su significado preliminar. Qué fuerza han tenido las voces de los personajes, incluso las de aquellos que parecían no saber cómo alzarla. Incluso las de aquellos que no podían hablar. Este octavo episodio de ‘Patria’, que cierra la ficción de HBO, ha sido emocionante, emocional y contundente a la hora de dar la puntada final a todos sus objetivos. Con los paraguas negros y ese paraguas rojo de siempre nos marchamos protegiéndonos de la lluvia, tan dañina en ocasiones. Lo hacemos en una mañana de domingo, y lo hacemos llevándonos con nosotros todo lo aprendido.
Este octavo episodio de ‘Patria’ era el episodio del perdón. Comienza con Joxe Mari (Jon Olivares) en su celda, escribiendo a Bittori (Elena Irureta). No sabemos qué escribe, y no lo llegaremos a saber hasta pasados largos minutos, porque entre medias todavía hay cosas que contar. Nos hacen esperar, porque tenemos que completar el cuadro general.
Ese cuadro, por un lado, nos muestra a la familia del Txato (José Ramón Soroiz) en su última reunión, antes del asesinato. La alegría en el rostro de Bittori, con su marido al lado, con su hijo recogiéndolos para ir a ver a su hija, contrasta enormemente con la ansiedad de una Bittori ya anciana, que espera a que su hijo la recoja para ir al cementerio, a hablar con su marido. La alegría y la compañía frente a la angustia y la soledad.
Uno de los puntos fuertes de ‘Patria’, tanto de la serie como, por supuesto, de la novela de Fernando Aramburu, es que poniendo frente a frente los dos escenarios temporales somos capaces de sentir con mayor fuerza las emociones que acompañan a cada uno. Y no digo ver, digo sentir. Se ve con facilidad porque es evidente, pero lo sentimos aún más porque a la soledad presente le sigue una imagen de la compañía pasada, y entonces nos encogemos un poco. Lamentamos la pérdida.
Txato, Bittori y Xabier (Iñigo Aranbarri) viajan a Zaragoza, a visitar a Nerea (Susana Abaitua). En esa última reunión de los cuatro apreciamos los momentos más alegres, más naturales, más familiares y más desenfados de estos cuatro personajes. Están celebrando el encuentro, disfrutándolo, con su humor particular, sus bromas privadas y la seguridad de saberse juntos. Bittori lo recuerda frente a la tumba del Txato, porque precisamente el mismo día en que recibe la carta de Joxe Mari es cuando más ha estado pensando en esos últimos instantes. Es curiosa la memoria, dice.
Viajamos también al pasado para encontrarnos con Joxe Mari, días, horas, momentos antes del asesinato del Txato. Es su próximo objetivo, y tienen que prepararlo. Viajan al pueblo, y por un momento creo ver en los ojos de Joxe Mari, que se encuentran en la distancia con personas a las que ha querido, algo parecido a arrepentimiento por haberse perdido todo aquello. Pienso, poco después, que Joxe Mari no quiere hacerlo. Que no quiere matar al Txato. También pienso que quiere querer, y aunque hay una diferencia de significado, una diferencia emocional, el resultado es el mismo, porque sigue adelante. Joxe Mari lo intenta primero, pero alega la presencia de un vecino cuando no puede hacerlo.
No puede hacerlo, porque es el Txato y porque ha crecido en su casa, con él y con la familia a la que, sabe, va a destrozar. Pero sigue adelante, porque, creo, ha dejado de actuar en ese momento conforme a un deseo; actúa conforme a la obligación, a lo que se espera de él, a lo que aceptó en su día al unirse en la lucha. Sigue adelante, y finalmente abordan al Txato en esa imagen que tantas veces hemos visto antes. El Txato caminando, dos encapuchados detrás, en una tarde imposible de lluvia. Llegamos a ese momento con suposiciones, con corazonadas, pero no sabemos qué puede pasar. En esta ocasión, no solo escuchamos el disparo. Lo vemos. No es Joxe Mari el que dispara. Joxe Mari no asesina al Txato. Y se queda junto a él, unos segundos, antes de huir.
Bittori sale de casa, corriendo, se abraza al Txato, pide la ayuda cien veces antes negada. Otra vez imágenes que ya hemos visto, que siguen provocando escalofríos. En este episodio más, porque mientras escuchamos la voz de Joxe Mari leyendo sus propias palabras. Él no fue el que disparó. Y lo siente. Quiere pedirle perdón, a ella y a sus hijos. Lo siente mucho. Si pudiera volver atrás, lo haría. Pero no puede así que, simplemente, pide perdón. Entonces Bittori respira. Ya puede morir en paz.
Caliéntame la tumba como hacías con la cama, le dice al Txato en el cementerio. Ya solo espera reunirse con él. Ya tiene su verdad y además tiene algo más: el perdón. Qué poco parece, qué pocos efectos prácticos tiene, y sin embargo cuánto libera, y cuánto significa cuando ya no tienes nada.
Arantxa (Loreto Mauleón) se lo cuenta a su madre: su hermano le ha pedido perdón a Bittori. Ella también lo ha hecho. Joxian (Mikel Laskurain) también lo ha hecho. Miren (Ane Gabarain) quiere enfrentarse a él, pero él deja los platos que estaba secando, se gira, la mira y se planta: sí, ha pedido perdón. A Bittori, y también al Txato. Alza la voz, y Miren calla. Días más tarde Arantxa pronuncia “ama” por segunda primera vez desde que nació.
Miren se siente traicionada, pero esa traición permite que salga todo lo que también tiene dentro y que había reprimido hasta el momento. En una conversación con su santo, a quien sigue amenazando y culpando, se pregunta dónde está el perdón de otros muchos agentes involucrados en esa lucha. Dónde está el perdón por las torturas, por la persecución, por la opresión. Y al final llora, porque ella también sufre, y sabemos que nunca ha sufrido solo por su hijo, aunque sea por quien más ha sufrido siempre. También ha sufrido por la ayuda que negó, el respeto que negó, y la disculpa que ha negado. Ha sufrido por haber estado equivocada, por haberlo sabido de algún modo y nunca haber hecho nada.
‘Patria’ solo podía acabar de una manera: con el abrazo silencioso de estas dos mujeres. Con ese abrazo Miren pide perdón a quien fuera su amiga, y Bittori lo devuelve, aceptándolo, en una sincronización perfecta en la que de pronto no hay dudas.
Como espectadora, soy consciente de cuánto ha perdido cada una, de dónde están las víctimas y los culpables, de dónde se encuentra mi propia posición y de cuán injusto es todo esto, pero veo a estas dos mujeres abrazándose y se me escapan las últimas lágrimas con ‘Patria’. Ni esas lágrimas, ni ese abrazo, ni tampoco la lluvia, pueden borrar el dolor, ni el horror, ni las injusticias, ni un conflicto que arrasó con todo, desde luego que no. Pero también significan cosas, y esas cosas tienen valor. Como ‘Patria’, que tiene un valor del que seguiremos hablando dentro de muchos años.
Este último capitulo me ha parecido el más poderoso de toda la temporada. Inevitable derramar algunas lágrimas. Una serie excepcional!.