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‘Charlie y la fábrica de chocolate’, una película para soñar

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Viajemos en el tiempo. Mes de agosto de 2005. ¿Recuerdas dónde estabas? Quizá en la playa con tu familia, en tu pueblo o simplemente en tu casa, pasando el calor de la mejor manera posible. Fue entonces cuando un curioso hombre con un corte de pelo aún más curioso y un trabajo si cabe aún más curioso llamó a nuestra puerta. Ocurrió concretamente el 12 de agosto, fecha en la que aterrizó en nuestros cines ‘Charlie y la fábrica de chocolate’. Los estrenos de nuevas películas de Tim Burton siguen siendo acontecimientos mundiales, pero quizá en esa época tenían un mayor impacto. Dos años antes había enamorado al planeta con ‘Big Fish’ y todos esperábamos con ilusión la llegada de este nuevo viaje.

Una ilusión que se tradujo en éxito. No sólo a nivel de taquilla, sino también en lo que a críticas -del público y profesionales- se refiere. Como si volviéramos a ser niños, o como si nunca hubiéramos dejado de serlo, entramos en esa fábrica de chocolate completamente fascinados. Y salimos de ella emocionados, cargados de una energía arrolladora y con nuestros sueños más vivos que nunca.

Esa es la gran virtud de ‘Charlie y la fábrica de chocolate’. En poco más de hora y media, nos devuelve a nuestros orígenes, a esos sueños que hemos enterrado o abandonado y nos conecta de nuevo con la ilusión. Con la que teníamos cuando éramos niños y visitábamos un lugar nuevo y maravilloso. Pero también con la que nos inunda cuando ya somos mayores y nos topamos con un recuerdo especial o con un descubrimiento inesperado. La cinta nos habla de segundas oportunidades, de la capacidad del tiempo de poner a cada uno en su lugar y de cómo, con esfuerzo y sin perdernos a nosotros mismos, podemos llegar a nuestra meta. Sea la que sea.

Tim Burton en estado puro


Charlie y la fábrica de chocolate

Pero con más luz. Si bien es cierto que la película comienza con un ambiente oscuro, triste y frío, sólo necesitamos entrar a la fábrica para encontrarnos con un mundo de color que hipnotiza. El imaginario de Tim Burton está presente en cada esquina, desde el comienzo y hasta la mismísima última escena. La casa torcida de Charlie, la ciudad gris, el aspecto de Willy Wonka cuando era niño, también su imagen de adulto y, por supuesto, la fabulosa fábrica que ha construido. En la que nada tiene sentido, pero en la que todo encaja perfectamente. Como si fuera un sueño cualquiera de un niño cualquiera. Todo comestible, todo loco y todo posible.

Incluso la banda sonora nos conecta directamente con el cineasta, que quiso que todo en ‘Charlie y la fábrica de chocolate’ fuera lo más real posible. Para que no quedara en una fantasía lejana, sino en algo que, aunque disparatado, bien podría ser real. Hay pocos efectos especiales y mucho atrezzo en la película. Incluido el río de chocolate, que era un río real relleno con falso caramelo. Burton quiso que la historia que le atrapó atrapara a los demás. Que les hiciera creer que eso que estaban viendo existía o podía existir. A los niños y a los grandes. Y, quince años más tarde, no me avergüenzo de afirmar que lo consiguió. Ese mes de agosto, todos buscábamos desesperados las chocolatinas y demás dulces Wonka. Y soñábamos con una fábrica como la suya, aunque el tema de los Oompa Loompas fuera algo más complicado.

¿Por qué no pasa el tiempo?


Charlie y la fábrica de chocolate

Al volver a verla, pensé que ‘Charlie y la fábrica de chocolate’ se habría quedado atrás. Que ya no tendría el mismo efecto en mí que tuvo a mis 12 años. Pero, para mi asombro, sentí este nuevo visionado como si fuera el primero. Con las mismas sorpresas, las mismas emociones y el mismo entusiasmo. Incluso los pocos efectos visuales que hay se han salvado medianamente del paso del tiempo, que generalmente no tiene piedad alguna con según qué géneros cinematográficos.

A nivel técnico, supongo que el no tirar demasiado de estos efectos especiales es lo que ha salvado a la película. Pero a nivel narrativo, la culpa la tienen la propia historia y la mirada de Tim Burton. Porque apelan a algo tan universal como los sueños, intrínsecos a la condición humana. Apelan también a nuestros orígenes, a nuestra infancia y a lo que hemos dejado por el camino desde entonces. A la educación recibida por parte de nuestras figuras paternas, al amor, a la ilusión y a la lealtad. Aspectos que no nos son ajenos y que nos permiten vernos reflejados en los diferentes personajes, especialmente en Willy, Charlie y el abuelo.

Por eso hay historias que nunca pasan de moda o que nunca pierden su efecto. Y esta es una de ellas. Han pasado quince años desde su estreno en cines, pero cada viaje que hacemos a ella sigue sintiéndose como el primero. Una película perfecta para soñar y para recuperar esa esperanza que, a veces, se nos escapa entre los dedos.



Rosa Suria
Periodista. Escribo y hablo continuamente de cine, series y música.

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