Juice Wrld

“Otro rapero muerto”. “Uno más que se suma a la lista”. “¿Cuántos van en los últimos años?” Estas son solo algunas de las frases que nos hemos acostumbrado a escuchar de un tiempo a esta parte. Como si no fueran personas, como si sus vidas valieran menos que las del resto, hablamos de la muerte de una generación de artistas. Una muerte que estamos presenciando y de la que, en cierta parte, la sociedad es cómplice. No hay día en el que no piense que ‘Black Mirror’ está más cerca de nosotros que cualquier otra ficción. La deshumanización no deja de crecer. ¿Qué somos? ¿Hacia dónde vamos?

El pasado domingo 8 de diciembre saltó una nueva noticia trágica. El rapero Juice Wrld había fallecido en Chicago a la edad de 21 años. Las causas de su muerte aún no han sido confirmadas oficialmente, aunque se habla de una posible sobredosis de Percocet, un potente analgésico al que el joven era adicto desde hacía meses. Estos últimos datos casi ni fueron necesarios, todos dimos por hecho que se trataba de una sobredosis, no leí ni un solo comentario que señalara otra causa. Este simple detalle, la facilidad con la que el ser humano asume una muerte de estas características, dice mucho de nosotros, como individuos y como sociedad. 

Las sospechas de la mayoría no tardaron en ‘confirmarse’. Como ocurrió con Lil Peep. Y con Mac Miller. Y con tantos otros que no tuvieron la fortuna de alcanzar la fama internacional antes de que la muerte les atrapara. Y todos ellos menores de 30 años. Una realidad que ya se vivió en los 70, con tantos otros fallecimientos trágicos en el mundo de la música -y en el mundo a secas-. Lo de que el ser humano está condenado a repetir su historia, con sus errores, es más que evidente. Lo que no consigo comprender es cómo, pese a los muchos gritos de auxilio que nos llegan cada día, seguimos haciendo oídos sordos

Lil Peep

La música de Juice Wrld es un ejemplo. En muchas de sus canciones, escuchamos cómo habla sobre sus adicciones y cómo reflexiona acerca de ellas y de la terrible situación en la que se encuentran muchos jóvenes como él. Su rap emo siempre ha salido de su interior, tocando temas complejos y que otros pasan por alto, por esa masculinidad tóxica que inunda nuestras sociedades o por miedo a mostrarse como verdaderamente son. Millones de personas han escuchado sus canciones, las han sentido, las han cantado, se han emocionado… Pero ya está. ¿Qué nos pasa?

Hace unos meses, en el concierto de Billie Eilish en Madrid, miles de voces corearon ese maravilloso ‘xanny’ que sólo podía haber salido del alma de los hermanos O’Connell. Yo misma la canté, con los ojos llorosos. Una joven de dieciocho años, desnuda ante nosotros, hablando de adicciones, de medicamentos que llegan para salvar y terminan condenando, de toda esa generación de jóvenes que estamos perdiendo y a la que nadie escucha. Oímos sus gritos de auxilio, los coreamos como quien corea un alegre himno y después nos olvidamos de lo que nos están diciendo. Romantizamos el consumo de drogas, especialmente de las prescritas, y no comprendemos el verdadero efecto a nivel de individuo y de sociedad que estas tienen. 

Billie Eilish

No sé en qué nos estamos convirtiendo, no sé si siempre fuimos esto que somos ahora. Pero me horrorizo al ver cómo presenciamos atentos la decadencia de tantos genios y tantos anónimos que se están perdiendo entre gritos desesperados que celebramos en vez de atender. Preferimos los clics en las noticias que hablan de muerte y decadencia, preferimos quedarnos con esa música oscura que tanto nos gusta y que sólo llega si sus creadores viven en esa oscuridad. Preferimos mirar a otro lado, como siempre. Hasta que eso de lo que huimos esté en todas partes, y ya no haya marcha atrás

Rosa Suria
Periodista. Escribo y hablo continuamente de cine, series y música.

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