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‘Rocky Balboa’: la esencia inagotable

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Hay películas y personajes cuya épica traspasa todo tipo de barreras. Físicas, culturales o temporales. Historias que quedan grabadas en las memorias cinéfilas de millones de personas y que, con el paso de los años, mantienen intacta su esencia. Así como la conexión con un público que, en su primer contacto, quedó atrapado por una canción, por un paisaje o por una frase concreta. La de Rocky Balboa, el potro de Filadelfia, es una de ellas.

¿Quién ha olvidado su mítica escena entrenando por toda la ciudad? Esa subida por la escalinata del Museo de Arte de Filadelfia, ahora conocida como ‘Rocky Steps’, donde miles de personas emulan al boxeador cada año. La épica de este personaje, de su historia y de sus películas es tal que subir esos escalones se ha convertido en una experiencia mágica para los cinéfilos. En una parada obligatoria de las bucket lists de millones de amantes del séptimo arte.

Con ‘Creed’ y ‘Creed II’, secuelas de la saga, Rocky Balboa ha revivido y ha recuperado el impacto que generó en sus primeras entregas. Pero lo que nunca se perdió por el camino fue la esencia. Ni siquiera cuando la sobreproducción de películas puso contra las cuerdas a uno de los personajes más carismáticos de la historia del cine. Prueba de ello lo encontramos en su primer gran regreso: ‘Rocky Balboa’. Fue en 2006, su 30 aniversario, cuando el potro de Filadelfia regresó a las pantallas con una película que nos habla de la pérdida, del legado propio y de la importancia de encontrarse con uno mismo siempre. También cuando el paso del tiempo nos amenaza con hacernos olvidar quiénes éramos.

Esta entrega no es, ni mucho menos, la mejor de la saga. Pero sí recoge a la perfección la esencia del personaje y de la historia que nos enamoramos. Está la épica, pero también está la sensibilidad de un Rocky que tiene algo especial. Algo difícil de describir con palabras, que apela directamente a la base, a lo más esencial del ser humano. Esta película habla de boxeo, por supuesto. Y cuenta con un memorable combate en el que se muestran el pundonor y las agallas del de Filadelfia. Pero sobre todo habla de nosotros, de las personas. Y de nuestros sentimientos, nuestros anhelos y nuestras necesidades. De esos miedos que muchas veces no nos atrevemos a expresar en alto, de los prejuicios y del daño que podemos hacernos por no perseguir lo que queremos y lo que somos.

Es curioso, porque, como es lógico, las de Rocky están consideradas como películas sobre boxeo. Pero vistas desde una óptica analítica, con atención, pueden ser fácilmente entendidas como películas sobre el ser humano. Ese es el motivo por el que su impacto y su recuerdo son tan potentes. Porque lejos de quedarse en la épica del deporte, ahondan en temas universales como la superación personal, la familia, el sacrificio o la fuerza de voluntad.

Un regreso satisfactorio


Rocky Balboa

En ‘Rocky Balboa’ se reúne todo lo que gustó de la primera entrega de la saga. Volvemos a reencontrarnos con Rocky en su Filadelfia, en su barrio y con su gente. Viviendo una vida sencilla y entregándose a sus comunidades, la de boxeadores y la de vecinos. Nos reencontramos también con las calles que, en cierta manera, recogen la esencia de la historia original. Y con ese nacimiento de la leyenda, aunque ahora lo hagamos en forma de renacimiento. A una edad que parece más una locura que una posibilidad, Rocky renace de entre sus cenizas, y lo hace siguiendo unos pasos que ya conocemos. Y que suponen un regreso a los orígenes para el personaje, pero también para los espectadores.

Volver a verle ponerse los guantes, entrenar por esas calles por las que corría treinta años antes y subir esas escaleras que ahora tienen sabor a escenario mítico, es emocionante. Tanto como escucharle hablar de la búsqueda de su propia esencia, del sentido de una vida que ahora casi no reconoce. O de Adrian, que sigue siendo uno de sus principales pilares, aunque ahora sus conversaciones sean monólogos recitados en soledad. También es emocionante volver a verle sobre un ring, resistiendo y golpeando, superando todas las expectativas y los obstáculos. Y volviendo a ser la leyenda que, en realidad, en el sótano, nunca dejó de ser.

Claro que en ‘Rocky Balboa’ hay muchos aspectos mejorables. Y claro que tiene ese toque añejo, nostálgico, que nos traslada inmediatamente a un pasado lejano que, durante el visionado, no queda tan lejos. Pero creo que es exactamente lo que quería ser. La recuperación de un personaje que nunca se marchó y de la esencia (una vez más) que, en su día, supo traspasar la pantalla y colarse en las calles de Filadelfia. Un homenaje a una de las grandes figuras del cine y un disfrute para el bueno de Sylvester Stallone, que dio tanto a Rocky y al que Rocky dio tanto. Imprescindible para quienes busquen una historia humana, sobre nosotros y nuestro poder. Pero también, por supuesto, para aquellos a los que se les erice la piel al escuchar los primeros compases de ‘Eye of the Tiger’.

Rosa Suria
Periodista. Escribo y hablo continuamente de cine, series y música.

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