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Una semana en Nueva York: qué se vive, qué se siente, qué se respira

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Dice Alicia Keys, con mucho acierto, que Nueva York es una “concrete jungle where dreams are made of” y que en ella “there’s nothing you can’t do”. O lo que es lo mismo, “una jungla de hormigón en la que nacen los sueños” y en la que “no hay nada que no puedas hacer”. También dice que las calles de esta ciudad tienen la capacidad de hacerte sentir como nuevo, como una persona distinta. Y que sus grandes luces pueden inspirar a cualquiera.

Siempre me gustó esa canción, pero no comprendí del todo su significado hasta que pisé por primera vez las calles de Nueva York. Más concretamente las de Manhattan. Cuando tuve ante mis ojos la realidad de una ciudad que había recorrido en sueños, en películas, en series, en novelas y en anuncios más veces de las que podía recordar. Nueva York es todo lo que vemos en ellas, pero es mucho más. Es una jungla de hormigón, pero con un alma única y una vida que no acaba. Es una ciudad cargada de contrastes, repleta de culturas y con tantos lugares por visitar que, probablemente, no baste una vida entera para conocerla.

Pero una semana puede servir para acercarse a ella, a sus lugares más emblemáticos y, sobre todo, a su esencia. Una experiencia que entraña un riesgo contra el que es difícil luchar. Es muy probable que después de 7 días caminando entre edificios de todas las formas y tamaños, avenidas amplias y calles que parecen sacadas de cuentos y barrios variopintos y con vida propia, desees quedarte para siempre. Si es así, bienvenido al club de los falsos expatriados.

Lo que se respira en Nueva York


Nueva York
Times Square en una fría noche de enero | Foto: Rosa Suria

Vida. Si tenemos que ir a por la síntesis, Nueva York es vida. Cuando viajo a una ciudad nueva, siempre procuro llegar cuando aún es de día. Porque por la noche todo se ve diferente, y si no estoy familiarizada con los lugares que recorro, los siento fríos y amenazantes. No sabría explicar muy bien por qué, pero me ocurre desde que tengo memoria. Por eso me sorprendió lo segura y cómoda que me sentí por las calles de Nueva York la primera vez que las recorrí. Nevaba y, aunque no era demasiado tarde, ya era completamente de noche. Pero la ciudad estaba resplandeciente, viva y repleta de caras que, de repente, me resultaron amigables.

Antes de esto, durante el viaje desde el aeropuerto hasta Manhattan, la protagonista es la emoción. Es como el paso previo a toparnos de lleno con la vida. Desde la distancia, la ciudad resulta familiar. Nos encontramos con una panorámica que conocemos, pero que multiplica su espectacularidad cuando la vemos con nuestros propios ojos. Sin pantallas de por medio. Ese primer acercamiento a la ciudad es el que nos indica que estamos en casa, y la vida de sus calles nos lo confirma.

En Nueva York se respira una emoción constante y compartida. La emoción de quienes viven la ciudad día a día, y la aman porque la sienten propia. Pero también la emoción de quienes la recorren por primera vez. Lo más mágico o sorprendente de todo esto es que, según pasan los días, la emoción no se pierde. Está presente cuando pisamos Times Square por primera vez, y cuando subimos al Top of the Rock o al Empire State. Está cuando visitamos la Zona 0 y contemplamos el equilibrio de la ciudad desde el mirador del One World Observatory. Y está en Broadway, en el primer paseo por Central Park, en las historias que guardan cada rincón de Queens y El Bronx y en ese camino mágico sobre el Puente de Brooklyn.

La emoción y la vida son las que te conducen de un lugar emblemático a otro. De un escenario de película a otro. Mirando hacia arriba buscando el fin de unos edificios que se chocan con el cielo y se pierden. Mirando hacia abajo y encontrando tópicos y típicos que aquí sí gustan: taxis amarillos, alcantarillas humeantes, puestos de perritos calientes y una mezcla de gentes que solo se puede encontrar en Nueva York. Y mirando al frente hacia calles eternas, el río Hudson y su enormidad, la Estatua de la Libertad y su significado, las luces de Times Square y las tiendas que parecen sacadas del sueño húmedo de cualquier consumista empedernido.

Lo que se siente en Nueva York


Nueva York
Manhattan desde el aire | Foto: Rosa Suria

Es curioso, porque Nueva York es una ciudad caótica, en la que la actividad no para en ningún momento, ni siquiera de madrugada. Una ciudad en la que te cruzas con cientos de personas constantemente y en la que hay un flujo de seres humanos que, visto desde lejos, puede resultar estresante. Sin embargo, lo que se siente en Nueva York es una extraña armonía, una especie de equilibrio entre los elementos de la ciudad, sus habitantes, sus visitantes y sus sentimientos.

Quizá ayude la propia estructura de la ciudad. Con sus avenidas y calles ordenadas por números, que nos permiten orientarnos con facilidad, sin necesidad de mapas y navegadores. Una ordenación que nos hace sentir parte de la ciudad por la que caminamos, que nos permite recorrerla sin dudas de por medio y con la seguridad de quien camina por un lugar conocido.

También se siente poder. Poder porque, inevitablemente, y aunque esto sea un pensamiento fomentado por el mercado económico, nos sentimos en el centro del mundo. Lo hacemos caminando por Wall Street, aunque no compartamos los valores intrínsecos a ese lugar. También cuando visitamos los lugares que anteriormente pisaron nuestros actores y actrices favoritas y que recorrieron los personajes que algún día nos hicieron soñar. Sentimos el poder del que se sabe en el lugar más emocionante del planeta, en el sitio al que todo el mundo quiere ir.

Si bien es cierto que puede ser una sensación de falsa realidad, nos contagia de un espíritu muy relacionado con la -también falsa- imagen que tenemos de Estados Unidos y del sueño americano. Podemos ser lo que queramos, podemos hacer lo que queramos y podemos ser quienes queramos mientras estemos en Nueva York. Hablar con extraños que se convierten en amigos, tocar las nubes, asistir a los mejores espectáculos del mundo -deportivos o artísticos-, salir de fiesta en las alturas y disfrutar de algo tan simple como unas tortitas bien hechas.

Lo que se vive en Nueva York


Nueva York
Arte en una pared cualquiera de El Bronx | Foto: Rosa Suria

Está bien. Mucha emoción, mucha vida y una pasión desmedida que probablemente solo sentimos cuando salimos de nuestra rutina. Pero, exactamente, ¿qué se puede vivir en una semana en Nueva York? También podría decir que se puede vivir todo, y no estaría mintiendo. Pero si has llegado leyendo hasta aquí, te debo un repaso más exhaustivo. Vamos, vente conmigo a vivir la ciudad de los sueños durante 7 días.

La llegada se vive como algo especial. Nervios y ganas de verlo todo. Mi consejo de falsa expatriada es que el primer día (o la primera tarde, dependiendo de la hora de llegada) lo dediques a vagar. A empaparte del ambiente neoyorkino, de sus calles, de sus horarios extraños y de su actividad frenética. Camina por el centro, familiarízate con sus calles, acostúmbrate a esas alturas que marean en un primer contacto y déjate llevar. Los planes pueden quedar para el día siguiente.

A partir de ahí, a Nueva York hay que vivirlo en sus contrastes y contradicciones. Es decir, hay que vivirlo desde las alturas, en los miradores del Top of the Rock, el Empire State, el One World Observatory y la Estatua de la Libertad. Y, si tienes la oportunidad, desde el aire. Sobrevolar Manhattan en helicóptero es la manera más brutal e impactante de conocer la ciudad desde arriba. Y, por experiencia propia, merece enormemente la pena.

Pero también hay que vivir la ciudad desde el suelo, dejando un importante espacio a los paseos y a las caminatas sin rumbo aparente. Montar en el metro de Nueva York es obligatorio, pero con una vez basta. Camina, camina y camina hasta que te duelan las piernas. Porque es así como vivirás la ciudad, acercándote a su gente y a su ritmo, y no yendo de un lugar turístico a otro.


Nueva York
Contrastes en el corazón de Manhattan | Foto: Rosa Suria

Por supuesto, hay que vivir la ciudad desde sus puntos de interés. Visitar Times Square, el Flatiron y el brillante Chrysler, la Quinta Avenida, Central Park, Rockefeller Center y Wall Street. También pisar sus museos, aunque cueste encajarlos en el planning. Una parada en el MET puede suponer un oasis en medio de la jungla de hormigón. Y para la cultura siempre hay tiempo, sobre todo en una ciudad como esta.

También hay que vivirla en esos contrastes de los que hablaba. No quedarse en el Upper East Side y ver solo una parte de su realidad, de su belleza y de su esencia. Recorrer sus distritos y barrios, desde los exclusivos Chelsea y Tribecca, hasta El Bronx, Brooklyn, Queens, Little Italy, Harlem y Williamsburg. Pasar varios días entre sus calles ampliará la imagen que tienes de la ciudad y te mostrará una mucho más realista y auténtica. Esa es la Nueva York multicultural de la que habla todo aquel que vive en ella. Aquella en la que se unen culturas, gastronomías, tradiciones y formas de vida.

Nueva York se vive durante el día, en la vorágine de visitas turísticas y de planes. Pero también se vive de noche, en las calles, los bares, los teatros y los estadios. Se vive en su totalidad y con una intensidad que te mantiene al máximo de energía durante esa semana, pero que después te deja algo vacío. Con la necesidad de regresar, de seguir viviendo así y de estar rodeado de realidades, de vidas, de historias, de culturas, de opciones y de aventuras.

Dice Ramón Lobo en su libro ‘Las ciudades evanescentes’ que Nueva York es “el lugar donde mejor se sienten los averiados”. Y creo que tiene razón. Porque es una ciudad que abraza a todos por igual y que ofrece tantas oportunidades que es imposible sentirse perdido en ella.

Rosa Suria
Periodista. Escribo y hablo continuamente de cine, series y música.

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