Pese a publicarse en 1952, nunca hemos dejado de esperar a Godot. Con este clásico del siglo XX, Samuel Beckett consigue eludir los límites del tiempo para crear una obra de importancia universal con un significado aún latente en nuestros días.

La creación más importante del teatro del absurdo incorpora disparate, incoherencia, sinsentido y paradoja en esta representación bajo la dirección de Antonio Simón, con escenografía de Paco Azorín, iluminación de Pedro Yagüe y vestuario de Ana Llena.

Pepe Viyuela, Alberto Jiménez, Juan Díaz, Fernando Albizu y Jesús Lavi unen sus talentos en una representación llena de fuerza, humor, poesía, ternura, dolor y risa que, tras su estreno el 8 de noviembre en el Teatro Palacio Valdés de Avilés, recalará en el Teatro Bellas Artes de Madrid del 21 de noviembre al 5 de enero.

Con Esperando a Godot Pentación hace gala de nuevo de su apuesta por el teatro contemporáneo de texto de autores de los siglos XX y XXI. El teatro del absurdo, tras el éxito de La cantante calva de la pasada temporada, es un campo en el que nos movemos con comodidad y solvencia, apostando por acercarle al espectador estas historias que nos hacen reflexionar sobre la grandeza y la vulnerabilidad del ser humano”, explica Jesús Cimarro, productor de la función.

La única acción que se desarrolla a lo largo de sus dos actos es la espera protagonizada por Vladimir (también llamado Didi) y Estragón (Gogo) ante la supuesta llegada del misterioso Godot. Una espera que deja entrever una crítica a nuestra sociedad, con hombres cuya inteligencia es más propia de niños y se refugian en la esperanza de una llegada que nunca ocurre. El texto, engañosamente simple, sobrepasa las categorías del teatro del absurdo con sus diálogos carentes de sentido y situaciones que no llegan a ninguna parte.

Esperando a Godot, por Antonio Simón

Godot es hoy en día más que una obra de teatro, más que un clásico del siglo XX. Es un símbolo universal. Forma parte de la imaginación colectiva. La fuerza, el humor, la poesía, la ternura, el dolor, la risa que nos transmite esta obra, metáfora de la vulnerabilidad, la dignidad, el coraje y también de la irracionalidad del ser humano, siguen vigentes. El público merece ver representada esta maravilla. Una obra que Beckett definió cómo horriblemente cómica.

Godot es también una historia de amor, una historia sobre la obstinación y la duración en el amor de una pareja que se separa y se reencuentra constantemente. Dos amigos íntimos que mientras están esperando, hablan, discuten, juegan, se desafían, se reconcilian, se aman, se repelen. Llega otra extraña pareja, el juego se diversifica. Godot no aparece, envía a un emisario.

Raudales de humanidad en personajes desamparados, errantes, desacoplados, desplazados que nos recuerdan que el ser humano, aun en situaciones muy difíciles, es capaz de levantarse o por lo menos como hace Estragón en el final de la obra, de volverse a poner los pantalones, que, a falta de cinturón, se ata con una humilde cuerda.

Esperando a Godot es un espectáculo fundamentado en la humanidad y comicidad de sus sensacionales actores, en la palabra y el espacio, en la poesía y el humor.

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